Jorge Vilches
Poliamor en el PP
Feijóo solo aplaudirá aquellas políticas de los dirigentes autonómicos del PP que coincidan con su proyecto
Feijóo no irá a la toma de posesión de Mañueco. Tampoco fue al debate de investidura. Dedicará el día a entrevistarse con los sindicatos y la patronal. El mensaje es claro: «Vosotros tenéis cada uno vuestro proyecto regional, yo tengo el mío nacional. Respeto vuestra autonomía, y vosotros la mía. Por eso no me pidáis que haga algo que desluzca mi proyecto. Por ejemplo, ratificar una coalición con Vox».
En consonancia con esto, Feijóo solo aplaudirá aquellas políticas de los dirigentes autonómicos del PP que coincidan con su proyecto. En el resto, en aquellas que le incomodan o le deslucen, se pondrá de perfil, como si no fuera su partido. Es un giro completo al plan de intervención de Casado y García Egea, que suponía una uniformidad forzada al proyecto nacional del líder.
El PP tiene ahora 20 proyectos: los 19 autonómicos, con Ceuta y Melilla, y el nacional, el de Feijóo. Esto supone en la práctica que pueden hablar a electorados distintos. Su liderazgo supone asumir que hay al menos dos tipos de mentalidad electoral: la autonómica y la general, y que, por tanto, pueden coexistir dos proyectos dentro de un mismo partido. Es así como pretende conseguir la paz interna y resucitar en el País Vasco y Cataluña, dando libertad para acercarse al nacionalismo.
Mientras en una autonomía como Madrid, por poner un ejemplo, la figura de Ayuso atrae del centro a la derecha, del votante que fue de Ciudadanos al que es de Vox, la pretensión de Feijóo es otra. El gallego quiere vascular entre el PSOE y el PP. Esto no quita que aplauda la gestión y el discurso de Ayuso. Simplemente no lo secundará ni lo censurará mientras funcione. A Feijóo solo le importa que la marca tenga éxito aunque la fórmula sea distinta según el lugar.
Es la fórmula del poliamor político. Me refiero al vínculo entre diferentes proyectos dentro de un mismo partido, sin negar que tengan relaciones con otros, ya sean de izquierdas, de derechas o nacionalistas. Todo vale mientras dibuje una sonrisa en el rostro; es decir, se alcance el poder o se mantenga. Al tiempo, ese poliamor puede servir a Feijóo tras las elecciones generales para merecer el apoyo de grupos nacionalistas como el PNV. ¿Qué importa que los independentistas crean que son una nación con derecho a su unidad de destino en lo universal mientras la economía vaya bien, se cree empleo y baje la inflación?
«No me hable de Estado plurinacional cuando hay tres millones de parados y la inflación está en el 10% y subiendo». El secreto de Feijóo es el pragmatismo y la contabilidad. Es la diferencia entre el poliamor y Frankenstein, lo útil y lo artificial. Hasta los electores socialistas aprueban a Feijóo y confían en él. Ninguna encuesta da al PSOE de Sánchez una victoria ajustada a la superioridad moral que se gasta el sanchismo. Por eso Moncloa está asustada.
Feijóo se presenta como el Draghi que vino de Galicia: un gestor por encima de las chiquilladas de la nueva política para poner el patio en orden. Por eso fallan los ataques sanchistas para desautorizar su figura: cada vez que llaman «ultra» a Feijóo, o socio de los «ultras», el PP gana votos porque el PSOE queda en ridículo. Insultar a los votantes nunca da resultado. Quizá por eso el sanchismo está perdiendo votos en el mundo rural andaluz en favor de Vox.
Esto tiene una difícil marcha atrás para el Gobierno. El sanchismo es tan ideológico que no es capaz de cambiar en plena crisis, despojarse de sus instrumentos retóricos y de sus nefastos aliados, y dar otra imagen para generar ilusión o al menos retener el voto. Mientras, en el PP, Feijóo ha dado con la fórmula para que el proyecto de partido continúe: una relación abierta, un poliamor sin más atadura que el saneamiento de las cuentas pública.
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