Cristina L. Schlichting
Ocúpense de las personas
Las preocupaciones de la población están más cerca de la vivienda, sanidad o educación que de los problemas de género. ¿A qué espera la derecha?
Me dice un amigo americano que el leitmotiv de Kamala Harris es: «Tengo las ideas de Trump, sin ser Trump». La candidata habla de nacionalismo estadounidense y afronta la inmigración desordenada, pero afea al republicano sus excesos. Y funciona.
Hace mucho que no se distinguen la izquierda y la derecha.
No tengo que aclararle a nuestro avisado lector que los orígenes de la izquierda, desde el fourierismo al marxismo, están superados. Que hasta el discurso de la socialdemocracia después de la Segunda Guerra Mundial ha quedado atrás.
La democracia cristiana y el nuevo liberalismo se han incorporado ampliamente al llamado «Estado del bienestar» y a nadie se le ocurre discutir la educación universal, la sindicación, el salario justo o la cobertura sanitaria.
La Historia ha vaciado a la izquierda de contenido y, buscando algo nuevo que decir, ha conectado con los principios LGTBI, la lucha de género, la eutanasia o la batalla contra el cambio climático.
A excepción de este último, son asuntos que derivan del relativismo, más que con la izquierda, que solía ser precisamente dogmática. Sencillamente, estas «batallas» son percibidas como las nuevas fronteras sociales, los derechos rompedores y dan pátina progresista, pero Marx se desmayaría al escucharlos.
Que se monetice el valor de la vida o se relativice la doble discriminación de las trabajadoras no tiene nada de izquierdoso.
Sorprende que en esta debilidad ideológica de la competencia, la derecha española se haya movido tan mal.
Es verdad que lleva como lastre el franquismo (con constantes asociaciones interesadas) y que se han cometido errores de imagen (los «pijos» estomagan a los españoles), pero no es solo eso.
El PP, por ejemplo, está identificado con rebajas de impuestos, liberalismo empresarial y lucha antinacionalista.
Vox, con unidad nacional, defensa de la vida y rechazo de la inmigración. Pero ninguno comparece en el imaginario colectivo cuando se trata de los derechos de los trabajadores. Algo han hecho mal.
Para empezar, adelantarse en las propuestas. ¿Qué es la izquierda, Venezuela? ¿Es Mélenchon? ¿Es Sumar? La izquierda va de derrota en derrota hacia la victoria final y la derecha parece superada por ello. Asombroso.
Las preocupaciones de la población están más cerca de la vivienda, sanidad o educación que de los problemas de género. ¿Qué espera la derecha para lanzar un gran programa de reforma social?
Me ha interesado mucho el anuncio de Ayuso de 95 medidas en esta dirección. En la comunidad se tiene la percepción de que se entera de lo que pasa y está cercana al ciudadano y su día a día. Plantea, por ejemplo, una ampliación de la deducción por alquiler hasta los 40 años y construcción de pisos a mansalva.
Un impulso sanitario –con creación de hospitales novedosos– para sectores muy abandonados: ELA, daño medular y neurológico, salud mental, nuevas adicciones, dependientes... Habla de 40 nuevas residencias para mayores (ahora que se jubilan los «baby boomers», la generación más nutrida de la historia española) y formación de inmigrantes y jóvenes, especialmente en Inteligencia Artificial.
El discurso cultural se subraya con la creación de un Centro Interactivo Memorial Víctimas del Terrorismo: una cosa es el revanchismo y la otra el olvido de lo que no debemos repetir.
Ignoro si Ayuso se adelanta a Génova o recoge el pulso de Feijóo, que ve amortizado el «erre que erre» contra la amnistía.
No porque deje de ser injusta, sino porque Sánchez la ha impuesto con violencia y hay poco que hacer frente al poder omnímodo.
Deje la derecha a Sánchez, con su federalismo y subvenciones, no puede ganarle en esas materias. Céntrese en un ambicioso plan de mejora de las verdaderas preocupaciones sociales y se sorprenderá del resultado. «Tengo las ideas de Sánchez, sin ser Sánchez» no es mal discurso.
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