Política

¿Volvió el asesino de Carrero Blanco al lugar del crimen? Dos testigos dicen que sí

El sumario del magnicidio de Carrero Blanco oculta muchas incógnitas sobre el atentado. Entre ellas, los misteriosos movimientos de uno de los asesinos del presidente

Atentado de Carrero Blanco
Atentado de Carrero Blancolarazon

A lo largo de los casi dos años en los que estuvieron dando vueltas por Madrid, los terroristas de ETA que el 20 de diciembre de 1973 asesinaron al presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, cometieron todo tipo de imprudencias.

De hecho, se podría decir que incumplieron el manual más básico del buen delincuente en cada uno de sus mandamientos y el que los resume a todos: no llames la atención de la Policía.

Pese a estar fichados y controlados por las fuerzas del orden, como lo han demostrado las fuentes oficiales y algunos de los responsables de Seguridad, llegaron a alquilar casi una decena de pisos y cuatro coches en Madrid, robaron armas a militares, hicieron prácticas de tiro y sustrajeron carnés de identidad (dejándose, por cierto, las huellas en algunas de estas acciones).

El sumario oficial del caso (142/1973) recoge los testimonios de algunos de los que coincidieron con ellos, que corroboran que fueron de todo menos discretos y que se comportaron con una sensación de impunidad que ha llamado mucho la atención a los investigadores.

Pero, por muchas imprudencias que se cometan, hay una línea roja que todo delincuente no debe traspasar nunca: volver al lugar del crimen. Pues eso es precisamente lo que, según algunos testigos, hizo José Miguel Beñarán, alias “Argala”, el etarra que apretó el botón del explosivo que acabó con la vida del presidente del Gobierno, su escolta y su chófer.

Dos testigos le vieron junto al socavón

Así lo declararon en comisaría, en momentos distintos, dos mujeres que minutos después de la explosión estaban curioseando junto al enorme socavón. Josefa Motta y María Dolores Cavestany declaran, según se recoge en el sumario, que vieron cómo un hombre se encendía un cigarro mientras se asomaba al enorme agujero de la calle, algo que le recriminaron ante el riesgo de que la presencia de gas pudiera causar una desgracia mayor. De hecho, llegaron a decirle que iban a avisar a la policía o los bomberos si no lo apagaba. Su respuesta, de una forma “retadora y desafiante”, fue: «Llamar a un bombero para apagar un pitillo...».

Según declaran estas dos mujeres, este individuo se dio la vuelta y se marchó, junto a una joven que le acompañaba. Pero lo que de verdad las dejará de una pieza será sentarse un día después ante el televisor para comprobar que aquella explosión había sido un atentado de ETA, que la víctima era el presidente del Gobierno y que aquel fumador maleducado era, ni más ni menos, uno de los criminales cuyas fotografías mostraba la Policía.

Las dos mujeres reconocen «sin ningún género de dudas» a aquel hombre como José Miguel Beñarán y a su acompañante, aunque aquí con menos seguridad, como otra de las procesadas, Mercedes Alcorta Arzac, tal y como se recoge en sus declaraciones (folio 217 del sumario).

¿Tuvo el imprudente "Argala" la osadía de regresar al lugar del crimen para contemplar su "obra" o fue un ejemplo de psicosis colectiva? ¿Estaban tan confiados los miembros del comando que mataron al presidente del Gobierno como para pasearse con tranquilidad por el lugar? Lo habían hecho durante meses sin que les ocurriera nada. Como dijo el líder del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo, cualquiera de sus militantes no habría durado ni dos días: "A cualquiera con un mínimo de experiencia de la clandestinidad le resultaba evidente que sin protecciones importantes y muy altas los etarras hubieran sido arrestados mucho antes de realizar sus propósitos».

(Ernesto Villar es autor del libro Todos quieren matar a Carrero: la conspiración dentro del Régimen)