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La Resistencia: así se “inmolan” los sanitarios contra el coronavirus

Médicos, enfermeros, auxiliares, radiólogos...se enfrentan cada día al Covid-19 con la esperanza de aplacar la enfermedad y el miedo al contagio con sus fatales consecuencias. Así es el día a día de nuestros «salvadores»

Los sanitarios que han participado en la elaboración de reportaje de LA RAZÓN en los hospitales: Gregorio Marañón, Fundación Jiménez Díaz, 12 de Octubre, Fuenlabrada, Quirónsalud Alcorcón, Puerta de Hierro y Quirónsalud Madrid
Los sanitarios que han participado en la elaboración de reportaje de LA RAZÓN en los hospitales: Gregorio Marañón, Fundación Jiménez Díaz, 12 de Octubre, Fuenlabrada, Quirónsalud Alcorcón, Puerta de Hierro y Quirónsalud MadridGonzalo Pérez

Se han hecho de hierro para endurecer su piel, para tratar de hacer callo ante un alma encogida por el dolor, la angustia, la impotencia y el estrés. Mantienen abierto un pulso contra un coronavirus que ha puesto patas arriba nuestro sistema sanitario, pero que ha mantenido en pie a los profesionales que cada día se enfrentan a esta enfermedad solitaria. Se han convertido también en la familia de los contagiados ante la ausencia impuesta de padres, novios, hermanas...

Hay quien les ha apodado «kamikazes» por acercarse al contagio con precarias y escasas medidas de protección con la única y valiente finalidad de salvar vidas. Estos sanitarios huyen del apelativo de «héroes», dicen que les queda grande y apuntan que tan solo son «abnegados» de su profesión, una vocación que les corre por su sangre con el empuje de un torrente de energía que no entiende de horarios laborales ni sacrificios. Muchos han caído enfermos (un 14% de los contagiados), y los que no, confiesan un miedo inevitable que enmascaran para seguir adelante. Visitamos siete hospitales de la Comunidad de Madrid para homenajear a los miles de salvadores en los que hoy ponemos toda nuestra esperanza y gratitud.

A las puertas de la UCI del Gregorio Marañón nos recibe José Eugenio Guerrero, médico jefe de Cuidados intensivos para reconocernos que, en 40 años de intensivista no ha visto nada igual. «He vivido el 11-M, accidentes de avión, la gripe aviar, pero esto es insólito y nos hemos dado cuenta que nuestro sistema no está preparado para una pandemia tan agresiva, pese a que nuestra Sanidad sea muy buena», reconoce. Él, como el resto de compañeros vive «con miedo de poder llevar la enfermedad a sus casas», pero se mantiene firme al asegurar que «para esto hemos estudiado, para estar prevenidos, como los militares para ir a la guerra cuando sea necesario». Guerrero afirma que en su vida ha realizado miles de extubaciones, pero que ahora cada uno de estos actos se convierte en motivo de celebración y aplausos.

Antonio Blanco, 55 años. Médico jefe de servicio de urgencias de la Fundación Jiménez Díaz.
Antonio Blanco, 55 años. Médico jefe de servicio de urgencias de la Fundación Jiménez Díaz.©Gonzalo Pérez MataLa Razón.
Amparo Paredes, 46 años. Médica jefe de servicio de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Quirónsalud Sur de Alcorcón.
Amparo Paredes, 46 años. Médica jefe de servicio de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Quirónsalud Sur de Alcorcón.©Gonzalo Pérez MataLa Razón.

Exposición viral

Sobre su exposición consciente a esta desconocida enfermedad, no niegan el temor, pero su labor está por encima de ello. Reconocen la escasez de material, pero muchos de ellos, critican más la falta de protocolo sobre su uso, lo cual les ha expuesto más de lo necesario. Es el caso de la técnico de radiodiagnóstico del Marañón, Susana Tomé, que tacha de irresponsabilidad el que su departamento no fuera desde el principio considerado de trato directo con el paciente. «Somos los que hacemos las radiografías», subraya, y para detectar las neumonías ésta es la prueba fundamental.

