
En el cerebro de la F-100
"Blas de Lezo": el buque de guerra en el que la Princesa Leonor concluirá su formación en la Armada
LA RAZÓN visita a una de sus gemelas, la "Álvaro de Bazán", la primera de su clase, para descubrir cómo se vive y se forja carácter en uno de los buques más modernos y letales de la Armada

Dicen que la mar no tiene memoria, pero nunca olvida. Es vastedad azul y acero, un escenario hostil donde España despliega su poder naval con inteligencia y precisión. En ese teatro navegan las fragatas españolas, centinelas del siglo XXI, herederas de una tradición naval que escribió su leyenda en cada ola. En una de ellas, la princesa Leonor, próxima a concluir su crucero de instrucción a bordo del "Juan Sebastián de Elcano", culminará su formación en la Armada. Y es que en pocos días volará desde Nueva York (EE UU) para embarcar durante cerca de un mes en la fragata "Blas de Lezo" (F-103), una de las cinco joyas de la serie F-100. Mientras tanto, LA RAZÓN ha visitado a una de sus gemelas, la "Álvaro de Bazán" (F-101), la primera de su clase, para descubrir cómo se vive y se forja carácter en uno de los buques más modernos y letales de la Armada.

Durante un mes, la Heredera conocerá en primera línea qué significa servir en la mar: tecnología, disciplina y temple al servicio de España porque esta ya no es una escuela marina sino un verdadero buque de guerra. Durante su instrucción a bordo, la ahora guardiamarina Borbón aprenderá a navegar de forma táctica, a maniobrar según el reglamento de abordaje y a ubicarse correctamente en el centro de control de gobierno. También se formará en tácticas del sistema de combate, funcionamiento de las máquinas, control de plataformas, procedimientos de aprovisionamiento en la mar y participará en ejercicios con lanzamiento de misiles reales, entre otros muchos.

¿Y qué se puede conocer durante un mes en un buque de guerra? «Todo», (aunque sin especializarse), afirma el comandante de la F-101, capitán de fragata Pablo Rodríguez Tortosa. Porque la princesa Leonor será parte de la dotación, montará guardias en el puente con la mar rugiendo bajo los pies. Observará, anotará y trabajará con los oficiales. Dormirá en la rutina del acero. Y, a buen seguro se le nombrará "oficial de brigada" y tendrá su pequeño grupo de marinería, y con ellos deberá aprender a liderar en uno de los entornos más exigentes que existen.
Entre escaleras empinadas y puertas de acero que se cierran como escotillas de otro tiempo, la F-100 guarda también los espacios donde late la vida cotidiana de la dotación.

El comedor de suboficiales recuerda a un "diner" americano, con sillones acolchados y mesas enfrentadas. El de los oficiales es más reducido y más sobrio. Para todos es el lugar donde se cruzan anécdotas, donde el ruido del mar se cambia por conversaciones y café. Las sillas están sujetas al suelo a prueba de vaivén, al igual que los cuadros y metopas.

Una convivencia "compleja"
Si algo tienen claro en una fragata de guerra es la importancia de mantener el ánimo alto de toda la dotación.
La vida a bordo es intensa: 24/7 en un entorno exigente y la convivencia a veces es compleja. Por ello se cuida el ánimo con buena comida, cine en cubierta, a veces barbacoas y hasta campeonatos de cartas o PlayStation.Poder ver el fútbol es “sagrado”.
Lejos de los partes de maniobras, orden del día o instrucción siempre hay algo que todos miran lo primero: el menú y aseguran que está a la altura de una estrella Michelin. «Se come muy bien» y también tienen panadería donde hacen el pan por las noches y lavandería a la que la dotación puede acudir por turnos establecidos una vez a la semana.

Más allá, está la administración y recursos humanos, el engranaje invisible que mantiene el orden del día a día. Y la intendencia: un "Amazon" del océano donde cada tornillo, cada repuesto, cada uniforme tiene su lugar asignado, perfectamente catalogado, como si el orden fuera otra forma de resistencia.

Las puertas estancas cortan los pasillos como compases de seguridad: cada una puede aislar un mundo. Algunas zonas del buque están preparadas para convertirse en «santuarios», espacios donde la tripulación puede refugiarse si un ataque nuclear, biológico o químico llegara a convertir el exterior en una amenaza silenciosa. Y aun en medio del acero, del radar y del protocolo, hay lugar para el alma: en largas travesías embarca también un capellán. La biblioteca, ese rincón de calma y papel, se convierte entonces en capilla. Basta abrir un armario y dejar que emerja un altar. Porque incluso en el centro de un buque de guerra, hay espacio para encomendarse, y mirar al cielo.

