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Memoria Histórica

«Franco, resucita, España, te necesita», aquel eco en la Plaza de Oriente

Desde las operaciones al límite en El Pardo hasta el desenlace agónico en La Paz y el entierro tres días después en Cuelgamuros

Entierro en el Valle de los Caídos del dictador Francisco Franco, tras su muerte tres días antes por una insuficiencia cardiaca. En la foto: varios hombres cargan a hombros el féretro con el cuerpo en dirección al interior de la Basílica donde se va a celebrar el funeral y el entierro. Europa Press

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tenía aquel día 3 años; el ministro de Justicia, Félix Bolaños ni siquiera había nacido, faltaba un mes; y el que se ocupa en el Ejecutivo de la Memoria Histórica, Ángel Víctor Torres, 9 años. En Madrid, durante la noche heló y la temperatura máxima no superó los 15 grados. En El Ferrol, entonces del Caudillo, donde nació 82 años antes, el clima fue fresco y con precipitaciones, característico del otoño en la zona.

Han pasado 50 años y algunos, los mismos que organizaron el traslado de sus restos desde Cuelgamuros a Mingorrubio, con un rédito político cuantificable por su magnitud, han convertido a un personaje como Franco en algo tan presente que sus nostálgicos han cobrado un protagonismo que no se esperaban. Los que gritaban en las cada vez menos numerosas concentraciones de la Plaza de Oriente, «Franco, resucita, España, te necesita», podrían tener la ocurrencia de cambiar lo de España por Gobierno, porque, al fin y al cabo, rima igual.

Tres días después de aquel 20-N, en Madrid habían bajado las mínimas y máximas dos grados. Hacía frío y Franco fue enterrado en el Valle de los Caídos. Finalizaba una etapa de la historia de España y comenzaba otra llena de incertidumbres, encabezada por un joven Rey al que el postfranquismo gobernante, más franquistas que el propio Franco, creían un personaje manejable. Pronto se toparían de bruces con la realidad y lo que ellos veían como una nación de adhesión inquebrantable a su ideario, les concedió un escaño de 350 en las primeras elecciones democráticas y refrendó, posteriormente, de forma masiva, la Constitución.

Es verdad que las colas de ciudadanos que desfilaron por la capilla ardiente instalada en el Salón de Columnas del Palacio de Oriente eran interminables, y eso debió confundir a los que ya habían escrito el futuro inmediato. Si, como hicimos los que formábamos del pequeño grupo de periodistas (todos los que querían no podían estar presentes) que cubrían esa parte de las exequias fúnebres, hubieran estado permanentemente allí, habrían podido deducir que la inmensa mayoría de los ciudadanos que se acercaban lo hacían por una mezcla de respeto y el deseo de guardar en su memoria un hecho histórico; y que algunos iban sencillamente a comprobar que Franco había muerto, además, claro, de los que querían mostrar su adhesión al «caudillo».

A nivel personal pude comprobar que la cerrazón informativa característica del régimen no era tal por parte de las personas más próximas a Franco, en este caso el jefe de su Casa Civil, el general Fernando Fuertes de Villavicencio. Eran los ocho de la mañana del 23 y en el paseo de carruajes de la planta baja se iba a proceder al cierre del ataúd. La primera intención era echarnos a los pocos informadores presentes y me dirigí a Villavicencio para transmitirle que nos hallábamos ante un hecho histórico, del que al menos debía quedar un testimonio escrito. Tras dudarlo unos instantes y pedirme un tratamiento informativo con la seriedad y respeto que exigía el momento, permitió que nos quedáramos.

Había muy pocas personas, pero la presencia de tres de ellas era protocolariamente imprescindible. Los jefes de Casa Militar, generales Sánchez Galiano y Gavilán y el citado Fuertes de Villavicencio porque, cuatro horas más tarde, en el interior de la basílica de Cuelgamuros, debían prestar juramento ante el ministro de Justicia y Notario Mayor del Reino, José María Sánchez Ventura, de que el cuerpo que contenía el ataúd era el de Franco.