La radióloga Tomé, que lleva más de 20 años en el Marañón, confiesa que cada día cruza los dedos para no llevar el virus a casa, donde la esperan sus dos hijas. «Es una situación dantesca. Al paciente cero de la UVI le hicimos un escaner sin medios de protección, al saberlo, te genera mucho agobio. Hay momentos muy duros», apostilla. Sus compañeras Ioana Muñoz 35 años y Montserrat Jiménez, médicos de urgencias, coinciden con ella. «Esto ha sido un cambio radical a nivel profesional, tanto en la forma del manejo del paciente, como en volumen de trabajo para poder hacer un diagnóstico diferencial con más cariño y precisión», dicen. Ambas reconocen llorar cuando llegan cada día a casa, «ya que a nivel humano no podemos dar todo lo que nos gustaría. Ver a mucha gente esperando en una silla a que les atiendan es muy duro».

Muñoz y Jiménez coinciden en la «crueldad y agresividad» de esta enfermedad. «No nos queda más que ponernos en modo funcional para poder tirar adelante. El nivel de soledad que conlleva esta infección es terrible», lamentan. Precisamente en este aspecto inciden todos los sanitarios entrevistados para este reportaje y así lo analiza Dolores Zorita que trabaja en Atención al Paciente del mismo hospital. «Yo me encargo del registro de los pacientes de urgencias y de que los familiares tengan la información, porque como no hay visitas, llaman para interesarse por ellos. Es muy duro cuando fallecen y nadie puede visitarles, es una angustia terrible. Esto genera más estrés, más preocupación, te cambia mucho la vida», asevera.

Pero medio del caos y la desesperación, encuentran apoyo entre ellos, la solidaridad que ha surgido entre sanitarios de manera espontánea. «Tenemos que ayudarnos más, hemos formado a gente en tiempo récord, y nadie deja su tarea de lado, todos damos más de sí, dónde se nos necesite», reconoce Emilio de la Vieja, gobernante del Gregorio Marañón.

Mar García Gálvez, 53 años. Enfermera del servicio de preventiva del Hospital Universitario de Fuenlabrada.
Mar García Gálvez, 53 años. Enfermera del servicio de preventiva del Hospital Universitario de Fuenlabrada.©Gonzalo Pérez MataLa Razón.
Rodrigo Pacheco Puig, 41 años. Médico adjunto del servicio de urgencias del Hospital 12 de Octubre.
Rodrigo Pacheco Puig, 41 años. Médico adjunto del servicio de urgencias del Hospital 12 de Octubre.©Gonzalo Pérez MataLa Razón.

Gestión racional de recursos

A él se le saltan las lágrimas cuando llega a su barrio después del trabajo y los vecinos le felicitan por su labor. «Es muy bonito, nos anima a seguir adelante. El trabajo es duro, fíjate hemos montado hemos montado una UCI en la biblioteca y donde antes había gente estudiando ahora hay personas que está muy mal en una cama. Esto te impacta mucho. Yo soy duro, pero es demasiado. Cada noche, en casa, me asomo al balcón, miro al cielo y no puedo evitar llorar», dice.

Ana María Santos, que se encarga de la limpieza en urgencias, tampoco es capaz de contener la emoción ante la respuesta de la sociedad. «Estamos aprendiendo mucho de todos, el compañerismo es fundamental. Y también hay que buscar las cosas buenas, por ejemplo, el otro día, cuando un matrimonio se juntó después de que uno de ellos se recuperara. Debemos buscar el consuelo entre nosotros», recomienda. Aunque no es sencillo siempre hallarlo. «Esta situación marcará un antes y un después en nuestra vida, a todos los niveles», nos cuenta Mónica Juncos, enfermera supervisora reanimación. Ella también ha vivido la situación de escasez de material, pero da un punto de vista interesante: «De nada sabe la tecnología y el material si no hay enfermeros y personas cualificadas para utilizarlos», asevera. De ahí su apuesta por la inversión en sanidad pública. «Nosotros cumplimos con nuestro trabajo, no pedimos nada a cambio y es básico que el material de protección no nos falte», apunta.

