El análisis
Lo inconfesable
Bajo la excusa de la discreción, Sánchez oculta los tratos opacos que negocia con los independentistas para formar gobierno
El eufemismo es la base de toda civilización. A medida que nos civilizamos, nos convertimos, inevitablemente, en más hipócritas. Es conveniente, para civilizarse de una manera sana, tener tal hecho siempre presente y manejar ese inevitable inconveniente de una manera sensata, para no alejarse de un modo definitivo de la verdad perdiéndola de vista para siempre. Lo demuestra claramente el trato que se está dando estos días a la llamativa ocultación de intenciones que se está dando de cara a las conversaciones entre los diversos grupos políticos para formar gobierno.
Lo que está sucediendo, tanto puede enfocarse benévolamente desde la excusa de la discreción, como calificarlo, implacablemente, de falta de transparencia. Elija usted, lector, cómo prefiere llamarlo, según la ideología o conveniencia que le anime. Las intenciones de base las conocemos todos. Las del equipo de Pedro Sánchez son mantenerse en el Gobierno como sea. Su relato de fondo –el que vende a su electorado– es que conseguir ese poder por cualquier medio (aunque para ello tenga que ser indulgente con lo peor) será bueno a largo plazo para la sociedad española, porque la mantendrá en un camino de progreso que abrirá el futuro para las ansias de nuestros hijos. Es discutible. Nunca admitirán, de entrada, que ese relato es el que aspiran a que vaya impregnando la sociedad española de una manera subconsciente y lo cubrirán con otros relatos variados o secundarios, cada uno más imposible. Pero para convencernos de que ese relato es indiscutible se necesitaría que, en algún momento, el Ejecutivo reciente hubiera clarificado exactamente su proyecto y dicho «por aquí no paso» cuando algo reprobable éticamente se apartaba de ese objetivo.
En el caso de los nacionalistas minoritarios, las intenciones también están claras. Nunca han ocultado que su voluntad es ignorar los deseos de toda la población para imponerles los suyos propios particulares, prescindiendo de que eso les coloque en la posición más antidemocrática que imaginarse pueda en las sociedades modernas. El relato que quieren usar para justificar lo indefendible es que existen supuestos colectivos que han sido oprimidos y marginados y que ha llegado la hora de la justicia. Por eso, cualquier nacionalismo se ve obligado a mantenerse siempre en la posición y la retórica del agraviado, algo también discutible y, sobre todo, moral e intelectualmente muy pesado. Ahora, cuando la aritmética del empate les ha colocado en una posición desproporcionadamente decisiva, deben armar esa leyenda con mucho cuidado (en la medida que es pura novelística) para no concitar el rechazo y la indignación, tanto de sus convencidos como del resto de la población mayoritaria.
En ese juego de relatos, lo que late de fondo es lo inconfesable. Aquello que ni Pedro Sánchez ni ERC ni el PNV ni Carles Puigdemont se atreverían a decir ni a su propia militancia, ni a los estamentos que en realidad han de construir el futuro de nuestros hijos con su trabajo, ni a la población votante en general. Eso, lo inconfesable, es lo que en realidad se está barajando en las deliberaciones internas y en los contactos externos a lo largo de todos estos días. Qué me das y qué te doy. «Do ut des». Doy para que me den. Casos estrictamente personales como ya hemos visto en el pasado: si coloco a tu señora de ministra o miro hacia otro lado cuando fragmentas una adjudicación a un amigo.
A medida que avanzan las conversaciones, al igual que en los últimos años se culminaron los pactos más imposibles, el baúl de lo inconfesable crece. Por eso, el único progreso que conocerá la sociedad española en los próximos tiempos es el de los perfiles del tipo Villarejo: los poceros que ocasionalmente nos ponen al día del fondo del baúl. Cuando uno de esos perfiles descubra cómo moverse con más habilidad que la del excomisario, nuestro sistema político tendrá un serio problema. La posibilidad cierta de una deriva como la que descabalgó a Italia del poder europeo.
Esta semana que arranca tendremos en breve los primeros indicios de cual está siendo el resultado de esos tratos opacos. Alberto Núñez Feijóo tiene una pírrica ventaja, etérea y fina como oreja de gato. Y es que, aunque pierda, puede poner las cartas sobre la mesa y no engrosar el baúl de lo inconfesable.
✕
Accede a tu cuenta para comentar