Toni Bolaño
Ayer no acabó nada, empezó todo
Sánchez y Aragonés constataron sus diferencias, pero hablaron. Tras 10 años de desencuentros, confrontación y desprecio hacia el discrepante, por parte del independentismo y también por parte de los otrora responsables del Gobierno de España, los presidentes de España y de la Generalitat bajaron a la arena del diálogo. Nadie ha dicho que sea fácil, pero seguramente merece la pena intentarlo. Al menos, así piensan el 80% de los catalanes que quieren un acuerdo que ponga punto y final a la bronca constante, al enfrentamiento que ha puesto en la picota a parejas, familias y grupos de amigos. Un acuerdo que se pueda votar, no votar un desacuerdo.
Ayer fue la primera reunión y nadie en su sano juicio podía esperar que hubiera fumata blanca. Y nadie en su sano juicio puede decir que el presidente Sánchez haya vendido a España, ni nadie en su sano juicio puede decir que el independentismo del presidente Aragonés no hubiera estado presente. Según Ayuso, ayer fue un día de vergüenza para todos los españoles de bien. Me debo encontrar entre los malos españoles porque prefiero el deshielo que la sarta de mentiras a las que nos tiene acostumbrados la irredenta derecha que se aferra a la bronca porque da votos. Ya sea la independentista, que no estuvo en la reunión, o la rancia nacionalista española que también estuvo ausente.
El Mayor de los Mossos, Josep Lluís Trapero, recibió con todos los honores al presidente del Gobierno en las puertas del Palau. Pere Aragonés recibió a Sánchez en el Patio de Carruajes donde se pasó revista a una compañía de Mossos en traje de gala. No era una reunión entre dos países, sino que se siguió escrupulosamente el protocolo de la Generalitat, la máxima representación del Estado en Cataluña, para recibir al presidente del Gobierno. Sánchez y Aragonés estuvieron dos horas reunidos y después comparecieron en la Sala Gótica, el sanctasanctórum del president. Es la segunda vez que Sánchez hace una declaración en este lugar –lo hizo tras su reunión con Torra– reservado única y exclusivamente a la máxima autoridad catalana, una forma de decir que Cataluña es España. Por cierto, un protocolo que impuso en esa visita de Sánchez a Torra, Iván Redondo, el ex jefe de gabinete de Sánchez y que ahora ha quedado para la historia.
Como decíamos hace dos días, tras la reunión Sánchez y Aragonés se hicieron un Tarradellas. No hubo acercamiento, pero sí deshielo, porque el acuerdo está lejos porque muy lejanas están las posiciones de partida. Solo hablando se entiende la gente, y hasta ahora con la confrontación solo se ha cosechado frustración, cabreo y por si alguien no se ha dado cuenta un crecimiento exponencial del independentismo. Pueden estar divididos pero no derrotados. Considerar que el independentismo es un suflé, solo es un sueño onírico. Y la solución no pasa señor Casado por echar más leña al fuego.
Dirán también, los españoles de bien, que Sánchez hará lo posible por conseguir el apoyo de ERC a los presupuestos. Y los catalanes de bien acusarán a Aragonés de rendir pleitesía a España. Pues, sinceramente, ni lo uno ni lo otro. Dialogar es buscar puntos de encuentro, no rendirse ante el adversario. Y en eso estuvieron los dos presidentes que presidieron una informal Mesa de Diálogo. Ahora estaría bien que Aragonés pusiera en marcha una Mesa de Partidos en Cataluña, porque el diálogo no solo debe ser con el Gobierno de España, sino también entre catalanes. Haría bien Aragonés en hablar con Salvador Illa porque quizás también lo necesitará para que su gobierno no sea víctima de los caimanes de Junts per Catalunya. Ayer no acabó nada, ayer empezó todo.
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