Familia

Ver crecer a los hijos: la verdadera medida del paso del tiempo

Opinión

Del paso del tiempo somos conscientes cuando nos ponemos a recordar, cuando vemos fotos y cuando hablamos de acontecimientos que, de repente, nos sorprende que pasaron hace más de treinta años. Ahí entra un vértigo considerable. Pero sobre todo el vértigo entra cuando ves crecer a tus hijos.
Del paso del tiempo somos conscientes cuando nos ponemos a recordar, cuando vemos fotos y cuando hablamos de acontecimientos que, de repente, nos sorprende que pasaron hace más de treinta años. Ahí entra un vértigo considerable. Pero sobre todo el vértigo entra cuando ves crecer a tus hijos.PIXABAY

Famosísimo el verso de Gil de Biedma sobre cuándo uno se empieza a dar cuenta que la vida iba en serio. Pero don Jaime no tuvo hijos y nada como ellos como la perfecta medida del tiempo. Tengo 46 años y en un mes hará diez que me convertí en madre por primera vez. Entonces, a esa edad, la percepción de mí misma nada tenía que ver con la de ahora. Me sentía para empezar, jovencísima. Algo lógico teniendo en cuenta que lo era. Ahora también lo soy pero menos, claro. Del paso del tiempo somos conscientes cuando nos ponemos a recordar, cuando vemos fotos y cuando hablamos de acontecimientos que, de repente, nos sorprende que pasaron hace más de treinta años. Ahí entra un vértigo considerable. Pero sobre todo el vértigo entra cuando ves crecer a tus hijos.

Tengo tres y cuando veo a la mayo caminando inexorablemente hacia la pre-adolescencia el vértigo que se me pasa es similar al que sientes en el estómago cuando ves al hombre que amas y que no puede evitar. Nunca he sido una madre entregada como otras amigas que tengo que iban al parque con horario estricto y tuppers con la fruta cortada. Es más, habré ido al parque con mis hijas tres veces. Sin embargo y por suerte para mí (y para ellas) jamás me sentí culpable por ello. Sí me he sentido muchas veces culpable y me siento por trabajar demasiadas horas que les quito de su tiempo. Afortunadamente lo hago desde casa por lo que la ausencia es menos ausencia.

No es que añore los momentos en los que eran más pequeñas. Cada etapa tiene su encanto y, en honor a la verdad, me siento más cómoda ejerciendo de madre de unas personitas con las que ya se puede hablar (porque la mediana va camino de los ocho pero razona como una de diez), ir a un museo, a una iglesia (siempre me recordarán por llevarlas a visitar iglesias románicas, góticas...son mi pasión). Hacer viajes a partir de ahora con ellas (me queda Jomío pero es que no tiene ni tres), se presenta, decía, como un placer de los auténticos. Para la edad que tienen ya saben mucho de historia (labor de su colegio pero también, mía y sin falsa modestia), así que ir a lugares por España o fuera se me antoja como el mejor de los planes.

Están ambas en una etapa que se asemeja a la de un funámbulo en mitad del trayecto. Cuando lleguen al final aparecerá gloriosa la nueva etapa, la temida pre adolescencia a la que, confieso, no le tengo miedo. Quizás porque soy una inconsciente o quizás porque conozco muy bien a las hijas que he parido. Todavía conservan la candidez de la infancia y eso se refleja en cómo miran. Ambas. Esa mirada que tienen todos los niños del mundo y que todos perdemos por el camino. La mirada que te hace interesarte por todo, preguntar sin miedo al ridículo y disfrutar como si fuese el último día de tu vida. Se sabe que hasta los niños en conflictos de guerra son felices y juegan. Para ellos el concepto del tiempo es muy diferente al nuestro, por ello se recomponen de lo que para ellos es una desgracia y para los adultos una nimiedad, en nanosegundos.

Confieso, eso sí, que el pánico me viene por otros lados. Como todas las madres tengo miedo de que se crucen malas personas en su camino, chicas y chicos. Que las hagan sufrir y no sepan cómo defenderse ni yo cómo consolarlas. No sé si reposar en el pecho de tu madre sigue sirviendo cuando te haces mayor. Bueno, sí, sí lo sé porque soy hija y lo sigo haciendo con la mía.

No creo que se avecinen tiempos más peligrosos. Para peligro vivir en la Edad Media y que se te muriese un hijo por una infección. Creo que vivimos una etapa con demasiada información, quizás más de la que podemos procesar, pero ni siquiera eso es malo. No soy ejerciente del catastrofismo, muy al contrario soy optimista y, como dice mi madre y varias amigas, una fuerza de la naturaleza así que me preocupa lo justo el futuro que tendrán sabiendo que por preocuparme más no lo cambiaré.

Sin hacer de la maternidad ninguna bandera sí puedo afirmar que ha sido el proceso más transformador que me ha pasado jamás. Que es el amor más sincero y seguro que he sentido, ese en el que no cabe la mínima duda de que nunca se terminará. Al contrario, se incrementa día a día. Pero, también creo que es a su vez el mayor desgaste emocional que la vida te da, es una hipoteca para toda la vida. Un lugar al que llegas y del que nunca te vas y en el que te toca ser una centinela leona siempre. Y creo sinceramente que decir abiertamente que muchas veces esto te supera no te hace peor ni mejor pero sí más sincera. Luego crecen y echas de menos esos momentos, te dicen. Puede ser. Pero tampoco me preocupa demasiado. En las cajitas del cerebro se quedan guardados todos y cada uno de los momentos que nos acompañan desde el día que nacen y berreando te los colocan en el pecho.

Pero, sobre todo, con sus cuerpos creciendo sin parar, con sus cabezas amueblándose en el proceso de aprendizaje milagroso que es la vida, es ahí donde un encuentra la verdadera medida del paso del tiempo. Y de que sí, que la vida iba en serio.

Gema Lendoiro es periodista y responsable del canal familia de larazon.es. Es madre de tres hijos.