Fue una ceremonia fría, duró unos 15-20 minutos, en un silencio sepulcral, en la que unos operarios soldaron una tapa metálica a la caja mortuoria y se procedió a su cierre. El yerno de Franco, Cristóbal Martínez-Bordiú, abrazó el ataúd en un momento de intensa emoción. Estaba también presente Alfonso de Borbón, casado con la nieta de Franco.

an pasado 50 años y llama la atención que una proporción de jóvenes, según dicen determinadas encuestas, crean que, en un régimen franquista, sin libertades democráticas, vivirían mejor. Y se aprestan a cantar los himnos de entonces convocados por activistas –no confundir con periodistas– que no desaprovechan la oportunidad. A lo peor, quienes se empeñan a sacar tanto a Franco de “procesión” tienen alguna culpa.

Como entre esos jóvenes puede que haya estudiantes de periodismo o que acaban de terminar la carrera, y para todos los que piensan así en general, valgan unas experiencias para que puedan juzgar si ellos vivirían mejor o peor, salvo que no les gusten las libertades.

La enfermedad y muerte de Francisco Franco supuso un reto para los periodistas de aquella época, que debían luchar contra el oscurantismo y la cerrazón informativa de los responsables del régimen, empeñados en negar la evidencia: la vida del Generalísimo se extinguía.

Eran demasiados años acostumbrados a intentar mantener a la opinión pública informada de solo lo que les interesaba, para no echar el resto con ocasión de la enfermedad y previsible fallecimiento del jefe que había encabezado el régimen. Frente a ellos estaban los periodistas, conocedores de cómo se las gastaba la Dirección General de Prensa, que hacían verdaderos equilibrios para que la verdad llegara a sus lectores y aun así tenían que soportar expedientes y hasta amenazas directas. Si hay algo que no quiere un buen periodista es un protagonismo innecesario, pero desde el régimen, con sutiles maniobras, se señalaban a algunos medios como los culpables de todo, y los exaltados de turno les compraban la mercancía. Durante el funeral corpore insepulto en la Plaza de Oriente, una persona, en un visible estado excitación, me espetó que trabajaba «en la agencia de los rojos», en referencia a Europa Press. En fin, aquello tenía su aquel.

Hay un dicho que se repite en las redacciones que dice que los rumores pueden ser la antesala de la noticia. Ocurrió el 3 de noviembre de 1975. Llegaban algunas filtraciones de algo inaudito. Franco iba a ser operado en una sala de curas-botiquín del regimiento de su guardia en El Pardo, en el que había sido habilitado un quirófano casi de «campaña», como si estuviéramos en una guerra. Todo se hacía pese al grave estado del caudillo, que había sufrido varias hemorragias e infartos, en una sucesión de tiempo que, dada la distancia existente entre El Pardo y la Residencia La Paz, habría dado tiempo para su traslado y ser intervenido a unas instalaciones adecuadas. Como era habitual, esta decisión se atribuyó a la negativa de Franco a ser llevado al hospital, lo que ofrece muchas dudas, dado su estado casi agónico en algunos momentos. Más bien se trataba de ocultar a la opinión pública lo que ocurría, aunque fuera a costa de la salud de un anciano gravemente enfermo.

Por improvisar, hasta se dieron cuenta de que no había suficiente luz y existen varias versiones del traslado del Generalísimo desde su residencia a la sala de curas, que si envuelto en una alfombra o en una camilla. Todo, improvisación.

El secreto que con tanto sigilo como oscuridad había en el regimiento de El Pardo, saltó por los aires cuando la agencia Europa Press comenzó a dar noticia a noticia puntual información de la operación que se realizaba a Franco.

En la Dirección General de Prensa montaron en cólera y obligaron, con todo tipo de amenazas, a que cada noticia que se publicada fuera anulada. Daba lo mismo, porque los abonados sabían que era verdad y, sobre todo, los medios extranjeros podían transmitir a sus redacciones todo lo que ocurría. A cada anulación seguía otra noticia, nueva anulación...Una noche para no olvidar y toda una lección de periodismo a cargo de Antonio Herrero, director de la agencia, que demostró una enorme profesionalidad y valentía.

Fue también Europa Press la que dio la primicia de la muerte de Franco y chafó los planes oficiales para anunciarla a su modo y por los canales que quisieran. A Marcelino Martín, jefe de noche de la agencia, le dijeron desde la citada Dirección General que se iba a tragar el teletipo... hasta ahora.

Está claro que todo aquello irritaba sobremanera al régimen. Era la lucha de los periodistas por el derecho a informar frente a los que se lo negaban.

En lo de las libertades que no había y hay ahora, será necesario ocupar el periódico entero. Si hay errores en los que ocupan ahora el poder, hay sistemas democráticos para apearlos del mismo. Un régimen sin libertades no es la solución.