El personaje

Santiago Abascal, el aliado (oculto) de Pedro Sánchez

«¿Quién le ha visto y quién le ve?», se preguntan antiguos dirigentes de Vox ante este transformado Santiago Abascal que camina ciegamente hacia el abismo

Ilustración Abascal
Ilustración AbascalPlatónLa Razón

La decisión de Santiago Abascal de romper los gobiernos autonómicos con el PP es un auténtico disparate que demuestra la patética situación de Vox: un partido bajo un caudillaje del culto al líder, preso de los intereses de una camarilla preocupados por sus intereses personales más que por los problemas ciudadanos. Una organización sin atisbo de crítica interna controlada férreamente contra el disidente, y una obsesión patológica por enfrentarse al PP de Alberto Núñez Feijóo mucho más que a sus adversarios de la izquierda, PSOE, Podemos, Sumar, separatistas y bilduetarras. En esta situación, Abascal es el mejor cómplice de Pedro Sánchez, su verdadera pinza política. A Sánchez le interesa mantener viva la llama de Vox para intentar debilitar al PP, si bien ahora tendrá mucho más difícil acusar a Feijóo de estar en manos de la ultraderecha. Y Santiago Abascal busca la destrucción del primer partido de la oposición en su falsa creencia de que ello le dará un rédito electoral. Debería recordar, junto a su guardia pretoriana encabezada por Kiko Méndez Monasterio y Jorge Buxadé, cómo le resultó esta estrategia de confrontación con el PP a Ciudadanos, cuyos antiguos líderes, Albert Rivera e Inés Arrimadas, duermen hoy en el olvido y llevaron a Cs al ostracismo absoluto. La excusa de los 347 menores migrantes es una falacia que no se sostiene.

A pesar de sus declaraciones públicas, cada vez más dictatoriales sin preguntas ni periodistas, lo cierto es que Abascal afronta ahora el inicio de un partido desangrado internamente, como lo demuestran los consejeros y altos cargos que se han negado a dimitir en la Comunidad Valenciana, Extremadura o Castilla y León, y permanecerán en sus puestos. No resulta fácil renunciar a las prebendas del poder, máxime cuando no se ha incumplido un solo acuerdo de gobierno, y se apela a los valores del patriotismo mientras se niega la ayuda humanitaria a unos pocos menores .

El desvarío de Abascal le ha llevado también a romper en el Parlamento Europeo con la lideresa de la tercera economía de la Unión, la italiana Georgia Meloni, para engrosar las filas de ese llamado grupo de Patriotas por Europa abanderado por el ultraderechista húngaro Víktor Orbán a las órdenes del ruso Putin. Una estrategia desestabilizadora, que busca el autócrata de Rusia y a la que Vox se pliega sin rubor.

Resulta muy triste ver como un político como Abascal, aquel Santi vasco de pura cepa, hijo de un linaje que luchó en los años más duros del terrorismo, un hombre que vivió en carne propia las amenazas de ETA y la combatió con valentía, aparece ahora como el mejor aliado del «sanchismo» y el gran azote del centro-derecha. Ha pasado del respeto a su figura a un camino a la deriva. Vox nació como defensa clara de la Nación española, el partido de alguien como Ortega Lara y que logró más de cincuenta escaños en el Congreso, es hoy una formación en clave de derribo obsesionada con atacar al PP mucho más que a la izquierda. Erigido en un sillón de líder indiscutido e intocable, Abascal permitió purgas que dejaron fuera a gentes fundadoras de Vox y valiosas como Iván Espinosa de los Monteros, Macarena Olona o Víctor Sánchez del Real. El llamado sector liberal fue conducido al destierro bajo la batuta implacable de Kiko Méndez Monasterio y Jorge Buxadé.

El grupo parlamentario, otrora liderado por Espinosa de los Monteros, un diputado culto y de oratoria brillante, navega ahora entre los jóvenes Pepita Millán o José María Figaredo carentes de toda experiencia parlamentaria y de gestión. «¿Quién le ha visto y quién le ve?», se preguntan antiguos dirigentes de Vox, ya fuera del partido, ante este transformado Santiago Abascal que camina ciegamente hacia el abismo.

Pero Abascal y su núcleo duro piensan que la estrategia es acertada, al estilo de la francesa Marine Le Pen, en un ataque feroz contra Núñez Feijóo, a quien critica cien veces más que a Pedro Sánchez. Pretende, como en su día intentó Pablo Iglesias en el sector de la izquierda radical, arrancar votos dónde el PP no puede cogerlos. Un error que llevó a Iglesias y a Podemos a la debacle electoral. Como persona, Abascal es un líder transgresor. Casado en primeras nupcias con Mirentxu, una bilbaína amiga de la infancia, madre de sus dos hijos mayores, no tuvo reparos en tener un divorcio complicado en el año 2010 y casarse en segundas nupcias con Lidia Bedman, una alicantina bloguera muy activa en las redes sociales con quien ha tenido otros dos retoños, Santi y Juan. «Cuatro hijos a cada cual más maravilloso», dice el líder de Vox de su familia. Se define como un «cristiano hasta las cachas», a pesar de su divorcio y frente a quienes le tildan de fascista y extremista derechoso les espeta una frase: «Me importa un bledo, mi conducta me avala».

Durante años se enfrentó a los terroristas en los llamados «años de plomo» con una frase: «Frente a los radicales violentos, libertad». Militante del Partido Popular en el País Vasco, amigo personal de Jaime Mayor Oreja y otros dirigentes de aquella época, fundó Vox con unos objetivos ahora desvirtuados. Apasionado de su tierra vasca, dónde practica el senderismo y se baña en verano en las frías aguas vizcaínas de Las Arenas, cerca de Plencia, ha pasado de ser un líder respetado a un antagonista de lo que decía combatir. Abogó por un partido de defensa nacional, con principios y valores que hoy se sustentan en un proyecto caudillista de camino impredecible. Se diría que es un cierto estalinismo, al estilo bolchevique pero de extrema derecha. Bien para Pedro Sánchez y muy lamentable para la unión del centro-derecha español.