Del Marañón nos desplazamos a la Fundación Jiménez Díaz, donde Antonio Blanco, jefe del Servicio de Urgencias, hace un breve alto en el camino para atendernos. «Aunque en un primer momento ha habido cierta posible escasez de protección individual, se han definido una serie de situaciones que requerían un nivel de protección mayor o menor: fundamentalmente en la atención normal de los pacientes, el nivel de protección no era tan complicado como en atenciones que suponen procedimientos más invasivos y requieren de una protección más específica», dice. Para él, esta situación ha supuesto un auténtico «desafío» y destaca como lección aprendida que «esto, es muy importante en un mundo globalizado como en el que vivimos, darle la importancia que tienen a las alertas sanitarias, que aunque pueden ocurrir en el extremo contrario del globo terráqueo, debemos tener muy en cuenta porque puede afectarnos a todos y hay que estar preparados para afrontarlas».

Su «colega», el enfermero Enrique de la Vega, afirma que en la Jiménez Díaz se ha hecho un gran esfuerzo para gestionar todos los recursos de protección: «Se ha dedicado mucho tiempo a informar a todo el personal en el uso correcto y racional de los equipos», argumenta.

De la Vega, alaba la labor de todos sus compañeros, porque «juntos somos capaces de hacer todo lo que nos propongamos, no hay imposibles si todos estamos unidos», y a nivel personal, reconoce que el coronavirus «nos ha cambiado la vida, puesto que le dedicamos muchas horas al trabajo y cuando llegamos a casa todo es diferente, desde el beso que les das a tus hijos hasta como lavas la ropa. La lección que estamos aprendiendo es que hay que valorar cada momento de nuestra vida». Un aprendizaje que comparten todos estos «kamikazes», en el mejor sentido de la palabra, que cada día anteponen la recuperación de los pacientes al bien individual.

Unos profesionales que demuestran la grandeza de nuestra sanidad. Buena cuenta de ello dan en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid, donde la neumóloga Gema Díaz, nos relata las dificultades que han encontrado para salvaguardarse del contagio: «Hemos tenido que utilizar mascarillas durante muchas más horas de las que son eficaces, con la duda y el miedo de si te estás protegiendo de manera correcta. También hemos reciclado materiales de un solo uso como las batas y hemos trabajado con bolsas de plástico. Lo triste es que esta es la realidad. Somos es el país con mayor numero de sanitarios infectados, y esto lo dice todo». Además, exige a los responsables que para un futuro tomen las medidas necesarias para que esto no vuelva a ocurrir: «Es lamentable que tengamos que vivir una situación como la actual para que la Administración, que nos ningunea y para la que somos mano de obra barata, como parte de la población general, reconozca nuestro trabajo».

Lo más duro para Díaz es plantearte «quién puede ser candidato a vivir y quien no varias veces al día», una situación extrema a la que se añade el dolor en soledad que subraya la enfermera del Puerta de Hierro, Mercedes Martínez. «Es duro ver a tantos pacientes aislados, rodeados de gente que no conocen, con el miedo que da un hospital, de donde sabes que hay gente que no sale. Ingresan llenos de angustia y no pueden compartirlo con nadie. Por eso, los sanitarios nos hemos convertido en sus familias. Es importante que no se sientan perdidos, les hablamos de curación y esperanza», afirma, y por ello recomienda a todo el mundo «disfrutar de cada momento porque con un simple soplo todo puede cambiar». A pesar de todo, insisten en el «orgullo» que sienten al formar parte de la comunidad médica. «He aprendido que ante la adversidad, la constancia, la ilusión, el amor por nuestra profesión es la mejor receta»”, apunta Esther Montero Hernández, médica internista de este hospital madrileño.

