Cataluña

Escaleras abajo

Si el uso de los dos idiomas es tan poco problemático en la calle, ¿por qué habría de serlo en el sistema educativo?

Una vez más en Cataluña, los partidos políticos tradicionalistas de lo autóctono se embarcan en el enésimo despropósito en torno a temas de lengua. Todo es inventar conceptos vacuos y explicaciones falaces para dificultar la realidad allí donde las cosas se muestran claras. Tanta complicación y perdida de tiempo se cocina bobamente con el único y desalentador objetivo de conseguir intereses particulares de votos políticos. El último invento para explicar lo indefendible y autojustificarse es promover la fractura disfrazada de consenso.

En Cataluña todos sabemos, números en mano y por el uso, que la inmersión ha fracasado y que, simultáneamente, el uso de las dos lenguas en la calle no es ningún problema. Por supuesto, siempre existirá algún fachenda que exigirá al prójimo que deba hablar en la lengua que él diga. Pero, en general, todo el mundo razonable sabe que no se puede obligar a los demás a hacer algo que no quieren. Mientras no se asuma esa realidad callejera y de a pie, nunca se podrá hablar de un verdadero consenso en ninguna parte. Otra cosa es este multiverso paralelo donde viven algunos políticos que intentan apacentar a sus plácidos rebaños de votantes con el pienso de las imposiciones, los cordones sanitarios lingüísticos y las líneas rojas. Si el uso de los dos idiomas es tan poco problemático en la calle, ¿por qué habría de serlo en el sistema educativo? Al fin y al cabo, vista esa realidad, a nadie va a perjudicar una simple cuarta parte de castellano en las aulas. Contradiciendo todas esas obviedades, se inventan adjetivos para cada lengua según el gusto del mandamás de turno. Olvidan que adjetivar es discriminar y que la lengua se habla, pero ponerse a hablar de ella y calificarla es, aparte de discriminación, pedantería.

Ahora han inventado el calificativo de “curricular” para una lengua. Ya me dirán que quieren decir con ello, como no sea recordar que era la lengua de los currantes de barrio de la emigración en Cataluña. Ya sucedió cuando, hace años, se le estampó a nuestra pobre y manoseada otra lengua el adjetivo de “propia”. Obviamente es un término de tal ambigüedad semántica y amplitud que no sirve para nada, como no sea para confundir. Es útil para los políticos porque en él pueden meter todo lo que les convenga según el momento; incluido lo inmoral, lo antidemocrático y lo indefendible. Pero lo cierto es que no tiene ningún rigor ni precisión científica. El único adjetivo que puede relacionar una lengua con un territorio -de una manera filológicamente aceptable- es el de “autóctono”, que quiere decir que se encuentra allí donde se ha originado.

Ahora en “Catanación” (ese país imaginario con estética de hadas y elfos paletos) los catalanes tendremos que escuchar el triste espectáculo de cómo a las nobles y venerables lenguas se las veja adhiriéndoles insultos como “vehiculares”, “curriculares”, “propias” o “impropias”. Que mi querida región se ha convertido en el país imaginario de las hadas y los elfos paletos es algo que me parece ya perfectamente demostrable (basta ver la arquitectura de Gaudí para comprobarlo). Pero ahora, a esta escenografía de enanitos de jardín artúricos, se añade el improbable proyecto de intentar colar como desobediencia civil una desobediencia institucional interesada. Lo triste es ver a los socialistas catalanes, que durante tanto tiempo se quisieron modernos en el siglo pasado, volviendo a rodar escaleras abajo por esa misma pendiente. Ya en las últimas décadas se habían distinguido por la indulgencia frente a las trampas ante la ley para conseguir que una parte de los catalanes se salieran con la suya por encima de otros. Dado que habían acostumbrado a la población a la idea de que estaba bien saltarse las reglas democráticas para alcanzar lo que uno quiere, fueron cayendo hasta encontrarse un día sorprendidos que se desplomaban en el rellano de octubre del año 2017. Y entonces todo fueron carreras, sorpresas y discursos (algunos excelentes, por cierto) ante lo que calificaron del mayor error político del tradicionalismo autóctono reaccionario, del cual también ellos formaban parte. Pero como de discursos no vive el ser humano ni el hablante, el socialismo catalanista, harapiento y maltrecho, con el cuerpo fracturado, tuvo que arrastrarse escaleras arriba, tirando de sus fieles irredentos sin ganar un solo votante, hasta incorporarse un poco, con las piernas vacilantes y el pulso temblón, en el rellano de origen. Sus primeras palabras, después de todo el gran batacazo, fueron (en lengua “vehicular”, “curricular” o “propia”) con el tono aflautado de Illa, para asumir que gobernaba Pere Aragonés.

Un anciano, como el socialismo catalán, con el sistema psicomotor artrítico y situado en el borde de un rellano, hace temer cualquier desgracia. Usando de nuevo la indulgencia (lo único que ha sabido hacer siempre) el rodar de nuevo escaleras abajo será inevitable.