Antonio Martín Beaumont

La paz de los cementerios

No es raro, claro, que la obsesión en los pasillos de La Moncloa sea hoy desmontar a Alberto Núñez Feijóo

Esta legislatura está sentenciada. Desde hace tiempo. Y la contundente debacle electoral de la izquierda en Andalucía sólo le ha dado la puntilla. Es el mismo Pedro Sánchez quien con un mandato personalista, extravagante, ineficaz, lleno de sobresaltos y, sobre todo, de espaldas a la mayoría de los españoles, se ha situado al final de la escapada. Porque el presidente del Gobierno ha asentado su supervivencia en el poder en las espaldas de comunistas, separatistas y bilduetarras incompatibles con el interés general de los españoles.

Digámoslo claramente: los cimientos de Sánchez son de cartón piedra. Así las cosas, el desgobierno era lo previsible, y lógica su acelerada descomposición en cuanto se ha hecho palpable la frustración de la recuperación económica. Con los bolsillos seriamente amenazados, en tiempos de enorme confusión, cargados de nubarrones de dimensiones todavía desconocidas, la gente corriente busca certidumbres. Y, naturalmente, vuelve su vista al Partido Popular. Cambio de ciclo.

No es raro, claro, que la obsesión en los pasillos de La Moncloa sea hoy desmontar a Alberto Núñez Feijóo antes que elaborar medidas realistas que favorezcan a los ciudadanos. Este es un Gobierno amasado en la propaganda para derribar al adversario. Con ese caldo de cultivo, y según avanzan las semanas, el pánico a que los palos del sombrajo se les caigan en las municipales y autonómicas dispara la querencia de los barones socialistas a alejarse del Gobierno. En el PSOE todos se tientan la ropa. Y mucho mandamás es consciente de que «Sánchez resta».

En voz baja, de momento, impera el «sálvese quien pueda», preludio del vértigo de una derrota en las generales. Las ganas de decir «basta» las evidencia el silencio en público. El PSOE es la paz de los cementerios. Sin embargo, las llamadas para desahogarse se han multiplicado desde el 19-J. El debate pendiente es si, para la anquilosada marca socialista, Sánchez ya no es la solución, sino el problema. Cuestión de tiempo. Lo mismo le ocurrió a Zapatero.

Un dirigente territorial resume el panorama: «Pedro seguirá pedaleando subido en su bicicleta, aunque vaya sin cadena, hasta diciembre de 2023». Porque ni Sánchez va a admitir su responsabilidad en el desgaste ni el Partido Socialista tiene fuerza para pinchar su burbuja. El rey está desnudo aunque nadie se atreve a decírselo. La ruidosa coalición con Unidas Podemos les está haciendo polvo. Los mimos a ERC y Bildu les matan. Hasta algunos ministros reconocen que «eso es un hecho»; eso sí, bajando el tono de voz.

El ambiente de pesimismo interno no arredra a un presidente del Gobierno dispuesto a todo en su acabose. Hasta ha recuperado los «Aló presidente». Sus asesores le han dicho que la solución está en que «empatice» con las clases medias presentándose como «molesto» para los poderes económicos. Populismo económico izquierdista. Otro guiño al radicalismo izquierdista. Veremos el daño que esta nueva «patada adelante» hace a nuestros pilares sociales. De hecho, subido a su pedestal, considera que las reglas pueden adaptarse a su voluntad. El asalto al Tribunal Constitucional ha sido la última demostración, tras consumar el abordaje a la estratégica Indra, al INE o al delicado CNI en un largo e intolerable etcétera que erosiona nuestro sistema. Ante tal realidad, suena trapacero que Sánchez reclame «sentido de Estado» a Feijóo.

La pregunta del millón es: en esta situación, ¿logrará Sánchez llegar hasta el final del mandato? Los estrategas monclovitas hablan incluso de que el batacazo andaluz va a ser un acelerador para recomponer las relaciones con sus costaleros parlamentarios. La idea es que un Partido Popular catapultado como alternativa les hará caer en los brazos sanchistas. No parece desde luego que ellos hagan esa lectura. Es más, solamente aspiran a beneficiarse de la actual debilidad del presidente. «La legislatura da para escribir un libro. Así, en caída libre, tenemos difícil aguantar», me admitía contrariado un diputado socialista.