Opinión
Quinientos años de deuda pública
España arrastra problemas con la deuda desde el siglo XVI, ha sido el país que más veces ha suspendido pagos y ahora mantiene a flote sus cuentas gracias al BCE
Nadia Calviño nunca imaginó la que se le venía encima cuando Pedro Sánchez, que por otra parte entonces no la conocía pero necesitaba alguien con buena imagen y prestigio en los vericuetos y cañerías de la Unión Europea, le ofreció ser ministra. Muchos meses después y una pandemia por en medio, la vicepresidenta tercera tiene que lidiar, en más que una cierta soledad, con un escenario económico diabólico y en el que la deuda pública acaba de alcanzar el 117,1 % del PIB y la convierte en la más alta desde la guerra de Cuba y solo por debajo de la de 1867, suspensión de pagos incluida, previa a la llamada «Revolución gloriosa», que destronó a Isabel II y la envío al exilio.
España ostenta el dudoso récord de ser el país que más veces ha suspendido pagos –default, en la jerga de los mercados– desde el siglo XVI. Nada menos que 13 veces de manera formal desde 1557, en tiempos de Felipe II, y de ellas ocho solo en el siglo XIX, la última en 1882, según los criterios establecidos para todos los países de Carmen M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff, en su famoso libro «Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera». Francisco Comín, catedrático de Historia Económica, va todavía más allá en «Crisis económicas en España, 1300-2012», identifica hasta cuarenta episodios de alguna modalidad de impago de deuda pública. Hasta 1814, Francia era la campeona mundial en dejar en la estacada a sus acreedores, pero luego fue relevada por España, aunque en el siglo XX ha habido países con episodios negros. Alemania suspendió pagos en 1932 y 1939 y su moneda perdió todo su valor dos veces o Rusia, en 1991 y 1998 de forma parcial, por no citar a una larga serie de países latinoamericanos y africanos. Nada nuevo, pues bajo el sol, en una historia que se remonta a Carlos V y sus problemas financieros recurrentes, descritos con minuciosidad por Ramón Carande en una obra ya clásica: «Carlos V y sus banqueros».
Todo se repite, con distinta periodicidad, desde hace medio milenio porque cada generación de dirigentes cree tener el secreto para evitarlo. En 2009, Reinhart y Rogoff apuntaban que «los analistas financieros y, sobre todo, los dirigentes del gobierno explican que las cosas se están haciendo mejor que antes, que somos más inteligentes y que hemos aprendido de los errores del pasado» y que claro «esta vez es distinto», y ahora lo sería por las especiales circunstancias derivadas de la pandemia y las medidas extraordinarias para hacerle frente.
Nadia Calviño, al mal tiempo buena cara, recuerda que el aumento de la deuda ha sido inferior a la previsión del Gobierno. Es cierto, pero sin embargo, está preocupada. Las cifras son pavorosas. Los 1,311 billones, con «b» de barbaridad, de deuda de finales de 2020 son 122.439 millones más que un año antes. La correlación no es exacta, pero sugieren cuánto puede haber sido el déficit. Además equivalen al gasto en pensiones en un año. Nada indica que a corto plazo se vaya a invertir la tendencia. Un informe muy reciente de la Comisión Europea, «Debt sustainability monitor», prevé que en 2031 la deuda española, en el mejor escenario, esté en el 126,2% del PIB y que en el más adverso alcance el 151%.
El milagro del sostenimiento de la deuda española –y también la italiana, aunque ahora surge el factor Draghi, acaso el nuevo líder europeo y no es forofo de Sánchez– se llama Banco Central Europeo y tipos de interés por los suelos. Jens Weidmann, presidente del Bundesbank, acaba de afirmar que hay que «estar preparados para actuar con determinación cuando haya que frenar los precios». Es decir, si regresa la inflación –y hay indicios aunque tímidos–, los tipos de interés volverán a subir y, entonces sí, España tendrá un grave problema, como advierten incluso economistas socialdemócratas como José Carlos Díez, aunque otros, como Ángel Ubide, con influencia intermitente en el inquilino de la Moncloa, defienden que se puede llegar incluso al 180% de deuda, al rebufo de la llamada Teoría Monetaria Moderna (MMT, por sus siglas en inglés), que se basa en emitir moneda sin límite. Nadia Calviño tiene razones para estar preocupada, porque, como diría García Márquez, los pueblos condenados a quinientos años de deuda, quizá no tengan más oportunidades.
Los mercados como «reality show» por las redes sociales
Juan Carlos Ureta, el presidente de Renta 4 Banco, advierte del peligro de que las redes sociales puedan convertir a los mercados bursátiles en una especie de «reality show», tras los ejemplos vistos en Estados Unidos en donde grupos de inversores minoritarios coordinados provocaron grandes oscilaciones en las cotizaciones. Descarta prohibiciones, pero opina que las redes sociales a veces convierten a los mercados en circos con personajes estrambóticos.
El optimismo del índice del miedo que baja y se olvida de la pandemia
El indicador de volatilidad del S&P 500, VIX, también conocido como «el índice del miedo», roza los 20 puntos, muy lejos de los 82,69 que alcanzó en marzo pasado en los momentos de más pánico de la pandemia, y cerca de los 12,10 a los que llegó antes de que surgiera la alarma de la COVID-19. Una cifra más alta indica más volatiLIdad, miedo, y otra más baja, a menos. El indicador, muy seguido en los mercados, tuvo su último repunte con el episodio de los inversores minoristas y su intervención, a través de plataformas como Redditt en las acciones de GameStop a mediados de enero, que provocaron ciertas turbulencias. Ahora indica optimismo, pero los expertos dudan de si es el reflejo de una tendencia consolidada o si, por el contrario, solo es algo pasajero que no descarta el estallido de una burbuja.
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