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Opinión

Sánchez, el nuevo Napoleón

«Franco y la calle son suyos», ironizan algunos críticos ante la ofensiva de estos meses

Pedro Sánchez y Begoña Gómez JuanJo MartínEFE

En el Club del Gourmet de un elitista centro comercial madrileño. El pasado lunes, a primera hora de la mañana, su salón principal está abarrotado de altos ejecutivos en desayunos de trabajo, y en uno de sus rincones un grupo de empresarios analiza la actualidad del día. Aparcada ya la OPA del BBVA sobre el Banco Sabadell, los dirigentes económicos hablan sobre la ausencia de Presupuestos y la agitación callejera de los últimos días. Este fin de semana Madrid ha sido un infierno con casi veinte manifestaciones colapsando el centro de la ciudad.

Al albur de la guerra de Gaza, furibundos gritos contra Israel a favor de Palestina, el aborto o cualquier otra prenda ideológica, todo vale para «reventar» la llegada de la derecha y la ultraderecha, en palabras de un leninista como Pablo Iglesias, erigido en caudillo al más puro estilo soviético. Iglesias ofrece sus servicios al presidente socialista que un día le echó del gobierno, mientras sus dos «halconas» de confianza, Irene Montero y Ione Belarra, gritan como activistas desatadas, pero cobran suculentos sueldos oficiales del Parlamento Europeo y el Congreso. La doble vara de la izquierda radical se practica sin ningún pudor.

Sobre la mesa surge el tema del increíble robo en el Museo del Louvre en París. Siete minutos, cuatro asaltantes y una escalera de obras para acceder al recinto artístico más protegido del mundo. O al menos eso parecía hasta ahora. La sustracción de las joyas altamente valiosas de la monarquía imperial ha desatado toda una tormenta política en Francia y suscita la reflexión de uno de los empresarios presentes en la reunión con importantes inversiones en el mundo de las antigüedades y bisutería de lujo. «Os digo que Pedro Sánchez es el nuevo Napoleón, se cargará al Rey, se coronará Emperador y entronizará su propia dinastía, el sanchismo», afirma con preocupada convicción.

Así le ven a Sánchez muchos empresarios y representantes de la sociedad civil, como Bonaparte, un tirano al servicio de su poder personal, pero sin las habilidades patrióticas del general que instauró una dinastía poderosa. Y, desde luego, sin que Begoña Gómez, emperatriz de La Moncloa, sea como Eugenia de Montijo, la hermosa granadina que enamoró a Napoleón III y cautivó con su clase y belleza a la esplendorosa Corte de Francia.

Horas antes, en el Círculo de Bellas Artes, un grupo de críticos del PSOE se reúnen bajo el lema «Democracia más y mejor». Entre ellos, el exministro Jordi Sevilla, antiguos dirigentes como Juan Lobato, Nicolás Redondo, Alejandro Cercas y la exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. «No estamos conformes con lo que hay», dice Jordi Sevilla.

«Se ha cargado el partido», opinan muchos. Que pierdan toda esperanza. Hoy por hoy, Pedro Sánchez es un Napoleón absolutista, despótico e implacable, dispuesto a todo con tal de mantenerse en el poder. Nadie se atreve a replicar las decisiones del gran líder, artífice de las listas electorales, dueño y señor de los sillones de cuantos le rinden pleitesía. «Franco y la calle son suyos», ironizan algunos críticos ante la ofensiva de estos meses desplegada por el «sanchismo».

Conmemoración en el Congreso de la muerte de Francisco Franco con un acto esperpéntico que provoca sonrojo y la calle, mucha calle, agitada por las huestes izquierdistas para atizar el miedo a la derecha, siempre acompañada por el fantasma «ultra», con el único objetivo de encubrir la corrupción que le acecha, triturar a Alberto Núñez Feijóo e impedir la alternancia democrática. El clásico juego de bajos fondos en un régimen totalitario.

El líder del PP debe estar muy atento. En las últimas semanas, circula por los mentideros políticos y empresariales la sombra de una nueva «Operación Mario Conde», aquella conspiración que pretendía impedir la llegada de José María Aznar a La Moncloa en favor de quien era el triunfador presidente de Banesto. Corría el año 96 y esa conjura, bautizada por algunos periodistas de la época como «Asalto al poder», fue un entramado de intrigas y dinero, que le dio muchos quebraderos de cabeza a Aznar hasta el tres de marzo de ese mismo año en que ganó las elecciones y se convirtió en el cuarto presidente del gobierno de España dese la aprobación de la Constitución de 1978.

Ahora, emerge de nuevo la tesis de una posible moción de censura «estructural» con el apoyo de algunos grupos parlamentarios y un candidato de consenso, procedente del mundo empresarial o de la antigua CiU, para echar a Pedro Sánchez, pero también a Alberto Núñez Feijóo y convocar nuevas elecciones. Cuidado, la operación del 96 fracasó porque los actores no eran los mismos. Feijóo ha de rodearse de gentes bien informadas, escapar de los «gurús» que muy bien se venden y mejor cobran, sin que se les conozca ni una buena idea ni una mala acción.

Pedro Sánchez ha demostrado que no se para en barras. Su periplo internacional de las últimas semanas así lo demuestra. La capacidad de construir un relato hacia la opinión pública, ideologizado hasta el máximo y el calentamiento de la calle serán enormes en estos meses.

El nuevo Napoleón solo quiere el poder y la gloria, sin pensar jamás en ser desterrado y acabar sus días en la isla de Santa Elena. En su lecho de muerte, las últimas palabras de Bonaparte fueron para Francia y su Ejército. No parece que a Sánchez le importe mucho España y sus instituciones. El cerco judicial y la presunta red financiera socialista tejida bajo su etapa afloran con fuerza y el «sanchismo» cocina una respuesta sin piedad contra el PP. Recuerde bien Núñez Feijóo aquel asalto al poder, póngase las pilas y esté preparado.