José Antonio Vera

Una convulsa y crispada vuelta a la normalidad

Montero lució transparencias moradas; la otra Montero, mucha geometría; Garzón, sin corbata y chapa comunista; Marlaska, muy clarito; Yolanda, con gafas transhumanas, y Pilar Alegría, de elegante verde salvemos-el-planeta

La vuelta a la normalidad «plena» del 12 de Octubre,tras los annus horribilis de las restricciones pandémicas, no pudo ser más convulsa, marcada por la bronca en la calle contra el Gobierno, el despropósito protocolario originado por la tardanza de Sánchez en llegar a la parada militar, y la injustificada ausencia de miembros del CGPJ en un acto tan relevante como el desfile de las Fuerzas Armadas en el Día de la Fiesta Nacional. Más aún si sumamos a lo anterior las declaraciones del presidente del Gobierno y del jefe de la oposición durante los corrillos en el Palacio Real. El primero, afirmando que «el PP sabe de sobra que el sistema de elección de los jueces no se va a cambiar», y Feijóo, insistiendo en que no habrá acuerdo si no es con el compromiso firmado por Sánchez de volver al sistema de «los jueces eligen a los jueces» que marca la Constitución.

De modo que el optimismo del día anterior con relación a la cacareada renovación se ensombreció. Lesmes ausente, los vocales también porque fueron invitados tarde y el runrún habitual entre políticos, jueces y periodistas sobre la más que posible elección hoy de Rafael Mozo como presidente interino del CGPJ, y Francisco Marín del Tribunal Supremo. Unos y otros, conjurados para evitar de nuevo el «circo judicial». Y es que está la Judicatura española tan agitada como la rúa. Los abucheos al presidente fueron intensos en la calle pese al intento monclovita de eludir a la gente llegando tarde a la parada militar y haciendo esperar al Rey dentro del auto, pues marca el protocolo que Su Majestad ha de ser siempre el último en llegar. Así fue también ayer, pero a costa de retrasar al Monarca por la asistencia tardía del jefe del Gobierno, que intentaba zafarse de la jauría callejera que le persigue. Tal fue el lío protocolar que la presidenta de la CAM, el alcalde madrileño, el JEME, el JEMAD y demás autoridades se quedaron sin el saludo de rigor del jefe del Ejecutivo, agobiado en su aterrizaje por las soflamas y las prisas.

Nada grave en realidad, sino más bien extraño. Lo grave sigue estando en Ucrania. En Madrid, la bronca habitual, ayer sobrellevada por los diferentes colores y estridencias de los ministros y ministras: Montero lució transparencias moradas; la otra Montero, mucha geometría; Garzón, sin corbata y chapa comunista; Marlaska, muy clarito; Yolanda, con gafas transhumanas, y Pilar Alegría, de elegante verde salvemos-el-planeta. La Fiesta lo merecía y la nueva normalidad también. Normalidad crispada, como el 12 de octubre en Barcelona. No asistió Illa ni nadie del PSC, tal vez porque no les gustaba mucho el lema «Más España y más español». Los que sí fueron reclamaron mucha presencia del Estado en Cataluña y que al 12 de Octubre se le vuelva a llamar también Día de la Hispanidad, como lo denominó Suárez en 1981 tras la restauración democrática. Después el PSOE, en 1987, lo dejó a secas en «Día de la Fiesta Nacional». En España, desde siempre, llamamos Fiesta Nacional a la Tauromaquia, de manera que nuestro día-más-grande equivale ahora al Día de los Toros. Nada más ridículo e incompleto. El 12 de octubre de 1492 Colon descubrió a América. Eso es lo que celebramos. Más de 577 millones de personas hablando la misma lengua, 483 de ellos nativos. Dice Jesús Angel Rojo en su nuevo libro «Dueños del Mundo», que «un país que reniega de su historia es un país huérfano que va a la aniquilación». No le falta razón. Descubrimos América, la Antártida, Australia y Nueva Zelanda, y nos pasamos todo el tiempo admirando a los británicos, que exterminaban a cuantos indios les salían al paso y construyeron la leyenda negra antiespañola, comprada al cien por cien por una izquierda a la que molesta sobremanera que el 12 de Octubre se llame también Día de la Hispanidad.