Almudena Pinilla Uceta, 52 años. Enfermera de urgencias del Hospital Gregorio Marañón.
Almudena Pinilla Uceta, 52 años. Enfermera de urgencias del Hospital Gregorio Marañón.©Gonzalo Pérez MataLa Razón.
Mercedes Martinez Mateos, 52 Años. Enfermera en el Hospital Puerta del Hierro.
Mercedes Martinez Mateos, 52 Años. Enfermera en el Hospital Puerta del Hierro.©Gonzalo Pérez MataLa Razón.

Un campo de batalla

Y es que, en situaciones críticas, todo el mundo intenta dar lo mejor de uno mismo. Esta es la conclusión a la que llega la doctora Amparo Paredes, Jefe de Servicio Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Quirónsalud Sur de Alcorcón. «He aprendido a darme cuanta de mis limitaciones, tanto como persona como a nivel profesional, ha sido una lección de humildad, y de luchar día a día para mantener la confianza y la esperanza», añade. Su compañero, el enfermero de cuidados intensivos, Esteban Pérez Vega, suscribe sus palabras: «Creo que a día de hoy seguimos intentando aprender a gestionar el estrés y la tensión del día a día. Al principio era cómo estar en un campo de batalla, pero ante un enemigo invisible. Los primeros días, acusábamos la desinformación, el desconocimiento... Con el paso de los días, hemos ido implementando protocolos, depurado los tratamientos de los pacientes y la forma de trabajar, para hacer nuestros procedimientos más eficientes ante la carga de trabajo que demandan este tipo de pacientes».

Para ellos, su trabajo es una vocación y su lucha nunca descansará. «Lo más duro ha sido psicológicamente. Intentar calmar los ánimos, mantener un espíritu positivo y aportar algo de esperanza alrededor, cuando parece que todo se tambalea y te sientes desbordado, sin poder ayudar todo lo que desearías a los pacientes», reconoce Paredes. «Perder pacientes jóvenes, sin poder hacer nada, probando todo lo que se nos ocurría y aun así no conseguir ganar la batalla», es lo que más ha marcado a Pérez, al igual que perder a su primer paciente. «Mientras estaba dando sus últimos latidos, me di cuenta de que estaba completamente solo, sin su familia a su lado. No pude separarme de su lado hasta que no terminó todo».

Esta angustia la vive con la misma intensidad Mar García, enfermera del Hospital de Fuenlabrada: «Lo más duro es no poder tratar a todos como nos gustaría», lamenta.«El hecho de la muerte yo lo asumo, pero fallecer y que no estén los familiares al lado, que no puedan despedirse, es muy duro», confiesa la enfermera García. Ella reconoce que siente «vergüenza» con los aplausos que cada día les dedica el país, «porque no creo que estemos haciendo nada más allá nada de lo que se esperaba de nosotros en una situación así». Su compañera del Hospital de Fuenlabrada, la médica internista Sonia Gonzalo, también comparte ese sentimiento de gratitud ante las alabanzas de la población, pero reconoce que esta crisis nos ha hecho a todos «más vulnerables».

«En el ámbito profesional nos ha hecho replantearnos modos diferentes de enfrentarnos a la enfermedad, tanto en el diagnóstico, como en el tratamiento y la organización interna de los hospitales», apunta. Para ella, todo lo que se mueve en los pasillos de los centros sanitarios, es «pura solidaridad, trabajamos juntos por un objetivo común y cada uno aporta su saber hacer». Y quizá en este unir las fuerzas es donde ella ve el único rayo de luz positivo. «Lo importante no es dar lo que sobra sino compartir lo que uno tiene», reflexiona.