Guardiana de gigantes
Una F-100 es más que una fragata: es la guardiana de los gigantes. Escolta a portaaviones y buques anfibios que dependen de su escudo invisible. Protege del cielo con sus misiles, del mar con sus torpedos, y del silencio del abismo con su sonar. Su radar SPY-1D y el sistema de combate AEGIS no son solo tecnología: son ojos, reflejos y cerebro. Una máquina viva que piensa más rápido que el enemigo. En el centro neurálgico del buque, donde el acero respira datos y el frío preserva la concentración, decenas de pantallas «arden» en silencio. Aquí un simple botón puede desplegar las entrañas del barco y abrir la escotilla de un misil. Es el cerebro táctico de la fragata, donde la guerra es matemática y la vigilancia, instinto digital. Fue desde esta sala desde la que la Álvaro de Bazán detectó la sombra sumergida de un submarino ruso, y no le perdió el rastro. El cazador, cazado.

El hospital a bordo es un baluarte de vida en medio del océano, equipada con ecógrafo, rayos X y capaz de conectarse en tiempo real con el hospital Gómez Ulla. Su proximidad al hangar y la maestría de su enfermero han marcado la diferencia, salvando una vida en una dramática parada cardiorrespiratoria en alta mar. En las travesías más largas, un médico se une al equipo, formando el Role 1 que establece la OTAN, preparado para cualquier desafío. La mar, implacable y desafiante, no solo pone a prueba el cuerpo sino también la mente; por eso, en algunas fases del viaje, embarca también un psicólogo, guardián del ánimo en la dura convivencia que exige la vida en la fragata.

La primera lección que se aprende a bordo es la seguridad y cómo actuar ante cualquier emergencia. Por ello, por todo el barco se pueden ver enormes mangueras y cuentan con la sala de "bomberos" donde se deja el material para el equipo que tiene encomendada esta misión principal, aunque todos están preparados para la emergencia.

Cada noche, cuando el barco se entrega al silencio y sólo el mar respira, el comandante se sienta a escribir en el libro de órdenes. Anota las instrucciones para el Puente de Gobierno, el lugar donde se encuentra el timón, el corazón del mando. Entre las medidas, casi todas de seguridad, siempre incluye una que no admite duda: "Si pasa algo, llamadme". Su camarote está justo al lado del puente, y eso lo cambia todo: puede llegar en segundos si algo ocurre. Y al final, como algo ritual deja escritas dos palabras que encierran toda la responsabilidad del mando, toda la fragilidad del acero frente al mar en dos palabras: «No chocar».

"Hundir la flota"
La Álvaro de Bazán pasará por Rota para recoger a 17 guardiamarinas que completan su formación. Desde allí, pondrá rumbo a Canarias al Día de las Fuerzas Armadas, donde se celebrará uno de los ejercicios más imponentes de la Armada Española: el SINKEX. Su nombre viene del inglés Sinking Exercise, y es, en esencia, una versión real del popular «hundir la flota». Un barco antiguo, ya dado de baja, se convierte en objetivo. No es un blanco ficticio ni un simulacro: se trata de hundirlo de verdad, con fuego real y precisión quirúrgica. Cañones, misiles, bombas y, este año por primera vez, un torpedo lanzado por el submarino Isaac Peral. Todo un despliegue naval en el que participan una decena de unidades de la Armada: la Blas de Lezo, el Juan Carlos I, el Castilla, la Santa María, el Cantabria..., y otras más que convertirán el océano en un escenario de combate real.

Este tipo de ejercicio solo se realiza cada dos o tres años, porque no abundan los buques que pueden ser desguazados de esta forma. El objetivo se compartimenta para resistir, y cada impacto ofrece información valiosa: qué ocurre cuando un misil golpea una sala de máquinas, cómo reacciona un casco bajo fuego, qué se aprende cuando el blanco se va al fondo.

Y será en este despliegue, en una fase paralela y con su propia hoja de instrucción, cuando embarque también la princesa Leonor, siguiendo los pasos de su padre, para vivir de cerca lo que significa servir en la mar.
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