La Corona

Diseño de una abdicación: así se transformó una idea en ley

La primera vez que Juan Carlos I lo verbalizó fue en 2012 y se lo dijo a un círculo muy reducido, que pensó que la idea se le fue de la cabeza

Ceremonia de Sanción y Promulgación de la Ley Orgánica por la que se hace efectiva la abdicación de S.M. el Rey Don Juan Carlos I
Ceremonia celebrada el 18 de junio de 2014 de sanción y promulgación de la Ley Orgánica por la que se hizo efectiva la abdicación Alberto R. RoldánLa Razón

En qué momento se le cayó a Juan Carlos I la Corona. Cuándo fue que decidió que ese cargo, del que solo le iba a librar la muerte, ya no era para él. Hay muchos que piensan, erróneamente, que fue el 6 de enero de 2014. Ese día se celebró la Pascua Militar y el Monarca apareció en horas bajas, físicamente desgastado y ya incapaz de leer el discurso que tenía delante. Juan Carlos I montó una bronca tremenda a sus colaboradores, les aleccionó por la mala iluminación de la sala, pero unos meses más tarde, el 2 de junio, anunciaba su decisión de abdicar la Corona en favor de su hijo Felipe, a partir de entonces, VI.

Si bien la anécdota pudo acelerar los trámites, la semilla de la abdicación no se plantó ese día. Fue mucho antes. En 2012. España se encontraba sumida en una crisis económica de gran calado que obligó a José Luis Rodríguez Zapatero a adelantar las elecciones un año antes. Mientras los españoles lo pasaban realmente mal, el llamado Régimen del 78 acusaba cierto desgaste y la figura de Don Juan Carlos se iba deteriorando debido a los escándalos que ya protagonizaba, c0omo el «caso Nóos». Y mientras los temibles hombres de negro visitaban España y se debatía si habría o no intervención o si se pediría el rescate económico, Juan Carlos I se fue a cazar elefantes a Botsuana con su amante, una todavía desconocida Corinna Larsen, y tuvo un accidente.

Fue tras ese escándalo cuando verbalizó por primera vez que quería abdicar. Se lo dijo primero a Félix Sanz Roldán, entonces director del CNI con el que tenía despachos semanales y que, además, formaba y sigue formando parte de su círculo más íntimo. Durante diez días, el ángel custodio de la información más sensible del país también fue el conocedor de una decisión que marcaría un antes y un después en la historia española. Más tarde se lo dijo a Rafael Spottorno, jefe entonces de la Casa del Rey, y sin demasiado preámbulo, le pidió que estudiara cómo hacerlo. No era una tarea sencilla, no había precedentes desde Felipe V y las cosas habían cambiado mucho. Ahí empezó un complejo diseño que tardó dos años en materializarse y la máxima era sencilla: había que hacerlo bien.

Al informe de Spottorno, que era un mero boceto de cómo se debería abordar la situación, se le sumó otro informe que había encargado a José María Aznar. Juan Carlos I también se lo contó a Felipe González, poco antes de finalizar 2013, cuando le llamó para pedirle ayuda con el discurso de Navidad. Sin embargo, pasaron las semanas y el Monarca dejó de hablar del tema, lo dejó aparcado, y muchos de estos colaboradores cercanos pensaron que se le había ido la idea. Tampoco querían preguntarle y luego ser acusados de republicanos.

La renuncia de Benedicto XVI

Entonces llegó el desastre de la Pascua Militar de 2014 y el deseo se reactivó. Fuentes cercanas a Don Juan Carlos recuerdan que la renuncia de Benedicto XVI en 2013 también le ayudó a tomar la decisión. ¿Si lo podía hacer un papa, por qué él no? Y entonces se dio el paso del que ya no se vuelve: decírselo al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para que lo pusiera en marcha. También tocaba contar con Alfredo Pérez Rubalcaba, líder de la oposición, para que nada descarrilara. Juan Carlos I quería aprovechar que iba a coincidir con ambos en el funeral de Adolfo Suárez, el 31 de marzo de 2014, para decírselo, pero Spottorno le comentó que no era la mejor idea.

A Rajoy se lo dijo esa misma tarde, en un despacho en Zarzuela. El presidente recuerda en sus memorias que no le cogió por sorpresa, pero cuando se despidió, le dio cierta tristeza y pensó en la persona «que durante 39 años había encarnado el punto de encuentro de todos los españoles». Tras esa reunión, se lo encargó inmediatamente a Soraya Sáenz de Santamaría. A Rubalcaba se lo dijo al día siguiente y, con un profundo sentido de Estado, le trasladó que podía contar con el apoyo del PSOE. A partir de ese momento comenzó el verdadero diseño de la abdicación, con muchas incógnitas por resolver. ¿Las Cortes ratifican la abdicación, toman nota o qué hacen?; ¿Cómo debe ser la ley?; ¿Cómo se aborda el aforamiento y la inviolabilidad? Y, no menos importante, ¿cuándo se anuncia oficialmente? Toca ir por partes.

