Tras el 1-O

Negacionismo estructural

Nada cambiará. Se seguirá negando la existencia de la mitad de los catalanes que no comulgan con la ideología supremacista de la región

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El martes, cuatro días antes de que se cumpliera el quinto aniversario de los sucesos del 1-O, TV3 emitió en horario de «prime time» un documental para sus fieles. Se trataba de un publirreportaje con forma externa de documento, dedicado a loar la tarea de los catalanes que hace cinco años ayudaron a esconder los recipientes de plástico que querían usar como urnas el día uno de octubre. Obviamente, el programa era en gran parte una ficción, pero resultaba muy ilustrativo de las difíciles relaciones que el catalanismo ha establecido últimamente con la realidad y su necesidad de rehacer el relato de ésta cuando los hechos contradicen sus sueños. La principal arma de reconstrucción para ello es su buque insignia retórico, TV3. Y es muy curioso observar como la emisora ha conseguido crear un público para documentales (a base de ensalzar el género), al mismo tiempo que en su oferta incumple las reglas imprescindibles de éste; a saber: no proponer recreaciones de los hechos con actores y escenografía, no incluir bandas sonoras que guíen emocionalmente al espectador de una manera subliminal, escuchar a todas las partes, buscar una objetividad neutra, etc.

Podría decirse que, paradójicamente, lo que el público cautivo de TV3 pide ahora mismo son documentales falsos destinados a alentar sus propios prejuicios. Insisten en llamar «sin ficción» a lo que participa de todos los mecanismos de la ficción para, exhibiendo como una supuesta fortaleza lo que es su principal debilidad, ocultar su defecto de base. Ni una reflexión sobre la objetividad, ni una mirada sobre la capacidad tendenciosa de los mecanismos narrativos.

Por supuesto, en el programa nadie se paraba a reflexionar si no era feo haber intentado usar los lugares públicos de todos para beneficio propio o si se rompía con ello el pacto mínimo de civilidad y convivencia. Nadie mencionaba ni por un momento a la mitad de los catalanes que no estaban de acuerdo con aquello y, en lugar de esa exigible cortesía, se recurría a la épica para negar el hecho contrastable de que el 1-O fue un impresionante fracaso político desde todos los puntos de vista.

Sin embargo, a la salida del confortable salón-comedor sabatino de esas ficciones con forma de supuesto documental, en cuanto se traspasa el umbral de ese mundo cerrado, la realidad salta a la cara y uno se encuentra con que allá afuera suena por todas partes en catalán el «Que pasa nen» de Alizz y sus inolvidables versos («las elites culturales somos nosotros también», «vosotros sonáis aburridos y estirado», «Rosalía y Estopa son del Baix Llobregat», «burguesía intelectual podéis comérmela».

Ese es el lugar donde nos encontramos aquí en el momento actual, cinco años después del 1-O. Pero es que, además, Alizz reivindica que la verdadera tradición catalana son todos esos catalanes mestizos y plurilingües, y no la cultureta oficial. Por supuesto, a Luis Llach le ha dado un ataque de hipo y cual señorita Rottenmeyer ya está pretendiendo decirnos a todos lo que debe ser cultura y lo que no, lo que debe ser catalán y lo que no. Como si a Castefa (Castelldefels) le importara ni por un momento las enaguas patas arriba del rancio Ejército de Salvación Supremacista que quiere redimir pecadores con sus ejercicios de apropiación cultural.

Una vez más, nada cambiará. Se seguirá negando la existencia de la mitad de los catalanes que no comulgan con la ideología supremacista de la región. Los próximos meses, los socialistas irán como locos igual que siempre para intentar captar hacia su bando al universo Alizz, porque, de boquilla, debería ser ese su discurso. Pero todos aquí ya saben que siempre lo dicen, pero nunca lo llevan a la práctica. Son demasiados años de experiencia en el trato con la reconocida indulgencia del PSC hacia su tuétano nacionalista. Afirman estar en contra de ese habitual negacionismo estructural, pero luego sus actos contradicen sus palabras y terminan participando de todas las iniciativas e instituciones que lo sostienen. Por tanto, las casillas no se moverán demasiado. Esa es la lamentable experiencia del 1-O a cinco años vista: que el mundo nacionalista parece haber aprendido poco o nada de ese día. La propia guerra dentro del Gobierno autonómico es la prueba más clara de ello.

Mientras la cerrilidad sea el único argumento político que esgriman, no servirá de nada ninguna negociación en marcos jurídicos de imposible legalidad. Solo la usarán los separatistas para simular que han agotado las vías de negociación antes de lanzar un nuevo proyecto insurreccional. La queja será que la paciencia no puede ser eterna. Y esa supuesta paciencia defraudada será la excusa para justificar lo indefendible, para intentar convencer a la mitad de la población que se embarque en la innoble tarea de despojar de sus derechos democráticos a la otra mitad.