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Madonna demuestra en Barcelona que sigue siendo la reina de la provocación

La cantante repasó cuarenta años de carrera en un inolvidable concierto
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Madonna lleva cuatro décadas, que se dice pronto, reinando, siendo la auténtica emperatriz del pop, aunque como ella misma canta el tiempo pasa muy lento. Una efeméride de este tipo merecía ser reivindicada por todo lo alto. Y eso es lo que está haciendo Madonna con una serie de conciertos por todo el mundo bajo el título «Celebration Tour». Hoy y mañana el Palau Sant Jordi de Barcelona acogen los dos únicos que dará la cantante en nuestro país.
En su primera noche ante un entregadísimo auditorio, con algo más de una hora y media de retraso, Madonna mostró sus poderes con un concierto que sirvió para repasar lo mejor de su carrera, con un especial énfasis a los temas con los que obtuvo sus primeros éxitos, como «Holiday» o «Burning up». No resultó gratuito que la ambición rubia por excelencia empezara su encuentro con el público interpretando «Nothing Really Matters», toda una declaración de principios porque su letra comienza recordando que «cuando era muy joven/ nada me importaba/ pero haciéndome feliz/ yo era la única». Y, sí, es la única. Por eso, nos invitó a todos los presentes a viajar a la década de los ochenta, cuando apareció en la banda sonora de nuestras vidas, recreando las luces y las imágenes de una época de cambios, en la que lo políticamente correcto, algo que nunca ha entrado en el diccionario de la artista, no se había convertido en lo habitual. Eran los años de las discotecas de Nueva York, en las que algunos porteros no le permitían el paso, como se recreó en uno de los más memorables momentos de esta inolvidable celebración en el Palau Sant Jordi. También con momentos memorables, como cuando combinó "Open Your Heart" con la pintura de Tamara de Lempicka. Pero los ochenta aparecieron con sus luces y sus sombras y la sombra de ese tiempo fue el sida, algo que se encargó de recordarnos mostrando algunas víctimas de la enfermedad cercanas a ella, como los fotógrafos Herb Ritts y Robert Mapplethorpe, el coreógrafo Christopher Flynn o el artista Keith Haring.
Lo sagrado y lo profano, dos de los grandes temas en el universo de Madonna, surgieron con fuerza en un espectáculo en el que la artista demostró seguir en una envidiable forma física a sus 65 años. Por eso no fue extraño que se nos apareciera Madonna jugando con la parafernalia y la iconografía católica, especialmente gracias al tema «Like a Prayer» que sigue manteniendo el mismo espíritu provocativo pese a que hablamos de un tema de un ya lejano 1989. Así que los crucifijos en llamas y las coronas de espinas volvieron a resurgir como en otros tiempos.
Pero Madonna nos invitó a cruzar puertas y nos adentró en el terreno del cabaret, aunque algo postmoderno. Como si fuera su adorada Marlene Dietrich en «El ángel azul», bailó y se sentó en erótico diván/ring vestida con peinado marilynesco, medias rasgadas y camisón rojo, autosatisfaciéndose con su otro yo, el de los noventa, el del corsé dorado de Gaultier. Fue solo una parte de unas dos horas de trepidante concierto en las que el pop se cruzó en ocasiones con el «country» o esa modernidad con la que Madonna nos advierte de que está atenta a todo lo que se está haciendo y a todo lo que vendrá. Fue Madonna con todas sus máscaras: musa, mito, cantante, actriz, bailarina, divinidad, madre, íntima, robot, excesiva, incluso icono bondiano... También quiso ser la Madonna reivindicativa condenando las actuales guerras y aplaudiendo al diferente: "ama al vecino como a ti mismo". Todo ello quedó aderezado con "I will survive" vestida de canción protesta y con "La isla bonita" mezclada con "Don't cry for me Argentina" que le sirvió para recordar a Eva Perón, Frida Kahlo, Malcolm X, James Baldwin, Martin Luther King jr., Marlon Brando, Simone de Beauvoir, Che Guevara y Sinéad O'Connor.
Evidentemente, este concierto fue un homenaje a su propia trayectoria con un problema serio con el sonido. Pero Madonna, con una cuidadísima puesta en escena, mostró su generosidad al recordar que su reinado en el mundo del pop lo compartió con otro gigante como Michael Jackson al que resucitó por unos minutos. En su fin de fiesta, para sorpresa de todos, la cantante se atrevió con el «Billie Jean» de Jackson para fundirlo con su «Like a Virgin».
Todo ello concluyó con toda una declaración de intenciones, un grito que fue replicado por todos jaleando con ella: «Bitch, I’m Madonna».

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