Sucesos

Así fue la salvaje tortura que mató a Naiara y que condena a Iván Pardo a prisión permanente revisable

La sometió a cinco horas de salvajes agresiones por no haber copiado 20 veces la lección

Naiara
NaiaraLa RazónLa Razón

Naiara Abigail Valentina Briones, de 8 años, era la tercera de cinco hermanos. Nacida en Argentina, vivía con su madre Mariela en Sabiñánigo (Huesca), que había rehecho su vida con Carlos Pardo, y que también compartían casa con su cuñado Iván, a posteriori verdugo de la menor.

La vida de Naiara fue un tormento desde que nació. Su madre nunca trabajó y vivían de la pensión de su abuela. Mariela había tenido tres hijos de padres distintos y ninguno de ellos llegó a conocer a su progenitor. A pesar de ello, ella seguía manteniendo una vida más propia de una adolescente que de una madre de familia numerosa. Entonces llegó Carlos, un hombre al que conoció a través de un videojuego. Cuando Carlos viajó a la localidad argentina de Candelaria para conocerla se casaron y poco después ya estaban viviendo los cuatro en Huesca. Mariela trató de desentenderse de todos sus hijos y los quiso dejar a cargo de su abuela, pero ella se negó. No podía mantenerlos a todos. Así que Mariela tuvo que llevarse a Naiara a España.

Ya en nuestro país, Mariela se quedó embarazada y tuvo dos hijos en muy poco tiempo. Naiara era la única de los tres hermanos que no era de la misma sangre que Carlos y eso le costó la vida. Sufría constantes desprecios y humillaciones por parte de su abuela paterna, Nieves, y de su tío, un sádico que disfrutaba haciendo sufrir a los niños. La llamaban negra y la pegaban de manera habitual, aunque Mariela lo negara en el juicio donde declaró que su padre sólo le dio una bofetada una vez por mancharle el coche de vómito.

Pero la realidad era bien distinta. La niña sufría constantes abusos y era víctima de la ira de Iván, que a la postre fue su verdugo. Ivan era aficionado a torturar a los menores. De hecho, tal y como confesó en el juicio su prima -que está sometiéndose a un tratamiento hormonal de cambio de sexo- «Tenían una escala de tortura del 1 al 10 y Naiara solo aguantó hasta el 6».Según dijo, ella y su hermana llegaron a niveles más altos de dolor.

Pero Iván era un sádico, disfrutaba con ello y se regocijaba. Grababa las torturas en vídeo y se las mandaba a su hermano Carlos, padrastro de la niña. En las imágenes aparece Naiara arrodillada encima de un cuaderno fino sobre el que habían esparcido una especie de arenilla blanca (puede ser arroz o sal gorda, según la investigación). La niña llora. Se queja de que «esto pica y duele mucho» y una voz masculina (de Iván), le contesta que si está así es porque se lo ha buscado. Iván envió el terrible vídeo por WhatsApp a su hermano Carlos. Y luego un audio explicativo: «Anda que no te lo pierdas. Se apoyaba en la mesa para que no le hiciese efecto y yo la veo y mamá no se daba cuenta. Y la puse recta la digo no no, así no te tienes que poner. Y ahora se queja y ahora llora de que la duele de que tiene las rodillas ... (se ríe Iván) que le duelen». Otra nota de voz: «Pues de momento hasta cenar se va a quedar así». Carlos, el padrastro de la niña, le contesta: «Ya se lo dije a mamá (Nieves Pena)». «Que es masoca» (por Naiara). Iván contesta a su hermano por escrito: jajaja. Y le envía otro audio: «Pues mañana, guijarros del río», informa Laura L. Álvarez.

Esta conversación entre los hermanos Pardo se produce a las 18:48 minutos del 28 de junio de 2017. Nueve días más tarde, Naiara salía de aquella casa en ambulancia al hospital de Huesca pero las lesiones eran de tal calado que los médicos decidieron trasladarla en helicóptero al Hospital Clínico de Zaragoza, de donde ya no salió. El cuerpo de la niña presentaba 56 lesiones externas.

El 6 de julio, Iván llegó de trabajar sobre las 8 de la mañana. Había castigado a Naiara y tenía que copiar 20 veces la lección. Le preguntó, pero no lo había hecho. Aquí empezó la tortura que acabó con la vida de la menor. Laencerró en una habitación. «Yo voy a sudar pero tú lo vas a pasar mal: te voy a dar durante diez horas», le dijo. Y eso hizo: cogió un calcetín, se lo metió en la boca para que no pudiera gritar y lo apretó con su cinturón alrededor de la cabeza. Cogió dos esposas y la ató de pies y manos. Además, usó una cuerda negra para unir manos y pies. Bajó persianas y cerró las ventanas. Nadie podía enterarse de lo que allí iba a pasar. Y comenzó la brutal tortura. Primero usó una raqueta eléctrica para matar moscas para darle descargas por todo el cuerpo, para después descargar toda su ira sobre ella: puñetazos y patadas en la boca y en la nariz. Para recrearse, pasó al siguiente nivel. La obligó a morderse las mejillas hasta hacerlas sangrar y luego la obligó a meterse en la boca alcohol y enjuague bucal para rabiara de dolor.

Entre unas torturas y otras, como si se tratara de un ritual la cogía del pelo, la arrastraba por el suelo y la levantaba de los pies un par de palmos del suelo para después dejarla caer y que estrellara su cabeza contra el suelo.

Naiara tenía un enorme moratón en su cara y comenzó a desvariar. Iván pidió que le trajeran una bolsa guisantes del congelador para bajarle la hinchazón. Las agresiones continuaron y la niña perdió el conocimiento y dejó de respirar. A pesar de ello, tardaron varias horas en llamar a la ambulancia. Según declararon durante el juicio, le controlaron el pulso y la respiración en todo momento. Cuando le fallaron, la bajaron de la cama, la pusieron en el suelo y comenzaron a realizarle más maniobras de reanimación cardiopulmonar. Pero no había nada qué hacer. Aun así tardaron horas en avisar a la ambulancia. La niña no pudo superar las cinco horas de tortura, durante las cuales le provocaron 56 lesiones externas.

Iván Pardo quiso justificar lo injustificable durante el juicio, donde sólo contestó a las preguntas de su abogada: “Lo quiero achacar al estrés, a un cúmulo de problemas con la empresa... porque no le encuentro explicación”. Una estrategia, centrada en tratar de demostrar que Pardo no era consciente de lo que hacía, de que sufría enajenación mental, una estrategia habitual para intentar rebajar la pena.

Finalmente, Pardo ha sido condenado a prisión permanente revisable, la primera que se produce en Aragón.