En el Hospital 12 de Octubre, cinco sanitarios nos atienden mientras los pasillos de urgencias son un ir y venir de gente, de carreras y llegadas de nuevos contagiados. Aurora Pérez, jefa de personal subalterno, lo compara con una maratón: «Cada día resta para que esta crisis sanitaria termine, es una meta que creo que todos tenemos en la cabeza y es por la que tenemos que seguir fuertes».

La intensidad del trabajo, los llantos en grupo o en soledad es el denominador común de todos ellos. Clotilde Pose, subdirectora de enfermería, reconoce que su ritmo de vida es ahora 100% en el hospital. «A casa voy a dormir y poco, va todo tan deprisa que cuesta pararse a pensar en uno mismo, la prioridad es dar respuesta de manera ágil y eficiente a las necesidades de los pacientes. La realidad supera la ficción».

Elena León. 41 años. Enfermera del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid-
Elena León. 41 años. Enfermera del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid-©Gonzalo Pérez MataLa Razón.

Sistema al límite

El cansancio de todos se solapa con las ganas de seguir adelante. Lo que más la emociona a Pose es «la cara de los pacientes en urgencias, en silencio, tranquilos, serenos, nunca la palabra ‘‘paciente’’ se pudo aplicar mejor, no exigen, no protestan, no se quejan, aunque algunos llevan tiempo sentados en una silla, dando las gracias continuamente». Para Juan Carlos Montejo, jefe de servicio de Medicina Intensiva, también del 12 de Octubre, «el enfrentarnos a una situación catastrófica que obliga movilizar todos los recursos materiales y personales del sistema sanitario, te obliga a entender el trabajo de otra manera». Él saca muchas lecciones de todo lo que están viviendo, pero destaca «la solidaridad, la lucha conjunta contra el coronavirus».

Su colega, Rodrigo Pacheco, médico adjunto de servicio de urgencias, aporta su punto de vista en relación a lo que ahora estamos aprendiendo: «El sistema no puede vivir al límite de sus posibilidades, siempre estamos 110% y cualquier imprevisto nos hace tambalear, y no nos permite reaccionar con toda la solvencia que nos gustaría». Para él, los sanitarios «no somos héroes. Es un eufemismo que casi me molesta. Si esta palabra se utiliza para decir que estamos trabajando en condiciones un poco justas o que no estamos todo lo protegidos que debiéramos, sería blanquear el término y es peligroso. Somos unos abnegados, unos sufridores y apasionados de lo que hacemos».

Antes de salir del 12 de Octubre hablamos también con Almudena Pinilla, enfermera de urgencias que destaca el ambiente «caótico» en el que se encuentran, «pero mi forma de trabajar ha sido la misma. Lo malo de esto es que no sabes qué tiene cada paciente, haces una valoración conjunta y no sabes por dónde empezar». Y, por supuesto, agradece « todas las empresas y ciudadanos que nos han traído de manera solidaria material de protección».

Nuestra última parada es el Hospital Universitario Quirónsalud Madrid, donde el doctor Esteban Malo y la enfermera Elena León confiesan que ahora, «valoramos más los recursos que tenemos y hemos aprendido a gestionar mejor lo que tenemos. A veces la escasez no lo es tal. Lo es comparada con lo que estábamos acostumbrados a tener». A Malo esta situación le ha sacado de su «zona de confort, porque soy cirujano vascular y ejercer en otra especialidad diferente a la mía me ha supuesto un esfuerzo muy grande de adaptación, y creo que me ha hecho mejor profesional». León reconoce que se mociona cuando llegan las ocho de la tarde y observa los balcones abarrotados de personas aplaudiéndoles. «Es super emocionante y gratificante, aunque también nos impone una responsabilidad para estar a la altura. Se espera muchísimo de nosotros y estamos dando todo lo que tenemos». Está claro que nadie puede poner en tela de juicio la entrega de nuestros sanitarios y solo podemos darles las gracias una y otra vez. Sí, son héroes.