José Manuel García Margallo

Por España

Hay que recuperar a los votantes que abandonaron nuestras filas

La candidatura de Alberto Nuñez Feijóo obtuvo 2.619 votos, el 98,35%, en el XX Congreso Nacional Extraordinario del PP Segunda Jornada del 20 Congreso Nacional Extraordinario del Partido Popular en Sevilla
La candidatura de Alberto Nuñez Feijóo obtuvo 2.619 votos, el 98,35%, en el XX Congreso Nacional Extraordinario del PP Segunda Jornada del 20 Congreso Nacional Extraordinario del Partido Popular en SevillaAlberto R. RoldánLa Razón

En 1927, Stefan Zweig escribió un libro memorable titulado «Momentos estelares de la humanidad» en el que pasaba revista a los hitos que hasta entonces habían cambiado la historia del mundo. El 24 de febrero de 2022 se recordará como otro de estos hitos. Putin invade Ucrania haciendo trizas la legalidad internacional y los compromisos que la propia Rusia había contraído con Ucrania (Memorándum de Budapest de 1994) asestando un durísimo golpe al orden liberal internacional que nos habíamos dado en 1945 (libertades y derechos fundamentales, democracia representativa y multilateralismo como método de solución de conflictos). Además, es probable que gane una negociación en la que Ucrania renuncie a ingresar en la OTAN y a tres de sus territorios (Crimea, Lugansk y Donetsk); la legitimación de la fuerza como fuente de derechos. En el norte de África, Pedro Sánchez ha irritado a Argelia, al cambiar la tradicional posición española sobre el Sáhara y eso tendrá consecuencias en la factura del gas.

En los días que nos ha tocado vivir, no será el único cambio sistémico. La economía internacional –dañada por las crisis de Lehman Brothers, Covid-19 y la guerra en Ucrania– entra en una nueva fase, que se parecerá bastante a la crisis del petróleo de 1973, cuando la guerra de Yom Kipur llevó a los árabes a elevar el precio del petróleo de forma inmisericorde. Consecuencias: inflación galopante y un empobrecimiento colectivo porque los recursos que debíamos transferir al exterior para pagar la energía no estaban disponibles para otras necesidades (inversiones, Estado del bienestar, etc.). Los países industrializados se apretaron el cinturón y lograron salir del hoyo. En España tardamos mucho en reaccionar porque los gobernantes franquistas no se veían capaces de imponer sacrificios letales para su supervivencia. Sólo cuando llegó la democracia, las fuerzas políticas –todas– acordaron un plan nacional para salvar a España de la bancarrota y repartir equitativamente los daños de la crisis.

A España todos los cambios le pillan en plena crisis institucional. Hoy, el Gobierno está dividido internamente y se sostiene gracias al interesado soporte de algunas formaciones políticas que ni comulgan con los principios que inspiran nuestra Constitución, ni entienden lo que es la economía social de mercado, ni participan del atlantismo y del europeísmo común a todos los partidos de gobierno en la Unión Europea. El Gobierno está agotado, ha perdido la calle y no parece capaz de responder a los desafíos que España va a afrontar en este cambio de época. No podemos seguir así.

En la centroderecha, también las cosas se han enredado en los últimos tiempos. El anterior Congreso del PP, hace ahora cuatro años, se saldó con una apuesta por la renovación, pero dejó extramuros del partido a militantes que apostaron por los otros candidatos posicionados. En los años siguientes la dirección del partido se empecinó en el control interno abriendo heridas innecesarias con las direcciones territoriales y con dirigentes que demostraron liderazgo. Es hora de abrir una nueva etapa para recuperar a los muchísimos votantes que, descontentos por la debilidad ante la izquierda clásica y el separatismo, abandonaron nuestras filas. Si el partido es capaz de responder a sus inquietudes y ofrecerles lo que añoran, volverán a la casa común.

Para que ese reencuentro con los hijos pródigos se produzca, el Partido Popular tiene algunas tareas urgentes. La primera, reconocer que el «NO» no gana elecciones y que lo que se pide a un partido que aspira a gobernar es ofrecer soluciones a los problemas que España tiene; no oponerse por sistema a las que el Gobierno ponga encima de la mesa, simplemente por el hecho de que son propuestas que vienen del Gobierno, por escasa que sea la credibilidad de Pedro Sánchez.

Lo segundo es que no podemos obviar es que los partidos con los que se coaliga o se apoya el Gobierno quieren convertir la España que conocemos en una especie de nación de naciones, estructurada de forma federal o confederal en que se reconozca el derecho a la secesión unilateral de los territorios que la integran. Ni que algunos de esos partidos aspiran implantar un socialismo bolivariano cuyos resultados son de sobra conocidos. Ni tampoco que en política internacional algunos de ellos anhelan dinamitar la Alianza Atlántica, precisamente ahora que es más necesaria que nunca. Una alternativa constitucionalista a un gobierno que carece de credibilidad es hoy un deber patriótico. Y el PP es la clave de bóveda de esta alternativa.

La refundación del PP que vamos a hacer en Sevilla es un deber hacia nuestros votantes pero, sobre todo, es un deber hacia España, que no puede seguir al albur de los caprichos de un presidente cuya única obsesión es permanecer en el poder. En Sevilla debemos defender lo que Cánovas llamaba las «verdades madre» que la Carta Magna consagra: el compromiso férreo con los derechos y libertades, con especial atención a la igualdad entre hombres y mujeres, la monarquía parlamentaria, la separación de poderes y la independencia judicial, la economía social de mercado, el multilateralismo como método de solución de conflictos y un propósito firme de culminar el proyecto europeo en una unión política que haga de la Unión Europea un actor relevante en una escena internacional cada vez más controlada por dos grandes potencias: China y Estados Unidos.

Aviso a navegantes: cuando el centro de gravedad de la centroderecha se desplaza demasiado a la derecha, se pierden las elecciones. Prueba: en 1979, UCD tuvo 138 escaños y AP 9. En 1982 UCD tuvo 13 escaños y AP 105. El PSOE tuvo 202 y estuvo en el poder catorce años. En la sede de AP corrió el champán, pero mucho más corrió en la del PSOE.