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Fuera de cobertura

Sánchez ya no habla con Iglesias: “Se ha quitado un peso de encima”

El líder de Podemos afronta un salto al vacío el 4-M: es un juego al todo o nada

Pedro Sánchez respaldó ayer a Ángel Gabilondo en un acto electoral en Madrid EVA ERCOLANESEPSOE

Este lunes se cumplen 29 días desde quePablo Iglesias anunciase que abandonaba el Consejo de Ministrospara lanzarse a la carrera electoral en Madrid. No puede decirse, apenas transcurrido un mes de la enésima cabriola política del líder de Unidas Podemos, que en La Moncloa alguien le eche de menos.

Menos aún Pedro Sánchez que, según relata alguno de sus más estrechos colaboradores, respira aliviado tras «quitarse un peso de encima». Está por ver qué significa en clave interna del partido morado el ascenso de Yolanda Díaz, pero en términos de la coalición gubernamental todo son buenas palabras hacia la «profesionalidad», la «disciplina» y el «trabajo en equipo» de la nueva vicepresidenta. Elogios que lanza el ala socialista del Gobierno para agrandar el contraste con las «cualidades» de su antecesor.

Como frecuentemente se escucha en el cuartel socialista de Ferraz, «lo de Pablo Iglesias ha sido mucho ruido y pocas nueces». Las «nueces», una ley de protección a la infancia –la conocida como Ley Rodhes– como único legado. El «ruido», su obsesión por ejercer desde la moqueta gubernamental bien como líder de la oposición al PSOE, bien como presidente bis. Tales humos ha gastado.

«Muerto el perro, se acabó la rabia». Es la frase que más se escucha estos días entre mandatarios socialistas. Mientras, ya se cruzan las apuestas por el futuro del líder de Unidas Podemos. Propios (la cúpula morada) y extraños (PSOE y Más País) dan por hecho que Iglesias ha lanzado a Yolanda Díaz en una estrategia política poco pensada y diseñada a toda prisa por estricta necesidad.

Iglesias y los suyos saben que el salto en el vacío del 4-M es un «juego al todo o nada». Si le sale bien y catapulta a la izquierda hasta la Puerta del Sol, se verá en condiciones de optar de nuevo a cualquier cosa, incluso forzando un adelanto de las generales para fortalecer la posición negociadora de su partido. Si las cosas le van mal y, como vaticinan la mayoría de las encuestas, Isabel Díaz Ayuso revalida su Presidencia, pocos le ven en la Asamblea como diputado «botonero» y actor secundario en la serie política de Madrid. Demasiado poco para su ego y afán de protagonismo. Salvo algún idealista, la mayoría considera que entonces se retirará.

Pero pase lo que pase, Iglesias va a dejar su sello en el Podemos que nazca de las urnas madrileñas. Desde aquel utópico Vistalegre 1, ha ahormado el destino de las siglas moradas a su antojo, a espaldas de su cúpula dirigente y de sus inscritos, antaño ensalzados en el imaginario pablista como el «pedigrí democrático» que diferenciaba a su formación de la «decadente vieja política».

Ni siquiera ha designado sucesor entre sus propias filas, invistiendo para la «coronación» a Díaz que ni viene de la Complutense, ni de las plazas del 15-M, ni del laboratorio de los regímenes chavistas. La sucesora de Iglesias es una criatura de esa misma vieja política (el Partido Comunista e IU) que tanto criticó y despreció en sus inicios el hoy candidato a la Presidencia de la Comunidad de Madrid: una política sin estridencias ni tentaciones rupturistas, como elogian sus interlocutores de la CEOE o del IBEX 35.

La llegada de Yolanda Díaz aboca, al margen de lo que suceda con Iglesias, a un Podemos distinto. Muy distinto, sin duda, al que podría haber dado forma una Irene Montero llamada a la sucesión hace apenas unos meses y que ha recibido de Iglesias la misma medicina que muchos otros antes: Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa, Tania Sánchez, Ramón Espinar, Miguel Urbán, Teresa Rodríguez…

La «pareja de Galapagar» dilapidó su crédito ante los círculos asaltando la burguesía en vez de los cielos prometidos: el coche oficial, la moqueta ministerial y las nóminas de cuatro cifras. Sin conseguir nada a cambio. A pesar del «agit-prop» de Iglesias, los logros de su partido sobre Sánchez se cuentan con los dedos de una mano.

La «pareja dirigente» de Podemos es tan odiada incluso entre los suyos que Iglesias ha confiado a una «extraña» el futuro de la marca que creó. ¿Por qué? Cuestión de supervivencia. Pablo Iglesias se lo juega todo a una carta el 4-M. Eso sí, ahora vive una situación personal y económica radicalmente distinta a la que tenía en su irrupción en las tareas públicas en 2015. .

El «enfant terrible» de la política ha envejecido terriblemente mal. Mientras sus adversarios –Pedro Sánchez, Pablo Casado e Inés Arrimadas– han forjado sus liderazgos en la democrática carrera de las primarias, Iglesias puede acabar pasando a la historia por el mismo «dedazo» con que Felipe González en 1997 designó a Joaquín Almunia o que José María Aznar en 2003 señaló a Mariano Rajoy. También en esto Iglesias ha traicionado sus principios. «Nueva vieja política».

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