Editorial

El Gobierno sigue en manos de Puigdemont

Los españoles vivimos una etapa política en la que parece que lo importante es lo que se dice y no lo que se hace, como en el caso de ERC, que actúa como uno de los respaldos más sólidos de La Moncloa, incluso, por encima de los socios del Ejecutivo.

Carles Puigdemont
Carles PuigdemontEuropa Press

El ruido de fondo de la peripecia de Carles Puigdemont deslució ayer la toma de posesión del presidente de la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa, y casi no llegaron a percibirse las retóricas advertencias de sus aliados nacionalistas de investidura de que se mantendrán vigilantes y críticos con el desempeño del gobierno catalán. En este sentido, los españoles vivimos una etapa política en la que parece que lo importante es lo que se dice y no lo que se hace, como en el caso de ERC, que actúa como uno de los respaldos más sólidos de La Moncloa, incluso, por encima de los socios del Ejecutivo.

Sucede igual con Junts, que mantiene la llave de los Presupuestos Generales del Estado, y así será mientras Carles Puigdemont considere que necesita a Pedro Sánchez en el poder para ver despejado su horizonte penal, con lo que haría bien la opinión pública si relativiza los sucesivos memoriales de agravios que publica el forzoso vecino de Waterloo.

Pero esta disociación entre el discurso y la realidad alcanza cotas sublimes en el seno del PSOE y en el Gobierno de la Nación, creando una situación de incertidumbre entre los ministros del Gabinete, que más que a la gestión de sus respectivos departamentos deben dedicar todos sus esfuerzos a seguir los cambios de opinión de su líder y procurar ejecutar sus propios cambios al mismo tiempo. En estos momentos, el principal número equilibrista corresponde a la veterana militante socialista –lo que ya supone un plus– y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, que en la toma de posesión de Salvador Illa nos dejó estas muestras acabadas de pensamiento mágico.

Por un lado, habló del acuerdo con ERC para el «cupo catalán» en términos de seña de identidad de la «solidaridad con el resto de los territorios» (sic), al tiempo que señalaba que persigue la igualdad en la prestación de servicios públicos en el conjunto de España, cuestión que negaba hace sólo dos meses. Por otro lado, la ministra Montero afirmó que el PSOE, así, en general, «avalaba el acuerdo de financiación con ERC», confiada, seguramente, en que la tormenta desatada entre las filas socialistas, con varios de sus barones regionales en pie de guerra, amainará bajo la férrea mano de Ferraz.

Al fin y al cabo, si ella ha cambiado de opinión con indisimulado entusiasmo, por qué no pueden hacer los mismo García-Page y Barbón. La cuestión es que, a la vuelta del verano, la única novedad, no menor, es que el PSOE gobierna Cataluña gracias a sus socios de investidura, en «actitud crítica», claro, lo que supone el primer triunfo socialista tras una larga serie de reveses. Pero, por lo demás, los Presupuestos siguen dependiendo de la voluntad de Junts, Puigdemont se mantiene en el exilio belga –y se acerca otro largo invierno–, la ley de amnistía no acaba de cumplir con los efectos esperados y la economía presenta síntomas de cansancio.