El espejo del alma
De Papuchi a Julio Iglesias: la fuerza de la herencia en el rostro
Es curioso el rumbo caprichoso que toma el rostro a medida que vamos cumpliendo años. Y a pesar de la cirugía, a menudo se impone la genética
Julio Iglesias no tiene una voz muy particular. Tampoco es guapo, aunque tiene buena facha, sin que nada en su físico llame particularmente la atención. Ni siquiera su vida es un prodigio de originalidad. No ha descubierto la vacuna contra el sida, ni ha solucionado el problema del hambre en el mundo. Sin embargo, es probablemente el mejor cantante vivo del mundo y quizá uno de los mayores creadores de felicidad.
Su ascendencia materna tiene señorío gaditano, sevillano y castellano. De su padre, el ginecólogo Julio Iglesias Puga, «Papuchi» (para entendernos), recibió, además del legado ancestral de viejos pazos orensanos en lo más intrincado de la intimista campiña gallega, un parecido que se torna más asombroso según van pasando los años.
Comparte con él esa tenacidad que permitió al cantante volver a caminar con normalidad cuando un accidente quebró su sueño futbolero. Al tiempo que componía sus primeras canciones, empezó a manifestar esas dotes de seducción personal y artística que todavía le acompañan. Coqueto, sin empalagar; presumido, sin afectación; romántico, sin cursilería; seductor, pero no libertino. Su permanante piel morena, sobre la que cimentó en parte su atractivo, se volvió objeto de adoración social y rasgo heráldico de señorito ocioso. Pero las modas cambian y el exceso de bronceado ya no encaja. Se ve impostado, artificial, casi paleto. Y además, la piel acusa sus efectos.
Julio se sumó a la cirugía, no siempre con un resultado afortunado, como se desprende del hecho de que prohibiese fotos de su perfil izquierdo para evitar mostrar las secuelas de una mala intervención. Popularizó el «lifting» en los setenta y en los ochenta aprovechó una rinoplastia para eliminar una vieja marca en la sien. Poco después, por consejo de su mánager Alfredo Fraile, se operó el contorno de los ojos, con un resultado lamentable que le provocó depresión. Cada vez más esquivo, rechazaba toda entrevista que le proponían. Adoptó caprichos inauditos, como el desembolso al contado de un millón de dólares por dos cajas del mítico vino Romance Conti del 85.
En las últimas cuatro décadas, ha optado por procedimientos ocasionales para aliviar la tensión muscular, principalmente en la región frontal y entrecejo, o corregir las líneas de expresión, también llamadas «de marioneta». Son ajustes menores y aplicaciones de sustancias para restaurar la plenitud facial que disminuye con el envejecimiento o la pérdida de peso. Hablamos de rellenos de hialurónico, «peeling» glicolicos y algún láser. Ninguno ha frenado, sin embargo, la tendencia natural de parecernos a los nuestros.
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