Discurso de Navidad

Cercanía y firmeza institucional

El análisis del lenguaje

La Razón
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Fue un discurso en tres platos: de cercanía con el espectador y familiar con las circunstancias de muchos desfavorecidos (pasado), de firmeza institucional ante las torpezas políticas y veleidades legales que muchos representantes públicos protagonizan cada día (presente) y de mirada compartida hacia el proyecto común a compartir, con sus virtudes y defectos (futuro).

En su inicio, sorprendió la forma de dirigirse a los españoles, en esa segunda del plural («tengo que deciros», «vosotros sois capaces») que buscaba, a través de la sencillez expresiva de sus palabras, la vinculación permanente del primero de los ciudadanos con el resto de sus compatriotas. Si bien usó excesivamente el adverbio «como»: «en momentos como este», «en días como hoy», algo que desluce el ritmo de todo discurso, fue construyendo una secuencia interesante de aproximación a las necesidades y problemas del contexto, a través de figuras como la anáfora, muy presente siempre en los escritos del monarca. «He comprobado», «he conocido».

Fue también llamativo el recurso retórico de la tríada, en especial cuando honraba el trabajo de los funcionarios y servidores públicos, aquellos que «garantizan nuestras libertades, atienden nuestros hospitales o educan a nuestros hijos, que velan por nuestra seguridad, defienden nuestros valores y contribuyen al avance de la ciencia y al enriquecimiento de la cultura». En construcciones como estas (garantiza–atienden–educan, velan-defienden-contribuyen) residen gran parte del recuerdo posterior a todo discurso.

Al hablar de la crisis, ya a mitad de la intervención, se acompañó de la metáfora, otra de las muletas visuales que Felipe VI utiliza a menudo: «sobre todo las personas más desfavorecidas o vulnerables tengas la certeza de que no se quedarán en la soledad del camino que España tiene que recorrer en el siglo XXI». Ilusión, optimismo y esperanza, los tres conceptos que sobrevaloraron durante una intervención calmada en el tono, consecuente en las formas y sencilla en el fondo.

Si la primera parte del discurso fue sobre todo, sentimental, apelando a lo emotivo de un «todos a una», la segunda parte fue más metódica, en la que la destacaron defensa de la ley como marco supremo de libertad y el «respeto y consideración» como normas de convivencia.

Dejó para el final, sabedor de la importancia que para el receptor supone un conector de atención como «no quiero terminar sin deciros», un tema crucial para el devenir de un país como es el de la educación: alabó la importancia de tener una nación de ciudadanos formados en «un nuevo modelo del mundo que traspasa fronteras, sociedades, generaciones y creencias». «Ya no se trata sólo de una revolución tecnológica: es algo mucho más profundo», sentenció el Monarca como antesala de su despedida, componiendo un final de clímax perfecto: «son tiempos para profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas». Una construcción simbólica que resume un discurso de futuro que miraba al pasado, contundente pero sin estridencias, una intervención, sin fisuras.