El Gobierno de Pedro Sánchez
El apunte de Francisco Marhuenda: “Ahora llega el dolor”
Me ha resultado inquietante que en el convulso y poco edificante debate de investidura la Corona haya tenido un indeseable protagonismo
Estaría muy bien que todo el mundo dejara al margen de los enredos políticos a la jefatura del Estado. En estos tiempos de turbulencias que eran inimaginables e inmersos en una larga crisis institucional de consecuencias imprevisibles nos queda la figura de Felipe VI. Y en este caso no importa si se es monárquico o republicano, porque conviene que la guerra política, que será muy dura, quede a las puertas de la Zarzuela. No es necesario que surjan adalides de la Corona ni en la izquierda ni en la derecha. La Monarquía ha demostrado su eficacia y utilidad desde la Transición hasta nuestros días a pesar de errores y problemas. El balance no puede ser más satisfactorio. El rey es un servidor público ejemplar y sin mácula, no digo que sea perfecto, ningún humano lo es, pero cumple con escrupulosidad su papel, tiene una formación, experiencia y solvencia envidiables y hace que la jefatura del Estado esté en las manos más adecuadas.
En muchas ocasiones he dicho que la monarquía no es ni mejor ni peor que una república, en sus diversas formulaciones, sino que su continuidad depende de su eficacia y utilidad así como del ejercicio ejemplar de esta alta magistratura. La percepción de la sociedad española es que la Corona no solo no es un problema, sino que es muy positiva para la imagen y la estabilidad de España. Por ello, me ha resultado inquietante que en el convulso y poco edificante debate de investidura haya tenido un indeseable protagonismo. Hay que esperar que haya sido una de esas cuestiones fugaces que queden al margen de la pugna política.
El rey estuvo muy acertado con su comentario de que “el dolor viene después” tras la toma de posesión de Pedro Sánchez como presidente. Al entrar en un terreno incierto como es un gobierno de coalición sin una mayoría parlamentaria estable es evidente que esta legislatura no será, precisamente, un camino de rosas. Ahora tenemos un presidente que ha obtenido la investidura con sólo 167 diputados a favor, 165 en contra y 18 abstenciones. No hay que ser un fino analista para constatar que estamos ante un escenario difícil e inestable, porque los apoyos del gobierno de Sánchez e Iglesias harán necesario auténticas piruetas. Se trata de aliados coyunturales cuya fuerza se basa en la debilidad del futuro ejecutivo y que cobrarán muy caros los apoyos. No es gratificante ver que esa amalgama que quería un ejecutivo de izquierda radical, algo inusual en los países de la Unión Europea, esté formada por los herederos de ETA y los independentistas así como grupos nacionalistas y regionalistas que les preocupa sobre todo beneficiar a sus territorios. Este modelo victimista e insolidario puede trasladarse otras zonas provocando una indeseable e inquietante fragmentación.
Otro aspecto que no me sorprende es el fervor de la izquierda política, mediática, social y sindical con este nuevo escenario, donde se produce una estigmatización lamentable de aquellos que no aplauden la situación actual. La irrupción de los neosanchistas, que eran los mismos que ponían a parir al líder socialista hasta límites nauseabundos e incluso corren presurosos para situarse en la primera línea del aplauso y el halago, entre otros los que incluso quisieron destruirle, es la expresión de una indignidad sin parangón en la política española reciente. Esta conversión va unida a aquello tan español, que he citado en otras ocasiones, de “que hay de lo mío”. Ahora tenemos pelotas al servicio de Sánchez e Iglesias dispuestos a cualquier abyecta sumisión e incluso a encontrar bondades impensables en acuerdos o medidas que hace unas semanas hubieran provocado su más firme rechazo e incluso una condena sin paliativos. Una vez más, nada que nos tenga que sorprender.
Director de La Razón y profesor titular de Historia del Derecho y de las Instituciones (URJC)
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