Casa Real
Así disfruta de su libertad fuera de foco Marta Gayà, la mujer siempre en la mente del Rey emérito
No es solo discreta, sino exquisita y muy lista. La mujer que más feliz ha hecho a Don Juan Carlos, según él mismo confesó, sigue pasando sus veranos en la isla, ahora con mucha más libertad de movimientos y sin cámaras
Escribía el pasado año el prestigioso periodista de Diario de Mallorca, premio Ortega y Gasset y colaborador de la Cadena Ser, Matías Valles, que Marta Gayà seguía siendo la «mujer en esta tierra» de Don Juan Carlos. Es, sin duda, una de las mejores definiciones que se han hecho de la mallorquina –y se han hecho muchas («la dama del rumor», «la negra»)– cuyo nombre salió a la luz de los focos a principios de la década de los noventa cuando la portada de la revista «Época» firmada por Juan Luis Galiacho aseguraba que el por aquel entonces Jefe del Estado mantenía «una duradera relación sentimental» con ella. Ese secreto a voces que durante años había guardado la sociedad isleña con la discreción que le caracteriza saltó por los aires. Nadie salió en su día a confirmarlo públicamente como nadie lo desmintió. Lo que sí es cierto es que las imágenes que demostraría tal afirmación se guardan desde entonces celosamente en los cajones de dos revistas de gran tirada nacional. Se pagó una suculenta cantidad de dinero para ocultarlas a la opinión pública.
Marta Gayà nació en Mallorca en el año 1949; hija de Fernando Gayà, propietario del hotel Villamil y empresario inmobiliario de la isla, estudió en el colegio Sagrado Corazón de Palma, como muchos de los niños de la considerada alta sociedad balear, esas primeras amistades y relaciones fueron el germen de lo que vendría después: se marchó a Barcelona a hacer un curso de Decoración y después se casó siendo muy joven. «Apenas llegó a ejercer como interiorista, aunque hay quien lo niega. En realidad, asesoró a algunos amigos y a un par de despachos, pero no ha trabajado mucho más», cuenta un conocido de la familia. Tras ese fugaz matrimonio con el ingeniero malagueño Juan Mena, que trabajaba con su padre, y al no haber tenido hijos, Marta regresó a la escena social y empezó así a frecuentar los lugares de moda de Palma. Comenzó entonces a trabajar como relaciones públicas en el Club de Mar, a las órdenes de un ilustre de la noche isleña como Pepe Oliver, y ahí comenzó a entablar relaciones de confianza y amistad con quienes serían conocidos en los medios como «la corte flotante mallorquina» de Don Juan Carlos. Desde el arquitecto Luis García-Ruiz, el playboy Juan Marqués y el empresario alemán Rudy Bay y su mujer, Marta Girod, cuñada del expresidente del Real Madrid, Ramón Mendoza, hasta el príncipe georgiano Zourab Tchokotua y su mujer, Marieta Salas Zaforteza. Precisamente, fue el noble quien les presentó. Según varias publicaciones, el que fuera compañero de pupitre del Rey Emérito en el internado delos Marianista de Friburgo (Suiza) le comentó a Oliver que un amigo quería conocer a Marta Gayà. Eran los años ochenta y todo el mundo calló, en una suerte de bendición a esa relación. Pero la realidad era distinta. Veteranos periodistas mallorquines de aquellos años, que prefieren mantener el anonimato porque «tenemos más que perder que ganar», aseguran que en su entorno, incluso íntimos amigos de «la dama del rumor», «no aprobaban aquel idilio». «Se hablaba mucho, claro, sobre todo cuando salió a la luz. Había grandes defensores de la monarquía y veían que eso podía desestabilizar a los reyes. Aunque nunca se lo dijeron a la cara, Marta Gayà sabía que el escándalo no le iba a beneficiar».
Mordaz y ácida
Hasta esa publicación en la revista «Época», a las que se sumarían las de «Point de Vue» y «Oggi», Marta Gayà vivía bajo la discreción que siempre la ha caracterizado, y que conjuga con su carácter elegante, educación exquisita y una inteligencia por encima de toda duda. Mordaz y ácida en sus comentarios, según reconocen algunos de sus íntimos, la mallorquina se sentía arropada por sus influentes amigos: navegaba en el barco de Ramón Mendoza, una réplica de la goleta América, y que atracaba en el muelle de Puerto Portals junto al Giralda, de Don Juan de Borbón; se encontraba con su amante en Villa Altea, una finca en la urbanización de Son Vida, en Palma, propiedad del georgiano y que les brindaba total anonimato y acudía a fiestas privadas donde nadie preguntaba… hasta el verano de 1990. Una cena en el Beach Club del Casino en la urbanización Sol de Mallorca para homenajear a Karim Aga Khan –años después protector de Cristina de Borbón en Ginebra– con motivo de su participación en el Rally del Mediterráneo para maxi yates destapó el pastel. La velada estaba presidida por Don Juan Carlos y Doña Sofía y todo transcurría con normalidad. Hasta que Marga Gayà, en compañía del escritor José Luis de Vilallonga –que se convertiría tiempo después en el primer biógrafo oficial del Emérito, gracias a la intercesión de Gayà– y los príncipes de Tchokotua llegaron al acto. Lejos de esconderse, el Rey se levantó a saludar al grupo con efusividad bajo la asombrosa mirada de Sofía. Y el runrún se hizo insostenible.
A partir de ese día, Marta Gayà dejó de ser ella misma. Comenzó a viajar mucho más e instaló su residencia oficial en Suiza, donde pasaba largas temporadas a caballo entre Ginebra, Saanen y Gstaad. Precisamente en el emblemático Gstaad Palace Hotel tuvo lugar una famosa anécdota que recuerdan reporteros. La mallorquina acababa de perder en accidente de tráfico a sus amigos Rudy Bay y Marta Girod y se refugió en el país helvético, dicen que sumida en una depresión. «El Rey viajó de incógnito para arroparla, tan de incógnito que los escoltas le perdieron de vista en la frontera. Cuando nos vio –a los periodistas–, se enfadó muchísimo. Ya no podía estar tranquilo», según cuenta uno de los testigos.
En esos años del escándalo tras las noticias de las supuestas infidelidades de Don Juan Carlos, Gayà dejó de acudir a Palma durante el verano y de disfrutar de su piso en Can Barberà, en el paseo Marítimo; no quería provocar más disgustos, aunque tampoco los podía evitar. En noviembre de 2011, unos días después de que estallase el caso Nóos que salpicaba a los por entonces Duques de Palma, el Emérito ordenaba al gestor de su fortuna en Suiza, Arturo Fasana, que transfiriera un millón de euros a su amiga Marta Gayá desde la Fundación Lucum ya que quería que ella tuviera «un nivel de vida decente», según dejó por escrito el fiduciario suizo en una nota interna y que publicó en exclusiva «Vozpopuli». Cuando el Emérito se exilió a Abu Dabi, también se rumoreó que la mallorquina lo acompañaba. Cansada, quizás, de tanta palabrería, Marta decidió dejarse ver en una posición insólita y que rompía con su tradicional discreción.
Sin comentarios
Ya hace dos años que no falla a los estíos isleños. Acude a algunos eventos sociales, pero la norma está clara: nada de hablar sobre Don Juan Carlos. A principios de este mes de agosto, arropó a su amigo, el artista de la joyería Chus Burés, en la galería Rouge, donde celebró sus treinta años en la profesión. Llegó como siempre, elegante, sonriente y sin hacer ningún tipo de declaración. Ni la hará.
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