Por esas fechas se produjo también un encuentro clave. El Rey quería tener atados, y bien atados, todos los flecos legales. Por eso, citó a Palacio a Landelino Lavilla, personaje decisivo en la Transición, ministro de Justicia con Suárez, presidente del Congreso y miembro del Consejo de Estado. Este le tranquilizó al asegurarle que contaba con todas las garantías para poder acometer un proceso de semejante calibre.

Ni una sola filtración

Como en toda gran historia, a esta también le salen flecos. Fuentes próximas a Mariano Rajoy creen que el proceso de abdicación «se ha explicado mal». Aseguran que no fue el Rey el que tomó la decisión, sino que se le va convenciendo de que tiene que abdicar. «El presidente está siempre detrás de ese proceso de manera inteligente y sutil. Al principio, Juan Carlos I no estaba convencido y de las cosas más importantes que hizo Rajoy fue pilotar la abdicación y la proclamación», añaden. «Alguien tiene que convencer a alguien. Le estaba empujando, fue una labor histórica y brillante», apuntalan las fuentes.

En cualquiera de los casos, tras implicar a todas las partes, a lo largo de los meses de abril y mayo, la maquinaria del Estado se puso a trabajar, de manera soterrada, para intentar llevar a buen puerto la abdicación. Se produjeron numerosas conversaciones y reuniones sobre la mejor forma de hacerlo y, por sorpresa para todos, no hubo ni una sola filtración.

El 2 de junio de 2014, Mariano Rajoy se subió a su coche oficial en la Moncloa a las 8:40 de la mañana. Hasta entonces, no le había dicho ni a los servicios de seguridad cuál era el destino: la Zarzuela. En la radio, sonaban las noticias del día. En su casa, Spottorno también escuchaba la radio y lo mismo, nada. Eso era una buena señal. Esa mañana, el Rey le comunicó oficialmente la decisión a Rajoy y el presidente convocó a los medios para dar el anuncio. El secretismo era tal que muchos periodistas anticiparon una crisis de Gobierno. Pero no fue así, tocaba sacar a la luz todo el trabajo anterior y, lo más importante de una Monarquía parlamentaria, votarlo.

En la redacción del decreto de abdicación, el Rey quería meter ahí el asunto del aforamiento. Le preocupaban mucho los asuntos judiciales que ya protagonizaba entonces y los que acabaría protagonizando. Pero Rubalcaba fue muy claro con él: «Si metemos ahí el aforamiento, mi grupo no va a poder votar a favor». Así que se descartó para que hubiese un gran acuerdo

La parte legal, sin embargo, fue un quebradero de cabeza, principalmente porque no había una ley que regulara el estatuto orgánico de la Casa Real. «Nosotros pensábamos que íbamos a tener que resolver el orden de la primogenitura, pero no una abdicación», explica Soraya Rodríguez, entonces portavoz del PSOE en el Congreso. «Hubo un debate, nada menor, sobre si la abdicación era un acto voluntario suyo o si tenía que ir refrendado, ya que en la Constitución dice que sus actos tienen que ir refrendados por el Gobierno», añade.

Explica Rodríguez que en el PSOE hubo tensiones internas tras el anuncio porque había voces que querían aprovechar para abrir el debate de la continuidad de la Corona, mientras que otros apostaban por trasladar el problema solo al Gobierno, no al Congreso, para que el PP lo resolviera y no se les acusara a ellos de monárquicos. «Le tuve que pedir a Alfonso Guerra que acudiera a una reunión del grupo parlamentario e hizo una intervención magnífica, maravillosa, explicando que lo más sensato era que se votara en las Cortes», añade la exportavoz de los socialistas. «Hubo una colaboración leal entre el PSOE, el PP, entre Alfredo y Rajoy, y también entre el grupo parlamentario socialista y el secretario de Estado y Sáenz de Santamaría, que se ocupaba mucho del día a día parlamentario, para elaborar una ley y elaborarla rápido. Y se logró. Cuando hizo público el anuncio, el 2 de julio, ese mismo mes, ya la estábamos votando. Creo que fue la última vez que los dos partidos colaboraron así», comenta.

Cuando todo terminó, Juan Carlos I por fin pudo respirar con tranquilidad. «Guardo y guardaré siempre a España en lo más hondo de mi corazón», dijo. Seguro que pensó que desde ahí la presión disminuiría. No intuyó que los aniversarios a su figura tendría que verlos por la tele.