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La conclusión de la economista Montse Cespedosa es tan contundente como desoladora: «Irse de alquiler es de ricos». Con esta frase lapidaria se resume el laberinto sin salida en el que se ha convertido el sueño de la emancipación para la juventud española, atrapada entre sueldos precarios, inestabilidad laboral y una presión fiscal asfixiante. La independencia ya no parece una cuestión de mérito, sino de herencia o de pura fortuna.
De hecho, esta afirmación refleja una dolorosa paradoja del mercado actual. El alquiler, que históricamente fue el primer peldaño hacia la vida adulta, ha alcanzado unos precios tan desorbitados que en muchas ocasiones supera la cuota hipotecaria mensual. Esta situación convierte el arrendamiento en una opción inviable para quienes, precisamente, no pueden permitirse la entrada de un piso en propiedad.
Así pues, si alquilar es un lujo, la compra de una vivienda se presenta como la única alternativa real, aunque el camino esté sembrado de obstáculos. El desembolso inicial se ve brutalmente lastrado por una carga fiscal considerable, que supone una formidable barrera de entrada para cualquier joven ahorrador. Hablamos de un 10 % de IVA para la obra nueva o del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales para la segunda mano, que puede dispararse hasta el 13 % según la comunidad autónoma.
Por otro lado, la banca tampoco parece dispuesta a facilitar las cosas. Aunque existen productos como las hipotecas al 100 % diseñadas teóricamente para los jóvenes, la realidad es que las entidades financieras aplican un filtro que ha sido calificado de «clasista». Los bancos priorizan perfiles muy solventes, con una capacidad de ahorro ya demostrada y potencial para contratar otros productos vinculados, dejando en la estacada a la gran mayoría de solicitantes con empleos precarios.
En este contexto, las recomendaciones que se ofrecen a la juventud suenan casi a una proeza inalcanzable. Se les aconseja destinar entre un 25 % y un 30 % de su sueldo al ahorro, invertir para combatir la inflación y, si con eso no fuera suficiente, buscar fuentes de ingresos adicionales con segundos trabajos. Un nivel de sacrificio que evidencia la brecha abismal que separa hoy el deseo de independencia de las posibilidades reales de conseguirla.
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