Política
La coartada de los pacíficos
Mientras el Estado naufraga en manos de un narcisista peligroso y a merced de partidos que quieren llevarse «lo suyo» para jugar en otra liga, hoy hace buen tiempo en el norte. Esas cosas parece que aquí interesan menos. Estamos entretenidos tuneando un nuevo Estatuto que en ningún momento pidió la ciudadanía, pero da lo mismo. Los tiempos muertos de los políticos nacionalistas vascos son peligrosos, retoman viejas y cíclicas aspiraciones con objeto de elevar el nivel de estrés del personal, del que pensarán que no tiene problemas suficientes como para soportar ese eterno mareamiento de perdiz.
Urkullu prometió una consulta en 2015, Ibarretxe hizo lo mismo para 2008, ya en los noventa Arzallus estaba seguro que sería en el año 2000, pero antes él mismo la vaticinó para el año de las Olimpiadas (1992). Es la zanahoria delante del burro. Es evidente que ese día nunca llegará y todo este espectáculo sería de chiste si no fuera porque por el camino no solo van extendiendo su poder social sino metiéndose en nuestras casas limitando nuestra libertad hasta en las decisiones familiares, las educativas, por ejemplo, o aleccionándonos sobre lo que hay que contar acerca de nuestro pasado.
Sería de chiste si no fuera porque van consiguiendo moldear un país más a su medida a base de muertos, desterrados y silenciados. (Ah, que ellos también han sufrido mucho, perdón).
Pero estos malabares con el Nuevo Estatuto al que juegan los «nacis» tienen unas derivadas aún más desagradables en la política nacional. La certeza de que todo se puede conseguir con Gobiernos como los que pretende diseñar el Partido Socialista en esta «era Sánchez», es el gran regalo de Reyes para las órbitas indepes de nuestro país. Siempre de manera dialogante claro. «Qué hay de malo en ello?» decía Ibarretxe.
«Para la historia, para la verdad, Otegi fue un político decisivo», nos ha recordado el presidente Zapatero en una entrevista. No fueron decisivos los movimientos de resistencia al terrorismo, ni la actitud de las víctimas, ni la lucha contra la intolerancia nacionalista. ¿Dónde queda todo eso? «Somos gente de paz» le repiten al Gobierno que debe, por ello, abrirles las puertas que cierra a la «extrema derecha», que debemos ser todos los demás.
Los nacionalistas mandando en España. O involucionándola. El gran chiste.
Otegi dice (en Twitter) que si se da el Estatuto que Bildu quiere, habrá, entre otras cosas, «selecciones nacionales». No dice «ligas nacionales», qué listos son. Pero entre esa maravillosa lista a los Reyes Magos de Madrid no aparece la gestión de las cárceles vascas. Qué raro. La verdad es que es difícil saber qué tiene esta gente nacionalista en la cabeza. Debe ser que tenerla invadida por la hipocresía facilita el manejo arbitrario de palabras y conceptos que les permite situarse en un lugar y el contrario. Ay! la identidad, «esa alucinación del ego».
Las fantasías nacionalistas son de los nacionalistas. Punto. Pero es cierto que con el tiempo existen ciudadanos no nacionalistas que han empezado a creerse el catecismo de «somos diferentes», «aquí se gestiona todo mejor», «no tenemos corrupción, como en Madrid», «sin ellos viviremos mejor», «pedimos lo que es nuestro», «solo queremos poder decidir nuestro futuro» y monsergas así que de tanto repetirse acaban por gustar, pero también es de todos conocido que oponerse a ese rollo supremacista «naci» trae incomodidades y malas consecuencias. «El súbdito ideal no es el nazi o el comunista convencido, sino personas para quienes la distinción entre hecho y ficción, entre lo verdadero y lo falso ya no existe», dijo Hannah Arendt. Ya hace tiempo que se ha perdido en esta bendita tierra del norte esa distinción, no digamos cuando se habla de historia, pero lo peor es que lejos de haberse detectado y combatido desde la razón, se haya contagiado (exportado) a tantos lugares de nuestro país. A ver quién explica que eso de la paz, la convivencia o la «auténtica» democracia, palabras que explotan en la boca de tantos, son para vender todo lo contrario. Pues también esto, a fuerza de repetirse, nos acabará pareciendo real.
Mientras la izquierda radical ha hecho un llamamiento a boicotear una conferencia de una asociación constitucionalista este fin de semana en Bilbao (con modales fascistas donde los haya) su líder pontifica desde Twitter sobre que hay que atender lo que él considera la «agenda democratizadora» de su partido. Lo que significa que lo que esperan es que el PSOE de Madrid, el presunto Gobierno de esto que aún se llama España, les necesite para facilitarle su ilusión personal de gobernarnos durante un tiempo largo. A cambio, la posibilidad de dinamitar desde dentro, junto a otros voluntariosos compañeros, el cuarto país del mundo en cuanto a calidad de vida. «Gen de pau». Todo ha de tener una apariencia pacífica porque la derretida opinión pública aceptará impasible cualquier cuestión en esas condiciones. «¡No quemes el Amazonas! ¡No a las vacas! ¡Fuera los toros!». En este ambiente, subvertir lo establecido, desde una vivienda confortable con 200 canales de televisión e hijos en colegios privados, incluso comiendo una chuleta, es posible. Pacíficamente. Revolución chic.
La miseria inunda las salas negociadoras (lugares sacropolíticos frente a los viejos Parlamentos), las preciosas y cómodas sillas que flotan en ella, acogen los traseros más desleales de la clase política que ha tenido España. Los principios, quedan fuera. Objetivo: España descuartizada. ¿Qué hay de malo en ello?
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