Podemos

El «pablismo» blinda Podemos

cuando finalice el proceso del Vistalegre IV, Ione Belarra se convertirá en la inflexible guardián de los dogmas del líder

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Una semana después del «terremoto de Madrid» Podemos se apresura. Toca recomponer un partido «tocado y hundido» que pierde a su carismático líder. No pocos en ese puñado de profesores de Ciencias Políticas que idearon la formación piensan, en estas horas de luto, en el escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, quien colocó en su novela «El gatopardo» esa posición tan característica en la política: «Que todo cambie para que todo siga igual».

Ramón Espinar, uno de los muchos que perdieron el favor de Pablo Iglesias, sin tapujos así lo expresa: «”Vistalegre exprés es un autogolpe” para evitar “un proceso democrático y de reconstrucción”. La cúpula morada desea alumbrar un nuevo Gran Timonel para seguir gestionando ese “cementerio” en que han convertido Podemos. Muchos se malician que la tocata y fuga del carismático jefe a sus nuevos destinos, meramente derive en un liderazgo “con el mando a distancia”».

El proceso de sustitución de Iglesias y de renovación de su proyecto en nada va a parecerse a la peripecia que protagonizó recientemente Ciudadanos, la otra pata de la «nueva política» que venía a regenerar la democracia y a terminar con los partidos tredicionales. A finales de 2019, Albert Rivera anunció su dimisión y abandonó la cosa pública rumbo al mundo privado. A diferencia de Iglesias, no señaló sucesor ni maniobró entre bambalinas. Los militantes naranjas pudieron elegir a su relevo en unas primarias en las que Inés Arrimadas y Francisco Igea contrapusieron sus respectivos proyectos y equipos.

Iglesias se va cansado porque ha dejado de ser un activo. Se «sacrifica» por el bien de sus ideas. Si algo ha sido una constante en su vida política ha sido sentirse siempre la víctima. Igual se comporta ahora cuando llega el adiós. Pero, ojo, el «pablismo» sigue ahí, en la sala de mandos de Podemos. Y ese cada vez más reducido «círculo de hierro» no parece dispuesto a dar pábulo a reflexiones sobre fracasos ni a recuperar las esencias del proyecto original que se presentó en 2014 en el combativo Teatro del Barrio fiel al espíritu del 15-M.

El inmediato ascenso de la «ortodoxa» Ione Belarra a la Secretaría General evidencia que el liderazgo de Yolanda Díaz, como nuevo referente de la marca electoral Unidas Podemos, nace «vigilado». La vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo (una gran amiga de Iglesias, como lo fue Errejón) está condenada a moverse maniatada por la «guardia de corps» del hasta ahora líder. Un equipo que a lo largo de estos años fue purgando, sin contemplaciones, a cualquiera que osase siquiera suspirar hacia dentro por un proyecto diferente al dictado oficial.

De la tan comentada «foto de los cinco» fundadores de hace poco más de siete años, en la que posaron Carolina Bescansa, Luis Alegre, Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón y el propio Iglesias, ya no queda nadie en primera línea. Eso sí, Errejón acaba de vengar a todos los «fusilados al amanecer» emergiendo como esa izquierda alternativa feminista y ecologista que ha alcanzado lo que siempre soñó y nunca logró su antiguo amigo: dar el «sorpasso» al PSOE.

El ascenso de Belarra, y de su mano los mismos «pretorianos» que han cercado a Iglesias y manejado a su antojo el partido –Pablo Echenique, Rafa Mayoral, Isa Serra, Alberto Rodríguez o Juanma del Olmo–, no es un buen augurio no solo para Yolanda Díaz sino para los militantes de primera hora de aquel partido de los círculos que prometió decidir todo de forma asamblearia y transversal. El paso del tiempo hizo que esas iniciales intenciones fraguasen en la creación de un politburó –estilo soviético– que llevó a su formación a un discurso guerracivilista, anacrónicamente comunista y sectario, en el que la idea totalitaria del mandamás se imponía por cualquier medio.

La llegada de Belarra a lo más alto es también un aviso a quienes esperan que la retirada de Iglesias sirva para reunificar todas las escisiones que ha sufrido Podemos según se radicalizaba el ego de su líder: desde el propio Más País de Errejón a los Anticapitalistas de Teresa Rodríguez y Kichi, pasando por las Mareas gallegas, Compromís o los Comunes de Ada Colau. No parece, desde luego, que por ahí vaya a ir la cuarta Asamblea Ciudadana que se acaba de abrir.

Los más «templados» de la formación morada «se temen lo peor» con Yolanda Díaz. Pablo Iglesias no ha dejado casi nada a la improvisación. Y lo preparado es que el próximo 13 de junio, cuando finalice el proceso del Vistalegre IV, Ione Belarra se convierta en la inflexible guardián de los dogmas del «pablismo».

Iglesias hasta se ha encargado de sentarla en el Consejo de Ministros, para que no haya ninguna distancia cuando hable con Díaz. De Belarra ya hemos visto a las primeras de cambio cómo se las gasta y lo poco que le gustan las decisiones negociadas y colegiadas. Buena fe de ello pueden dar el ministro de Transportes y número tres del PSOE, José Luis Ábalos o la de Defensa Margarita Robles.

Pablo Iglesias ha puesto su vista en otros proyectos: «Quiere estar donde de verdad se crea la cultura y la ideología», dicen sus allegados. Pero, ha dejado blindada la formación que fundó. Por si las moscas. Lampedusianismo como fórmula para encalar unas paredes que se caen pero que son bien rentables para los de dentro. Los trapos sucios se lavan en casa. Por cierto, ese «cambiarlo todo» se lleva a Irene Montero a las tinieblas interiores del partido. Hace unos meses nadie lo hubiese dicho.