Editorial

El reto de una Europa llamada a expandirse

Podremos calibrar hasta qué punto atenaza a Bruselas el vértigo de una ampliación que, irremediablemente, lleva a un rumbo de colisión frontal con Rusia.

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, a su llegada al Palacio de Congresos de Granada para participar en la cumbre de la Comunidad Política Europea (CPE), a 5 de octubre de 2023, en Granada, Andalucía (España). 50 jefes de Estado y de Gobierno europeos asisten hoy a la cumbre de la Comunidad Política Europea (CPE), una de las reuniones que se celebran con motivo de la Presidencia española de la UE. Se trata de la tercera cita de este foro intergubernamental que tiene como objetivo pri...
Granada celebra la cumbre de la Comunidad Política Europea (CPE) Álex CámaraEuropa Press

La invasión rusa de Ucrania supuso un revulsivo para una Unión Europea que, tras la salida de Reino Unido y los problemas «digestivos» de su ambiciosa integración de los antiguos satélites de la Unión Soviética, como Polonia y Hungría, con unas poblaciones marcadas a fuego por las largas décadas de opresión comunista, parecía incapaz de dar respuestas a los problemas de sus ciudadanos.

Así, el exceso de la política regulatoria comunitaria, con medidas poco o nada respetuosas con el acervo cultural de sus socios, y la congénita incapacidad para dar respuestas conjuntas a problemas como la inmigración, muy influyentes en la percepción política del cuerpo social, no puede disociarse del crecimiento de unos movimientos populistas, a derecha e izquierda, que ven en Bruselas el chivo expiatorio de males propios y ajenos.

Y, sin embargo, la pandemia de coronavirus, primero, y la crisis ucraniana, después, con la grave fractura del sistema energético, han demostrado las fortalezas de una Europa unida y, lo que es más importante, han vuelto a poner sobre la mesa la disyuntiva más trascendental para el futuro de la UE: seguir creciendo hasta hacer realidad el sueño de un viejo continente como una única realidad política, económica y social o seguir replegándose tras la seguridad relativa de las actuales fronteras.

Ayer y hoy, en la doble cumbre de Granada – la que reúne, por un lado, a la Unión de los 27 con el resto de la Europa extracomunitaria y, por otro, a los jefes de Estado y de Gobierno del Consejo informal de la UE–, podremos calibrar hasta qué punto atenaza a Bruselas el vértigo de una ampliación que, irremediablemente, lleva a un rumbo de colisión frontal con Rusia. Porque no sólo hablamos de Ucrania o Moldavia, sino de llevar el «limes» hasta los Balcanes y el Cáucaso.

Ciertamente, ni hay consenso entre los actuales socios para tal proyecto ni muchos de los países candidatos, con graves fracturas internas de todo tipo, están en condiciones de asumir las normas básicas de la adhesión, pero la alternativa no puede seguir siendo la actual, que es alargar sine die los procesos negociadores hasta que el tiempo proporcione alguna solución mágica.

No es posible continuar así porque debilita la posición de los sectores prounionistas en los distintos países candidatos y, además, permite al Kremlin tomar medidas preventivas como hemos visto en Georgia, Ucrania y, más recientemente, en Armenia. Se argüirá, y es verdad, que antes de acometer un nuevo proceso de expansión hay que solucionar los problemas que hoy afectan más gravemente a la UE, entre los que destacan la creciente inmigración irregular y las dudas sobrevenidas sobre el ritmo de aplicación de las políticas de descarbonización de la industria, la energía y el transporte. Pero, y esta cumbre lo demuestra, Europa está llamada inevitablemente a expandirse.