Opinión

Cum laude en desprestigio

Una pena que Marlaska haya dilapidado su carrera de manera tan ruin como inexplicable

PP y Vox pedirán mañana en el Congreso la dimisión de Marlaska tras la muerte de dos guardias civiles
El ministro del Interior, Fernando Grande-MarlaskaEuropa Press

Parece que Marlaska se siente orgulloso de ser el ministro del Interior más longevo de la democracia. Tendría motivos para ello si, amén de lo cronológico, le acompañara el reconocimiento. Pero en esto último es difícil encontrar a alguien, incluso dentro del PSOE, que valore positivamente su gestión, salpicada de controversias: ceses arbitrarios, traslados injustificados de etarras, uso partidista de una falsa denuncia homófoba, la investigación sectaria del caso Maroto, una política migratoria nada transparente, las avalanchas de inmigrantes, el reparto arbitrario de subsaharianos, el polvorín de los menores expulsados, el colapso de asilados en Barajas, la tragedia de los muertos en Melilla y, ahora, el asesinato de dos guardias civiles en Barbate. Diríase que Marlaska no da una a derechas. Todo cuanto le afecta se convierte en polémico o es deficientemente gestionado, a veces por pura tendenciosidad. Lo que ha llevado a algunos a plantear la duda de si cuando ejerció de juez, muy bien valorado por su valentía contra ETA, ejerció también igual que ahora, sólo que sin la lupa del cargo. Claro, no es lo mismo un puesto político sujeto a examen mediático, que funcionar con total libertad. En la Audiencia se pueden tomar decisiones contundentes sin deterioro alguno. Salvo que seas un Garzón. En política es bien distinto. Hay que tener mano izquierda, ejercer el poder con tacto exquisito, al estilo Margarita Robles, juez con tanto o más prestigio que él mentado, pero que apenas ha tenido complicaciones en Defensa. Alguien podría decir que «ha tenido suerte». La realidad es que la suerte se trabaja cada día. Se puede sufrir un traspiés por el azar, pero cuando los errores son continuos, es porque algo mal se está haciendo.

Marlaska funciona al estilo Sánchez, sin contar con nadie, tomando las decisiones que le parece por las bravas. Ese modus operandi le hace estar bien anclado al sillón de Castellana, pero débil frente a los demás. Los ministros del Interior han sido siempre personas que sabían el puesto que ocupaban. Lo normal de quien dirige Interior es que trabaje con la oposición, le informe puntualmente y logre un consenso mínimo. Eso hicieron ministros tanto de derechas como de izquierdas, que sabían que dirigir tal Departamento significa tratar como se merece a los cuerpos de seguridad, y tener el respaldo de la oposición.

No vamos a exigir a todo el mundo la honestidad que tuvo Antonio Asunción. Dimitió tras la huida de Roldán. De Asunción debería aprender Marlaska. O de Rubalcaba. El coronel Pérez de los Cobos fue uno de los principales valedores del malogrado dirigente socialista. Igual que el jefe de la UCO, Sánchez Corbí, prestigiado por su labor contraterrorista. Ambos fueron arbitrariamente destituidos, pese a haber sido hombres de Rubalcaba. O tal vez por eso.

Y lo de Barbate es ignominioso. No ya sólo por el crimen, sino por dejar tiradas a las familias, a los compañeros, por no dar la cara y eliminar una unidad prestigiosa sin motivo.

A veces en política hay que hacer lo que se debe, no lo que dice el jefe de turno. Una pena que Marlaska haya dilapidado su carrera de manera tan ruin como inexplicable. Cum laude en desprestigio.