Editoriales

Ceuta y Melilla deben ser territorio OTAN

El Gobierno no tiene en su agenda promover la inclusión formal y específica de Ceuta y Melilla en el área territorial bajo el paraguas de la OTAN, tal y como se desprende de la escueta respuesta oficial a la pregunta hecha sobre esta cuestión por el diputado Pablo Cambronero. Hasta aquí, no hay mucho que debatir o comentar puesto que los distintos ejecutivos que se han sucedido desde 1982, año de nuestra incorporación a la Alianza Atlántica, nunca han tratado de promover la modificación del artículo número 6 del Tratado del Atlántico Norte, de forma que se sustituyera la expresión «islas» por «territorios», para incluir automáticamente a las plazas de soberanía española enclavadas en el norte de África, dando por hecho que nuestros aliados respaldarían a España ante cualquier agresión exterior, entre otras razones, porque en el seno de la OTAN no se discute la españolidad de Ceuta y Melilla, pese a que ambas ciudades autónomas son objeto de permanente reclamación por parte del reino de Marruecos ante Naciones Unidas.

Sin cuestionar la buena voluntad de quienes consideran que no es preciso que haya una mención especial en el Tratado para garantizar la seguridad de Ceuta y Melilla, cabe argüir que la modificación propuesta serviría para disipar cualquier duda que pudiera albergar un hipotético agresor, que es la base fundamental del principio de disuasión de una organización eminentemente defensiva como es la OTAN. Con toda probabilidad, no estaríamos asistiendo a la tragedia de Ucrania si este país hubiera sido admitido como un miembro más de la Alianza Atlántica.

La realidad es que ninguna de las advertencias que hicieron la Unión Europea y los Estados Unidos sirvió para disuadir a Vladimir Putin de atacar a su vecino, consciente de que sin los lazos del Tratado Atlántico ni europeos ni norteamericanos se arriesgarían a un enfrentamiento directo con una potencia nuclear como es Rusia. Tal vez, el Kremlin haya errado al evaluar la voluntad de resistencia de los ucranianos y el cierre de filas de la UE, volcado en la ayuda militar al agredido, pero lo cierto es que una medida tan perentoria y que hubiera cambiado drásticamente las condiciones tácticas sobre el campo de batalla, como era declarar la «exclusión aérea», no ha podido llevarse a cabo, dado que suponía un enfrentamiento directo con Moscú.

A la luz de las recientes experiencias, y sin que no quepa duda alguna de que las capacidades de nuestras Fuerzas Armadas son garantía más que suficiente para la seguridad de Ceuta y Melilla, no parece descabellado plantear a nuestros socios ese cambio en el Tratado, absolutamente menor, al menos, para no llamar a equívocos con pésimas consecuencias. Y la próxima Cumbre de la OTAN, que se celebrará en Madrid el próximo mes de junio, nos parece una oportunidad inmejorable.