Opinión

Los Clichés o esos tics recurrentes

Pedro Sánchez tira de la sonrisa de insolencia sedosa cuando se ve atacado

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno, Pedro SánchezAlberto R. RoldánLa Razón

Sería presuntuoso por mi parte pretender compararme con el presidente del gobierno. Soy mucho más bajito que él, no tan fotogénico, e infinitamente menos solvente económicamente. Pero si un corazón peleón y un sentido humorístico de las proporciones significan todavía algo en este mundo, habrá que reconocer que soy tan humano como cualquier Pedro Sánchez, con lo cual puedo detectarle con facilidad un similar conjunto de particulares tics y manías como los que nos aquejan a las demás personas.

Esos tics y tópicos recurrentes que arrastra consigo se hacen más evidentes en Sánchez (se visibilizan más, que diría un cursi) cada vez que se ve sometido a presión electoral. Los clichés del presi son, al fin y al cabo, un repertorio reducido y pueden dividirse en dos grandes grupos: los clichés retóricos y los clichés gestuales. Los retóricos son una serie de tematizaciones de pueril retropopulismo universitario. Se resumen básicamente en que el mundo se divide en buenos –que se preocupan por los demás– enfrentados a egoístas feos y tiñosos que están siempre a la sombra de los poderosos, para defender los intereses de éstos y hacerles la pelota. Otro de sus tópicos temáticos preferidos es el de la retrógrada fiera derechista que avanza en la oscuridad. Ultraderecha es todo para Sánchez; incluso la libertad si no es entendida al modo de las primarias cesaristas que a él le parecen tan correctas. Para sustentar el argumento de la conspiración mundial ultraderechista, recurre a un sempiterno supuesto avance global del fascismo. Nunca queda claro donde reside de una manera efectiva ese nuevo hitlerismo. Su tinte es difuso. A veces, parece que se localiza en cosas tan banales como llevar corbata, otras en un «redneck» norteamericano o en un sátrapa del Este; pero también parece como si lo localizara a veces en los consejos de administración de los bancos o los equipos directivos de las eléctricas. Ese «dónde está Wally» sociopolítico es un comodín de gran uso. El problema es que, si hemos de hacer caso a sus socios de gobierno, el fascismo parece ser que se esconde también, vaya por dios, en su propio gobierno socialista. Sea como sea, la ultraderecha queda convertida en un cliché. En concreto, el fascismo es el nuevo hombre del saco.

Todos estos estereotipos temáticos, Pedro Sánchez los emite con análogos clichés gestuales. Uno de ellos es la sonrisa de insolencia sedosa cuando se ve atacado. Otro, bien conocido, es el intento de mirada clara cuando tiene que jurar sobre la cabeza de su madre que sus propósitos políticos son seráficos, bondadosos, o que cree en algo que todos sabemos perfectamente que no cree. Está también la afectación de humildad. Baja el tono de la voz y la atipla un poco, hace pausas de dos segundos entre sus afirmaciones, momento que aprovecha entre ellas para poner mirada de cachorrito implorante. Fíjense entonces en como junta en esos momentos las cejas haciendo ángulo circunflejo durante una imperceptible milésima de segundo. El mensaje que intenta transmitir con su lenguaje corporal es: «Me lo está poniendo usted muy difícil para que le considere tan bondadoso como me considero a mí mismo».

A veces no puede evitar comunicarlo con su habitual indeseado bruxismo, contra el que, sin duda, ha luchado duramente durante toda su carrera política ya que es muy delator.

Un cliché es básicamente un automatismo. La palabra «cliché» es de origen francés y proviene de una onomatopeya basada en el sonido repetido de los tipos metálicos cayendo en sus huecos de composición en las primeras imprentas que aparecieron desde 1470 en la Sorbona. Sánchez es como una linotipia de aquella época, repartiendo en sus discursos y alegatos una bondad demasiado robótica. En el fondo es un hijo de nuestra época de automatismos, heredera del maquinismo.

Nos esperan ahora unos meses aguerridos de constantes debates, mítines y alegatos. Si el presidente del gobierno, durante ese tiempo, va a insistir en facturarnos una vez más esos ya insufribles y caducos clichés, por favor, toda la población española de uno u otro signo, le imploramos perentoriamente (de rodillas y sollozando, si es necesario) que intente al menos encontrar algunas metáforas nuevas para hacerlo y no tener que morir de aburrimiento.