Opinión
Feijóo por la puerta grande
El de Orense dio a unos y otros donde más daño causaba
No hace falta ser un forofo para reconocer que Feijóo ha superado, en tres días, los difíciles retos de la manifestación contra la amnistía en Madrid y el debate de no-investidura que ayer concluyó con su primera votación. El gallego cayó derrotado frente al hermético bloque de socialistas con comunistas, proetarras y golpistas, y el apoyo de la derecha travestida del PNV. Pero la derrota en los números no es reflejo de lo acontecido en el Congreso. Feijóo ha arrasado en el debate exhibiendo un estilo tan personal como novedoso, sobre todo si tenemos en cuenta que en los últimos tiempos se había consolidado una estética pobretona de parlamentarismo basura, gritón y soflamero. No es lo que hemos visto en este caso. El presidente del PP controló los tiempos imponiendo en sus intervenciones unas formas que suponen la mejor contribución constructiva a los usos y costumbres de la denominada nueva política. La tranquilidad en las formas, un ritmo contundente pero pausado en las réplicas, le sirvieron para aniquilar a unos contrincantes que perdieron ora por no comparecer ora por haber sido superados en la dialéctica parlamentaria. Un líder de otra generación, como lo fueron González, Anguita o Carrillo, sabiendo zurrar con frases lapidarias, pero manteniendo las formas que se supone debe tener alguien que preside un partido y opta a la investidura por haber ganado las elecciones. Es verdad, Feijóo no defraudó. Todo lo contrario. Salió fortalecido y por la puerta grande del Congreso, pese a perder la votación por cuatro escaños. Las caras de los ministros escondidas en los teléfonos móviles, la mirada huidiza de Sánchez o el pataleo en los escaños de la izquierda hablaban por sí solos. El de Orense dio a unos y otros donde más daño causaba y dejó exasperados a los portavoces independentistas, perdidos en el laberinto de unas lenguas vernáculas cuyo uso claramente les perjudica. O azotando al PNV donde más le duele: no sabemos qué hacen unos señores de derechas apoyando las políticas podemitas en materia de economía. Lo cual enrabietó a Aitor Esteban de tal manera que obligó al jeltzale a justificar el motivo de por qué el nacionalismo vasco ha sido cómplice de engendros legislativos como el «sólo-sí-es-sí», la ley trans, el saqueo fiscal o políticas económicas contrarias al emprendimiento. Da igual, el PNV estaba comprometido con el «no» y no iba a cambiar ahora, por mucho que Núñez, como le llama el peneuvita, pusiera sobre la mesa una contradicción que muy pocos de sus votantes pueden apoyar.
Se ve que a Ortuzar, actual jefe de los batzokis, le mola más el discurso faltón y fanfarrón de Puente, diputado socialista al que desprecia Sánchez pero que se prestó a la ignominia de zaherir a Felipe González sólo porque le han prometido unas lentejas. Puente declaró hace un par de meses que se tenía que morder la lengua «para no envenenarse», cuando su jefe de filas le ridiculizó apartándole de la portavocía del partido, primero, y no colocando después a ni uno solo de los suyos en las listas electorales por Valladolid. Sólo un indocumentado como él sería capaz de decir lo que dijo sobre Aznar, al que acusó de «instigar» el 11-M, lo que levantó el aplauso general de la bancada sanchista, con el presidente en funciones a la cabeza de manera destacada. El Parlamento como circo. El histrionismo en su esplendor. El lumpen portavoz riéndose de sus frases graciosas al grito de Viva Mi Dueño y Viva Puigdemont, a quien otrora comparó con el sanguinario racista Charles Manson, y para el que ahora pide la santificación.
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