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Opinión

¿Podemos vivir sin China?

«Hoy trabajamos como chinos, pero mañana sus hijos trabajarán para los nuestros», me contestó un empresario con una media sonrisa desdentada que me dejó helado

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el presidente chino, Xi Jinping Borja Puig de la BellacasaEFE/Moncloa Pool

Pekín y Washington están condenadas a chocar militarmente en el Pacífico por las ansias expansionistas chinas, que llegan hasta las costas de Filipinas, y su necesidad de controlar como sea las rutas marítimas, desde el estrecho de Malaca o el de Ormuz hasta el Canal de Panamá.

Mientras Pedro Sánchez anda por China y Vietnam tejiendo alianzas frente a Trump que más temprano que tarde le saldrán caras, el secretario general de la OTAN, el holandés Mark Rutte, señalaba desde Tokio la creciente «militarización» china y su intento de controlar tecnologías, infraestructuras críticas y cadenas de suministros. Entendemos que no por la fraternidad universal.

Durante las últimas cuatro décadas, especialmente con la llegada del nuevo siglo, hemos vivido al margen de la realidad hasta que se ha hecho buena la frase que escuché una vez a un empresario chino cuando le expliqué que eso de «trabajar como chinos» no iba con la mentalidad europea. «Hoy trabajamos como chinos, pero mañana sus hijos trabajarán para los nuestros», me contestó con una media sonrisa desdentada que me dejó helado.

La realidad es que ya no podemos vivir sin China. Siguen fabricando patitos de goma, pero también alta tecnología.

Tienen lavadoras, microchips, coches eléctricos y hasta un avión comercial que algunas aerolíneas de bajo coste europeas estudian integrar en sus flotas, el Comac C919. Un aparato con capacidad para 168 pasajeros que pretende competir con el Airbus A320 y el Boeing 737.

Su inteligencia artificial «low cost» va como un tiro y, además, controlan media África y buena parte de Iberoamérica, en este caso por la inacción española y estadounidense. Este es solo un ejemplo, como el de la propia industria química global, que lidera China, entre otras.

Y como no podemos vivir sin China y tratamos con un gigante, debemos competir en igualdad. Una igualdad que ya solo puede llegar por la vía de la negociación arancelaria –aquí sí tiene sentido la presión– porque en China no hay ni por asomo las mismas condiciones laborales, para empezar, que en Occidente.

No olvidemos que tratamos con una férrea dictadura capaz de todo, por mucho que sonrían sin parar.