Crónica
Los sábados de Lomana: La fascinación por las joyas de la reina Victoria Eugenia
Participé en el acto de presentación del nuevo libro de Nieves Herrero en el Círculo de Bellas Artes. «El Joyero de la Reina» cuenta, a través de la vida de la Reina Victoria Eugenia y su gran fascinación y pasión por las joyas, otra crónica de la historia de España. Tuve el placer y honor de compartir con tres mujeres estupendas la presentación: María Dueñas, Norma Duval y la autora, Nieves Herrero.
Hablé de las «joyas de pasar», nombre que acuñó Doña María de Las Mercedes, madre del Rey Juan Carlos I. Son aquellas joyas que pertenecen a la Corona y van pasando de una reina a otra, esas que nunca se pueden vender. Doña Sofía se las paso a Letizia, que es ahora la poseedora de este legado. Imagino que, poco a poco, le ha ido cogiendo gusto y apreciándolas en todo su valor histórico, no solo material.
Detrás de una joya siempre hay una historia, puede ser una historia de amor, deseo, ambición, de esfuerzo por poseerla, también un presente envenenado cuando detrás hay una infidelidad que se pretende paliar con un regalo.
La Reina Victoria Eugenia de Battenberg, mujer de una belleza impresionante, tenía auténtica pasión por las joyas; era una princesa inglesa nieta de la Reina Victoria, y heredó de ella ese gusto por las gemas. Quiso que la enterrasen con un anillo en forma de serpiente, diseñado por su marido Alberto de Sajonia Coburgo como símbolo de amor eterno. La leyenda dice que una serpiente en el dedo regalada por un hombre que te quiere significa que ese amor es indestructible.
Hubo otra mujer, su dama de compañía Lady William Cecil, que también influyó en Victoria Eugenia. Lady Cecil era una apasionada de la egiptología, financiaba excavaciones como la de Howar Cárter, arqueólogo que descubrió la tumba de Tutankamón. Ella decía que la historia de las joyas comienza en el Antiguo o bajo Egipto. Le hablaba del poder de las piedras preciosas, amaba especialmente el lapislázuli; piedra de un azul intenso con chispitas de oro, igual que el cielo en las tumbas de los faraones azul con estrellas doradas, que podemos ver si han estado dentro de una de ellas, algo que sobrecoge por su belleza. El lapislázuli, dicen que te conecta de una forma muy espiritual y sosegada con el más allá.
Supersticiones
Lady William Cecil también la advirtió del cuidado que debería tener antes de lucir perlas que hubiesen usado otras reinas si habían sido desgraciadas, ya que le traspasarían sus lágrimas y penalidades. Personalmente no creo en esas supersticiones, están más en la mente que en la realidad. Victoria Eugenia tampoco debía ser supersticiosa pues mezclaba las perlas, su joya favorita, con diamantes, rubíes y esmeraldas. Le gustaba ponerse todo, le daban fuerza y seguridad. Su joya más importante era el collar de chatones, regalo de Alfonso XIII, de un tamaño y calidad extraordinario que fue aumentando y creciendo en forma directamente proporcional al desapego, engaños e infidelidades del Rey que, a pesar de haberse casado por amor, nunca le perdonó que trajese a la estirpe Borbón la hemofilia. Varios de sus hijos nacieron muertos, otro sordomudo. Todas estas desgracias fueron separándoles a la par que el collar de chatones aumentaba.
La Reina tenía unos ojos azules maravillosos, adoraba las aguamarinas que hacían juego con su color. Se encaprichó de un collar de estas piedras que tenía la Zarina Rusa, su prima, encargando uno exacto a Cartier, pero que fuese desmontable para utilizarlo de diversas formas. Las malas lenguas dicen que nuestra Reina siempre envidió las joyas de La Zarina Rusa.
Pero la más apreciada, y que le producía más curiosidad por su leyenda, era La Perla Peregrina. Siempre defendió que la suya era la verdadera. No importa, como decía el filósofo Sartre, que las cosas sean ciertas lo importante es que a nosotros nos lo parezca.
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