
En venta
Jaime de Marichalar y los 10 millones del tríplex
El exmarido de la Infanta Elena saca a la venta su hogar. Hay toda una serie de roturas detrás de la operación.

Podría ser el guion de una telenovela de lujo slow, con interiores de Rosa Bernal, silencios que rugen más que cualquier portada y una familia en fuga constante de sí misma. Pero no: hablamos de Jaime de Marichalar, ese eterno personaje secundario del universo Borbón, cuya última decisión aupada por el mantra del pijerío patrio “que todo se coloca en nada gracias a los ricos de LATAM”, vender su icónico ático tríplex en el barrio de Salamanca, ha resonado con más fuerza de la que él acostumbra permitir. Una venta inesperada, marcada por la sombra del desencanto y la distancia propia de la edad con sus hijos, Froilán y Victoria Federica, que vuelan libres (a la vez que tutelados).
¿Un simple movimiento inmobiliario o una declaración silenciosa sobre su vida, sus vínculos y su lugar en la historia? El tríplex de Marichalar, que ha salido al mercado por 10 millones de euros, no es solo una propiedad de lujo. Es un símbolo. Comprado en 2002 gracias a la herencia de una tía abuela, y mucho antes de que Felipe Froilán se convirtiera en protagonista involuntario de los tabloides y Victoria Federica en musa espontánea de la pasarela social, esta vivienda representaba un manifiesto vital. Era, se decía, la herencia destinada a sus hijos, la base de operaciones de una familia real alternativa tras el «cese temporal de la convivencia» con la infanta Elena en 2007.
De 500 metros cuadrados repartidos en tres plantas, con chimenea, biblioteca, piscina privada y acceso desde el garaje sin necesidad de pisar zonas comunes, este ático decorado con discreto boato parecía el último bastión de una aristocracia moderna, contenida pero orgullosa. Sin embargo, Jaime de Marichalar ha decidido deshacerse de él. ¿Por qué ahora?
Razones prácticas y emocionales
Según Paloma Barrientos, los motivos son prácticos: demasiado grande, problemas de movilidad persistentes desde el ictus que sufrió en 2001 y una vida cada vez más nómada, centrada en París, Milán o Nueva York. Pero detrás de esa explicación médica y funcional se esconde una narrativa más íntima, y quizá más dolorosa: la creciente desconexión con sus hijos y una aceptación tácita de que su legado será distinto del soñado. La imagen de Marichalar ha sufrido tantas mutaciones como la de cualquier figura pública, pero la suya siempre ha sido más estilizada que épica. Fue el yerno maldito, el aristócrata fashion con bufanda en junio, el asesor económico de grandes marcas, el silencioso exmarido de una infanta con más temperamento que tiempo para excusas. Pero también fue padre, y ese rol, menos glamuroso y mucho más exigente, es el que hoy queda desdibujado con la venta del tríplex.

En 2014, Marichalar declaraba con firmeza: “No me voy de España y no dejaré una casa donde estoy encantado y que será la herencia que deje a mis hijos”. Su negativa entonces era rotunda, y no solo económica. Había un componente emocional, incluso simbólico, en esa voluntad de permanencia. Hoy, sin embargo, ese compromiso se ha esfumado. No porque haya llegado una oferta irresistible, como él mismo había sugerido que podría motivar una venta, sino porque, simplemente, ha dejado de tener sentido. Y eso duele más que cualquier cifra. En este nuevo capítulo, los protagonistas indirectos son sus hijos, herederos de un linaje borbónico y de una fortuna emocional que se distribuye con suerte dispar entre viajes a Dubái, apariciones en photocalls e Instagram, el hogar de Vic. ¿Qué lugar queda para ellos en este relato de silencios?
Fuentes cercanas a Marichalar insisten en que Froilán ya no lo visita tanto. Vic, entre front rows y colaboraciones con firmas de moda, sigue teniendo tiempo para su querido progenitor. En una familia donde cada gesto se mide al milímetro, y donde las palabras no dichas valen tanto como las pronunciadas con solemnidad, vender el tríplex no es solo cambiar de vivienda. Es asumir que hay ciclos que no cierran como uno desea. Es declarar, sin ruido, que la herencia emocional ya no se transmite a través de metros, sino con la templanza con la que se acepta que los hijos crecen y se alejan. Para él, que ha construido una reputación con más estilo que estridencias, esta venta es también un movimiento estratégico: deshacerse de lo que no se alinea con su vida real.
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