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Partido Popular

Diputados y senadores de Ciudadanos preparan su fuga al PP

En algunos de los pactos de coalición el PP ha empezado a abrir una relación individual con cada representante de Cs. Dicen que por «la debilidad» del mando único.

Pablo Casado, Teodoro García-Egea, José Luis Martínez-Almeida y Fernando López Miras, ayer en un desayuno en Madrid Eduardo ParraEuropa Press

En los territorios el trato con el socio naranja por parte de las direcciones del PP está empezando a hacerse a título individual. Con parlamentarios, e incluso cargos institucionales, si se da el caso. La razón que ofrecen es que «no hay un poder central territorial del que fiarse», y, en consecuencia, tampoco hay un poder nacional que controle a estos poderes territoriales.

Así lo esgrimen en la parte popular, donde la estabilidad de las coaliciones la fían a «estar encima» de cada uno de los representantes naranjas en el grupo parlamentario del que dependen.

La crisis interna de Ciudadanos sigue cociéndose y ayer dio nuevas señales en el País Vasco, donde el pacto entre las dos fuerzas queda muy desestabilizado tras la fuga del ex líder naranja Luis Gordillo a las filas populares.

La operación del PP venía negociándose desde hace ya tiempo, y afecta de raíz a la coalición que PP y Cs tienen en el Parlamento vasco, por la que suman 6 escaños. Aquella operación la forzó Génova, a costa de abrirse una crisis en la organización regional, y dio resultados muy escasos. Fue un experimento que nació y murió allí.

En la oposición en la Cámara vasca, y ante la irrelevancia de su representación, el desequilibrio del acuerdo por esta última fuga es asumible para los populares. En realidad, al PP no le preocupa lo más mínimo porque cuenta más lo que pueda sumar en la balanza para acercar a Pablo Casado a La Moncloa. Y para Cs, el problema verdaderamente importante está en lo que sigue cociéndose detrás de los focos y que amenaza con afectar incluso de nuevo a su representación tanto en el Congreso como en el Senado.

La implosión de Cs tras el desastre de la moción de censura en Murcia aceleró una fase de descomposición. Dos diputados en el Congreso, tres senadores y hasta siete diputados autonómicos (Murcia, Madrid y Comunidad Valenciana) abandonaron el partido, lo que dejó a Inés Arrimadas sin grupo parlamentario en el Senado porque el mínimo son seis representantes.

Ahora las aguas vuelven a sonar, anticipando la tormenta que la dirección naranja teme que descargue cuando se aproximen las elecciones autonómicas y municipales. El drama es que huele ya mucho a tierra mojada y la tormenta puede estallar antes de lo que pensaban.

Control autonómico

Arrimadas ha perdido el control de las direcciones autonómicas de su partido. Y los líderes regionales tampoco controlan sus estructuras. El escenario más propicio, animado además por el subidón de la resaca de la Convención Nacional del PP, para que Génova no deje pasar la oportunidad de acelerar la absorción de Cs «por las bases».

El PP se siente en condiciones de dar otro golpe en la reunificación del voto del centro derecha tras la OPA que lanzaron con el salto de Toni Cantó, Lorena Roldán y Fran Hervías. Albert Rivera no asistió presencialmente a la Convención del pasado fin de semana, en una decisión puramente estratégica y que nada tiene que ver con el estado de las relaciones del fundador de Cs con la dirección de los populares. Génova sigue contando con Rivera y con su despacho de abogados para todos los recursos de inconstitucionalidad que anuncian contra las leyes del Gobierno.

Y Rivera continúa como fuente de inspiración para animar nuevos ingresos desde la bancada naranja. «Sólo Casado puede ser presidente», aseguró ayer Gordillo, el último trasvase de los naranjas a los populares, en un gesto que permite al PP incidir en el mantra de que su objetivo es ocupar todo el espacio del PSOE hacia la derecha.

El equipo de Casado hace publicidad de la tesis de que el espacio de centro, que en su día le disputó Cs, ya ha vuelto a ellos, y que ahora toca mirar más a la derecha e intentar recuperar para el centro algunas de las banderas de las que se ha apropiado hábilmente Vox en los últimos años.

Casado quiere gobernar en solitario y para ello necesita adelgazar todo lo posible la fortaleza electoral del partido de Santiago Abascal, con la esperanza de que, aunque les necesite para ser investido, pueda dejarles fuera del gobierno, en una copia del modelo de Isabel Díaz Ayuso en Madrid. Tan crecidos están en la dirección del PP, después de su cónclave valenciano, que se ven capaces de llegar al gobierno con el apoyo exterior de Vox, a cambio de nada, y después de haber fagocitado al partido de Arrimadas.

Por cierto, que en este proceso de absorción, aunque todos lo nieguen, la ideología pesa menos que la subsistencia, y a favor de los populares fluye la corriente que anticipa a los cargos naranjas que se quedarán sin trabajo si no se recolocan a tiempo. El último ex de Ciudadanos se ha pasado al PP de Carlos Iturgaiz, que no es, precisamente, el símbolo del PP más moderado y liberal. Castilla y León y Andalucía serán los siguientes exámenes decisivos para Cs, y en el PP creen que certificarán el final de la etapa de los gobiernos de coalición igual que ha ocurrido en la Comunidad de Madrid.

No hubo novedades en el programa, ni un discurso histórico de Casado, pero la Convención de Valencia ha hecho crecer la autoestima del PP. En la organización reconocen el acto de fuerza que representó el lleno de la Plaza de Toros, y que en el imaginario colectivo ha servido para revivir el espíritu que movilizó a las siglas en el clímax del «aznarismo».

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