José Antonio Vera
Bajar impuestos y gastar menos
Moreno Bonilla la ha liado y Escrivá la ha rematado.El presidente andaluz deflacta su tramo de IRPF y suprime el gravamen al Patrimonio. El ministro tercia con una centralización fiscal. La guerra está servida. A Escrivá el Gobierno lo descalifica, pues hablar de «centralizar» es una herejía para vascos y catalanes. No es la de Escrivá una opinión personal. Los ministros siempre son ministros cuando hablan en público, incluido a Alsina. Cosa diferente es que el ex jefe de la AIReF meta demasiado la gamba. El fondo de la polémica está en que el Gobierno quiere impedir que las autonomías del PP bajen los impuestos. Pretende que Moreno y Ayuso tengan la misma presión fiscal que las autonomías socialistas o la Generalitat. Sólo que Cataluña necesita mucha financiación para pagar su estructura de Estado paralelo, mientras que a Ayuso y Moreno les vale con que haya suficiente actividad. Bajar impuestos incentiva esa actividad. Se lo explicaron a Reagan con la curva de Laffer, y el republicano lo puso en práctica con éxito. Bajó impuestos y recaudó más. También Aznar en España. Con menos presión fiscal sube la recaudación. Por paradójico que parezca.
Siempre que el Estado rebaje el gasto público, claro. No en Sanidad o Educación. Para entendernos, hay que eliminar el derroche. Porque es grosero que mientras las familias se empobrecen por la escalada de la luz, el gas y los combustibles, el Gobierno mantiene su estructura gigantesca e incluso aprovecha la coyuntura para un ingreso extraordinario por vía de la fiscalidad. Si suben los precios, el Ejecutivo hace más caja con el IVA. Los ciudadanos pagamos más por malvivir, y Hacienda se lucra con subidas escandalosas que deberían ser frenadas de la única manera posible: reduciendo el IVA, deflactando el IRPF, abaratando la tasa por los derechos de emisión de CO2, rebajando la presión fiscal a pymes y autónomos, eliminando el impuesto al Patrimonio como en la UE, y suprimiendo Sucesiones.
Para bajar impuestos hay que dejar de gastar a lo loco, cierto. El problema es que a este Gobierno le encanta repartir y subvencionar, bonificar, subsidiar, dar a los estudiantes el bono cultural y el social. Si se eliminan los pesebres, encaminados casi siempre al clientelismo electoral, se puede aminorar la imposición, fundamental para incentivar la actividad y el consumo. O sea: no nos quiten dos mil para regalarnos después doscientos. Mejor no den nada gratis y cobren lo mínimo al ciudadano. La mejor ayuda es que la economía funcione, creando empresas y generando empleo de verdad, no los fijos discontinuos de los que se jactan tanto Escrivá como Yolanda. Hay que reducir el gasto como sea. Por ejemplo: ¿para qué queremos tantos políticos? Alemania, con 80 millones de personas, paga a 150.000 políticos. Nosotros, con la mitad de habitantes, a 445.000. Más que EE.UU. No necesitamos 445.000 políticos, 22 Ministerios (5 más que Brasil), centenares de consejerías, 800 asesores en el Gobierno central y miles en las autonomías. No son necesarias tantas Agencias, Observatorios, empresas públicas deficitarias y chiringuitos socio-sindicales. Los sindicatos ahora se están forrando, por eso no convocan ni una sola huelga contra Sánchez, pese a que vivimos la peor crisis económica de la democracia. En el ránking oficial de la OCDE, España es el país número 27 (de un total de 37) en eficiencia de gasto público. Habría que reducir ese derroche ineficiente en 60.000 millones. Con ese dinero bajaríamos la presión fiscal a familias, empresas, pymes y autónomos. A los ricos, no. A los que no les da para pagar el alquiler, sí. Eso es lo que pretenden tanto Moreno como Ayuso y Feijóo. Y lo que quiere evitar Sánchez.
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