Parlamento

Ya no rugen los leones

El Parlamento ha dejado de cumplir su importante papel legislativo y el de control es relativo

Vista general de una sesión de sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados
Vista general de una sesión del Congreso de los DiputadosJesús HellínEuropa Press

En los primeros años de la Democracia, el Congreso de los Diputados, aunque ahora pueda parecer mentira, desarrollaba todo su trabajo en el viejo caserón de la Carrera de San Jerónimo, construido allá por 1850 en los solares del antiguo Convento del Espíritu Santo, que algo habrá iluminado a alguien en todo este tiempo.

Allí cabían los diputados, 350 como ahora, los funcionarios, los letrados, los periodistas, con su sala de prensa en la segunda planta, junto al tejadillo, los grupos parlamentarios, el servicio de seguridad, los taquígrafos. Los leones, como ahora, guardaban la fachada principal y “rugían”, porque el Parlamento estaba vivo; entraban proyectos de ley, ¡la Constitución!; se presentaban enmiendas, se reunía la ponencia para informarlas; después la comisión, para elaborar el correspondiente dictamen y, finalmente el pleno. Todo en el mismo edificio. Por cierto, como era tradición en nuestra fecunda historia parlamentaria, con grandes oradores y un gran trabajo legislativo.

En un determinado momento, surgió el ansia expansionista, que no sé si ha terminado. Se sumó un edificio, se ocuparon otros en la Plaza de las Cortes, creo recordar que en la calle Marqués de Cubas, después otros al otro lado de la Carrera de San Jerónimo y un largo etcétera. Impresionante, sobre todo si se tiene lo que ha costado al bolsillo de los españoles.

Todo se debería dar por bueno ya que el Parlamento es fundamental para el funcionamiento del sistema democrático. Los leones, no sólo rugidos felices del trabajo que se desarrollaba en la institución que guardaban, sino que deberían haber incorporado a nuevos compañeros de manada.

Pero no. Con el paso del tiempo, y en especial en la legislatura en la que nos encontramos y en la anterior, el Parlamento se ha convertido en una institución que si siquiera es testigo de actos tan importantes como el Debate del Estado de la Nación o el de los Presupuestos Generales del Estado. El Gobierno, formado por el partido que no ganó las elecciones, algo que es absolutamente legal, pero incompatible con un normal funcionamiento del sistema, se limita a mandar, porque depende de una mayoría inestable, Reales Decretos-Ley para su convalidación mientras negocia unos proyectos, con la sospechosa intención de intervenir en la Justicia y la libertad de expresión; no termina de sacarlos adelante, pese a todas las cesiones y prebendas que ha concedido, ofrecido y ofrecerá. Al margen del Congreso, claro.

La próxima semana. Interesante puede ser la comparecencia del ministro de Transportes, pero es previsible lo que va a manifestar y lo que le van a contestar, porque ya se ha dicho. Poco más, aparte del consabido Real Decreto Ley, unas presentaciones y alguna comisión. ¿Resultados? Una semana más y a por la siguiente.

En lo que va de año, sus señorías se han gastado más de dos millones de euros en desplazamientos para acudir a las sesiones parlamentarias...

La labor de los periodistas, dado el gran número de profesionales acreditados, se ha ido limitando a unos espacios concretos, sala de prensa, ruedas de prensa, pasillos, tribuna en el hemiciclo (menos mal, con la historia que acumula ese espacio) y poco más y ha terminado por ocurrir algo lamentable, que los propios profesionales, a través de la asociación que les representa, ha tenido que tratar de cortar aunque está por ver si dar la batuta del concierto al propio Congreso ha sido lo más acertado o no, el tiempo dirá. La libertad de expresión, consagrada en nuestra Constitución, es un derecho en el que no se puede dar un paso atrás ni para coger carrerilla, pero es el buen uso de esa libertar el que la hace grande y la ennoblece.

Ya dijo Don Quijote a Sancho: "sé breve en tus razonamientos que ninguno hay gustoso si hay largo". Tiempo habrá de hablar de nuestro Parlamento en estos comentarios, que me permito titular genéricamente “Los leones ya no rugen”, con el deseo de cambiar el encabezamiento a la mayor brevedad.