Diva

Madonna, por delante y por detrás: por qué sigue siendo un icono sexual

Una exhaustiva biografía coincide con su enésima reivindicación del sexo como algo natural

Imagen del documental 'En la cama con Madonna'.
Imagen del documental 'En la cama con Madonna'.Miramax

Es casi imposible escribir sobre Madonna sin incurrir en algún tópico. El primero, el mayor, el que la acompañará siempre, es el de su figura como sinónimo de escándalo y provocación. Pero si esto se analiza con un mínimo de rigor y una mirada despoblada de prejuicios, lo que es un escandalazo es que un afilado sentido de la libertad como el suyo haya herido la moral de una sociedad que se pretendía moderna y que con sus reacciones demostraba justo lo contrario. Allá por la década de los ochenta, cuando en el mundo del espectáculo los hombres eran la fuerza hegemónica, ella gritó «¡hey, colegas, hacedme un hueco!» y reclamó su sitio entre el generalato. Con un par. Y en vez de una puesta en escena sexy, falsamente ingenua, de puro objeto sexual, que es lo que se les exigía entonces a las mujeres que se dedicaban a la fantasía de la música, exhibió una sexualidad desacomplejada y potentísima, de palabra y obra, lo que descolocó enormemente al personal. Madonna era, en fin, un cañón cuya boca escupía lava. Y en su calidad de pionera, los dardos los tenía garantizados. Y cuando en esa década, ya en la cima, estrella indiscutible del pop, utilizó su fama y dinero para concienciar sobre el sida, en un momento en el que el gobierno de su país escatimaba fondos y no terminaba de entender (o se negaba a hacerlo) el alcance de aquello, no lo hizo para llamar la atención y acaparar portadas, por simple oportunismo, sino porque sus mejores amigos estaban cayendo como los malos de un videojuego.

Madonna poses at the MTV Video Music Awards, in this Sept. 14, 1984 file photo, in New York's Radio City Music Hall.
Madonna poses at the MTV Video Music Awards, in this Sept. 14, 1984 file photo, in New York's Radio City Music Hall. Agencia AP

Aquella enfermedad hizo que los homosexuales en su conjunto fuesen mirados con un indisimulado rechazo, como apestados. Y Madonna, con sus declaraciones, su actitud y sus letras, luchó contra esa injusticia mientras recibía palos desde los cuatro puntos cardinales. Fue valiente y temeraria, y logró imponer aquel discurso tan a la contra, por más que hoy sus cicatrices se cuenten por decenas. De esto, de su capacidad para escandalizar y su defensa de causas que necesitaban de alguien de gran influencia que lograra darles visibilidad, además de otras muchas cosas es de lo que habla «Madonna. A rebel life», de Mary Gabriel, experiodista de la agencia Reuters. Un tocho de 800 páginas que el «Times» ha definido como «una grandísima biografía del fenómeno pop y la reina de la reinvención».

Prodigio de la naturaleza

Este torrencial y ambicioso estudio, que revela que la autora no es una simple fan sino una solvente historiadora cultural, trata de explicar lo inexplicable, que es ese prodigio de la naturaleza llamado Madonna. Porque hay existencias que no hay forma de encerrar entre las paredes de un libro. Pero no hay que quitarle mérito al cuidadísimo trabajo llevado a cabo por Gabriel, al contrario, ya que arroja muchos detalles de una vida única. Y uno de los aspectos más destacables es su precoz rebeldía contra la rígida moral católica que vivió en su niñez y adolescencia y su vindicación del sexo como algo natural, placentero, saludable, y no como una práctica siniestra y oscura. Hija de una mujer que rozaba el fundamentalismo religioso y que murió muy joven por causa de un cáncer, y de un padre ingeniero y extremadamente rígido, su primera muestra de contestación con el entorno fue su forma de vestir: se acortaba la falda, se ponía camisetas ajustadas y abusaba del maquillaje. Ya en su primera actuación pública, cuando estaba en la escuela secundaria, bailó el «Baba O’Riley» de los Who con una amiga, ambas con pantalones cortos y con la parte superior cubierta de corazones y flores de color verde y rosa que diseñaron con pintura corporal fluorescente. Las familias que presenciaron la actuación la definieron como «la más escandalosa que se había visto en esa comunidad conservadora». Aquello fue el tema de conversación durante todo un mes, y a uno de los hermanos de Madonna los niños le gritaban que su hermana era «una puta».

Madonna performs during her "Blonde Ambition" tour, in Philadelphia.
Madonna performs during her "Blonde Ambition" tour, in Philadelphia. Sean KardonAgencia AP

Fue en 1974, a los 15 años, cuando el sexo, la danza y la música llegaron a su vida para quedarse. Tuvo su primera relación sexual, comenzó a estudiar ballet en serio y vio a David Bowie en concierto en el Cobo Center de Detroit, una actuación que le cambió la vida. A sus ojos, Bowie era mitad hombre, mitad mujer. Pero fue en la universidad, a la que accedió gracias a una beca de baile, donde por vez primera se sintió libre y desató sus instintos. Allí no sólo se empapó intelectualmente del trabajo con gran carga erótica de prestigiosos cineastas europeos (Visconti, Resnais, Pasolini, De Sica, Buñuel), sino que empezó a pasar mucho tiempo con bailarines, y todos ellos eran gays. Madonna frecuentaba los bares de ambiente a los que ellos iban y se enamoraba platónicamente de homosexuales. Tuvo numerosas relaciones y descubrió que la masturbación no sólo podía ser un modo de alivio fisiológico, sino todo un arte.

Capital porno

Y cuando en 1977 recaló en Nueva York para hacer un curso de baile, aquella era «la capital porno de América». Porque el sexo estaba hasta en el último rincón. Por la noche, en las calles, el rojo lo gobernaba todo: las señales, las luces parpadeantes, las siluetas de los cuerpos de las mujeres desnudas, las cabinas privadas. Ese mundo que recreó Martin Scorsese en el clásico «Taxi driver». Y emergió una industria que dio beneficios millonarios, el de las películas porno, algunas más rentables que muchas producciones de Hollywood.

Madonna durante uno de sus conciertos en Londres
Madonna durante uno de sus conciertos en LondresInstagram

Esa Sodoma y Gomorra con rascacielos se grabó en la retina de aquella veinteañera y afiló su imaginario. Y supo que aquel era su lugar; el sitio en el que empezaría una carrera que ella siempre supo que desembocaría en la fama. Cuando en aquellos años conoció a Al Pacino, ya entonces una estrella tras haber trabajado en las dos primeras entregas de «El padrino», al despedirse de él le metió la lengua en la oreja, algo que el actor contó más tarde con perplejidad. La sexualidad era algo que palpitaba en ella y que convertiría en un sello de identidad artístico. Porque Madonna es una mujer católica que se ha rebelado contra todo tipo de represión carnal, de ahí que en su carrera haya habido un exceso de sexualidad que ella, la Marilyn Monroe de los años del walkman, ha sabido rentabilizar como otras pocas artistas.