Moncloa
Sánchez teme que Yolanda Díaz abandone el Gobierno antes de tiempo
La dureza de la crisis agita la coalición. La parte socialista teme que Podemos se salga del Ejecutivo y dé apoyo exterior antes de tiempo
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, mantiene ante sus socios el compromiso de que agotará la legislatura. Desde el Ejecutivo andan estos días renovando «votos» con los apoyos de la investidura para calmar las dudas entre los «costaleros» del Gobierno sobre las intenciones de Moncloa, una vez que cada vez es más evidente que la recuperación no es tan fuerte como se prometía y que el calendario electoral sopla en contra de los intereses de Sánchez, por la presión del adelanto de las autonómicas en Andalucía, y puede que también en Castilla y León.
Para los socios de Sánchez es «imprescindible» que el presidente agote su mandato, y en esta necesidad se incluye también Podemos. Y no pierden oportunidad para tantear al Gobierno y constatar que las intenciones no han cambiado, aunque no sea por fidelidad al compromiso adquirido previamente y sí por la constatación de que los intereses de partido aconsejan cumplir la palabra dada a quienes te sostienen en el poder.
Por los socios no será, porque si fuera necesario hay quien está incluso dispuesto a sentarse a negociar otros Presupuestos Generales del Estado (PGE), como te reconocen fuera de los canales oficiales.
En Moncloa hacen también cálculos sobre estas necesidades de los socios para medir la duración de la legislatura. Si se pasan en apretar, pueden perder el «negocio», y de ahí que, aunque no haya previsión de una estabilidad que permita aprobar grandes reformas, todos se mueven con la idea de que por interés compartido a Sánchez le quedan pocas salidas distintas a apurar los cuatro años.
Podemos necesita tiempo para consolidar la nueva alternativa de izquierdas que esperan que comande la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. La herencia que deja Pablo Iglesias no es sólo un problema de liderazgo. El grave problema es el destrozo que deja en el partido, sin estructura territorial, y deshecho en los órganos de dirección por las purgas efectuadas para «limpiar» los elementos menos afines al «cesarismo» de Iglesias.
El PNV tampoco quiere oír hablar de elecciones. Los nacionalistas vascos necesitan que el PSOE agote la legislatura, porque es tiempo que ganan para que Sánchez cumpla con los compromisos que ha ido adquiriendo en las distintas negociaciones presupuestarias. Llevar a término el mandato es garantía de que podrán cobrarse más facturas pendientes.
Y lo mismo le ocurre a EH Bildu. Para el partido de Otegi no es en absoluto oportuno que Sánchez se plantee disolver antes de tiempo porque entonces tendrían mucho menos margen para seguir aprovechando las circunstancias y su estrategia política para completar su particular plan penitenciario con los presos etarras. Todavía quedan demasiados terroristas en la cárcel como para que puedan apuntarse ante su parroquia el tanto de haberlos traído de vuelta a casa.
Y en el lado catalán, el Gobierno puede haber dado por perdido a Junts, pero con ERC juega con la carta de saber que están también necesitados de margen para consolidar en la Generalitat la figura de Pere Aragonès.
Con esta conjunción de intereses temporales en los partidos de los que depende la legislatura, en el Gobierno creen que por mucho que les aprieten, no llegarán a ahogarles. Y que incluso tienen en sus manos la llave para que, aunque sea a regañadientes, puedan aprobar las primeras reformas que exige Bruselas para seguir haciendo llegar fondos europeos. La laboral y la de pensiones.
Aguantar pueden aguantar, pero es posible que a costa de un desgaste mayor del que ahora tienen las siglas del PSOE si el tiempo trae una suma de malos resultados electorales, incluidas las próximas autonómicas y municipales, que tocan en la primavera del 23. Sánchez ya comprobó en 2019 el coste de convocar elecciones fuera de plazo para intentar mejorar lo que acabó empeorando, y éste es otro factor de peso en las decisiones que tomen en Moncloa.
Cada semana, incluso cada día, el Congreso deja la imagen de un presidente del Gobierno cercado por los partidos que le sostienen en Moncloa y en colisión permanente con el grupo de Unidas Podemos. Las reformas pactadas con Bruselas se presentan como el gran elemento de combustión de la estabilidad de la mayoría parlamentaria, y los morados están obligados a sacar las uñas y desmarcarse de decisiones obligadas por el mando europeo y que son incompatibles con lo que representan. Pero en el entorno de Sánchez creen que la debilidad del partido de Podemos le inhabilita para pasar de las amenazas a los hechos, igual que ocurre con ERC o con Bildu.
La tesis de Sánchez es que, al final, Podemos tendrá que ceder, con Yolanda Díaz al frente del acuerdo. Y en su manual de resistencia dice que, una vez que pase el terremoto del debate sobre las pensiones y el mercado laboral, con la primavera se asentará la crisis energética y podrá poner en marcha su artillería para movilizar a la izquierda. Esto a pesar de que Bruselas haya asestado un drástico recorte a las previsiones de crecimiento para España y nos haya relegado al furgón de cola de la Unión Europea.
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