José Antonio Vera
Vox: Por pedir que no quede
Los escribas de Vox no deberían levantar la casa con pilares de tejas
Mientras que Sánchez se entrega con entusiasmo al alsinato, intentando emular el papel de entrevistador estrella, pero en plan propagandista chungo de ministros, ministras y ministres, los abascales se disponen a superar a Albert Rivera en torpeza inaudita complicándole la gobernanza a Feijóo. Ojo, porque el de Ciudadanos acabó autoexpulsado de la política tras sus errores supinos de bachillerato primario. El jefe de Vox haría bien en tomar nota de lo acontecido en Andalucía y Madrid. En el sur se lo pusieron tan difícil a Moreno Bonilla que obligaron al presidente de la Junta a anticipar comicios, con el resultado conocido de mayoría absoluta para el PP y fiasco memorable para Olona. En la Comunidad madrileña han recogido los mismos frutos Monasterio y Smith, vapuleados por el oleaje azul de Ayuso y compañía, tras percibir el respetable que los mentados eran peor aún que la china anaranjada que incomodó durante meses el zapato de la presidenta de la CAM.
Hay algo en el comportamiento de algunos de los dirigentes verderones que acaba produciendo a la postre cierto rechazo en muchos de los que les auparon con sus votos. A veces a eso se le llama altanería y otra falta completa de modestia. El tono perdonavidas de Ortega-Smith, la arrogancia prémium de Monasterio, el discurso gallito de Buxadé o el estilo encopetado de Steegman, por ejemplo, tienen en común la vanagloria del que se cree superior a los demás, cual Sánchez en sus mejores tardes de endiosamiento parlamentario. Una pena que no se les pegue nada de la entonación comedida de Espinosa de los Monteros, tan necesaria en fondo y forma. El problema es que Espinosa parece haber perdido una guerra de la que sale vencedor el sector más montonero, dispuesto a repetir errores, cual animal que tropieza siempre con el mismo muro de cemento hormigonado. De modo que ahí están ellos, pidiendo el cielo sin pasar por el Purgatorio, prestos a copar Mesas, Presidencias, Consejerías y más Consejerías, pese al resultado bien modesto que tuvieron en algunos casos. No en el Parlamento valenciano, donde los verdes tienen cierta fuerza, y donde hicieron lo que probablemente debían renunciando a nombres y cargos o corrigiendo proclamas electorales casi siempre mejorables.
Rectificar es de humanos y hasta los dirigentes de Vox se equivocan, por mucho que algunos de ellos piensen que no hay más verdad que la revelada por Abascal y su sanedrín de saduceos. Importante error, como se vio en Andalucía y después en Madrid. Malo cuando el que vota percibe cierto tono de engreimiento en el votado. Los sacerdotes del sumo partido piensan que por el simple hecho de llevar sotana van a producir milagros. Casi nunca es así. Lo enseñan hasta en los seminarios. Humildad, templanza y diligencia. La serenidad no está reñida con la firmeza. Se puede ser muy vocinglero y tremendamente incompetente. Por lo general, nunca suelen bien gobernar los que están más acostumbrados a sermonear. Ahí está Iglesias, tan experto en diatribas con soflama como avezado mal gestor. O el mismísimo Sánchez, especialista en gastar y cum laude en vanidad.
Los que votan saben mucho más de lo que a veces creen sus majestades políticas. Y se premia bastante al que gobierna sin aspavientos y mucho menos al fariseo lenguaraz. Feijóo es ejemplo de una cosa. Sánchez de la otra. Abascal está ante su momento Rivera. Como el personal perciba que por su culpa sigue instalado en el poder lo peor del sanchismo, su futuro y el del partido verdejo corren el riesgo de encallar. No sería la primera vez ni tampoco la última. Está la política patria anegada de riadas moradas, anaranjadas y rasadas. Aguaceros de verano, la mayor parte de las veces. El diluvio suele tardar. Los escribas de Vox no deberían levantar la casa con pilares de tejas. Suele ser siempre catastrófica la caída. Aunque a Guardiola también se le puede aplicar el cuento.
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