Vivencias
Georg, el Harry del Vaticano
El rechazo en el Vaticano a las memorias del secretario de Benedicto XVI en las que ataca a Francisco ha hundido la reputación y la carrera del «George Clooney» eclesial
Harry tan solo le supera en 74 páginas, pero en chute de resentimiento y vendetta parecen ir a la par. Y lo que parecía ser un salto al estrellato y desahogo público terapéutico para ambos parece retorcerse contra ellos por minutos. Las memorias del príncipe «british» salieron a la venta dos días antes que la autobiografía de Georg Gänswein, el secretario personal de Benedicto XVI, con el título de «Nada más que la verdad». Sin embargo, prácticamente a la vez, las copias piratas de los relatos pseudo novelados de uno y otro se reenviaban a golpe de Whatsapp a la misma velocidad que provocaban un tsunami tanto en Buckingham Palace como en la Plaza de San Pedro. De hecho, al simultanear la lectura, se confunde la ira de uno con la cólera del otro sin la gracieja de Shakira. Como si Georg se ensañara con Camila. Y Harry excomulgara a Bergoglio. Georg y Harry, clónicos destronados.
En el Vaticano respiran algo más, precisamente porque el tirón del escándalo provocado por el hijo de Diana de Gales ha eclipsado el eco del «Il bello Georg’», como le definió hace ahora una década la edición italiana de «Vanity Fair», rendida a los pies de un «George Clooney» de ojos azules, porte de esquiador germánico y sotana negra con toques amaranto. Nacido en un pueblo de la Selva Negra, al sur de Alemania, a veinte minutos en coche de la frontera con Suiza, fue la suya una vocación tardía ya que se ordenó sacerdote con 38 años. Canonista de formación, nunca ejerció de párroco y en menos de diez años había dado el salto a Roma para trabajar en el departamento responsable del culto. Fue en 1996 cuando Ratzinger le fichó para trabajar con él en la Congregación para la Doctrina de la Fe y es en 2003 cuando le requiere como secretario personal, dos años antes de que la fumata blanca le situara como sucesor de Pedro.
Entonces, don Giorgio parecía un fiel y discreto escudero que se situaba un paso por detrás de Joseph Ratzinger en cada acto, solícito a la hora de entregarle el báculo o rescatar un solideo volador. Sin embargo, a juzgar por el libro escrito a cuatro manos con el periodista Saverio Gaeta, desde entonces hasta prácticamente una semana parecía estar recopilando minuto a minuto todo lo vivido con el pontífice, no para registrarlo en su cerebro y en su corazón, sino para contárselo a todo hijo de vecino. Adiós a la confidencialidad, ese secreto laico de confesión que se le exige a cualquier lacayo asalariado. Y eso que Georg expone que Benedicto XVI le habría solicitado que destruyera todo documento suyo «sin excepción». Una última voluntad que, a juzgar por la cantidad de misivas incluidas y conversaciones que reproduce con la literalidad de una grabadora, parece que todavía no ha aplicado.
Hasta el último suspiro
Es más, el relato del secretario llega más allá del último suspiro de Benedicto XVI para describir su muerte y parte del velatorio. O lo que es lo mismo, en medio del duelo por su jefe y de la organización del magno funeral, se remató el libro desmenuzando incluso cómo «inmediatamente» después de morir «llamé al Papa Francisco desde el móvil, quien en unos diez minutos llegó al monasterio, se sentó junto al cuerpo, hizo señal de bendición y se detuvo en oración». Esta agilidad narrativa -frialdad para algunos- de Gänswein ha permitido que doce días después de su muerte y a menos de una semana del entierro, la autobiografía saliera a la venta.
Hay quien cuestiona incluso parte de esta versión de la agonía del Papa no reinante. Gänswein cuenta que Benedicto XVI se despidió de este mundo con un «Jesús, te quiero». Sin embargo, el entorno vaticano lo pone en duda, pues desde hacía meses Ratzinger había perdido el habla y la movilidad de sus labios. Más allá de este detalle, la obra rezuma escozor a raudales al estilo duque de Sussex. «Me humilló», llega a decir de Francisco por vetarle, supuestamente, en una visita a un grupo católico en Roma en 2014. A la par, le acusa de haberle reducido a ser «un prefecto a la mitad», cuando el Papa descubrió sus tejemanejes con un cardenal para poner a Benedicto XVI en su contra. Entre otras perlas, destapa que la reforma bergogliana para restringir las misas en latín le provocó «dolor de corazón» al fallecido Papa, en un intento de contraponer la figura de ambos, que acrecienta con insinuaciones de una enmienda a la totalidad del magisterio argentino.
Todos estos deslices han generado algo más que malestar en la Santa Sede, según ha podido constatar este diario. Y no solo en la residencia de Santa Marta, centro de operaciones de Francisco. La Curia en bloque, sin distinción entre conservadores y progresistas, expresan en privado y en público su pesar por la deslealtad a ambos pontífices. Hasta un cardenal como Gerhard Müller, conocido por sus discrepancias con Jorge Mario Bergoglio y su fidelidad a Benedicto XVI del que fue estrecho colaborador, ha condenado la actitud de su compatriota: «Esta controversia no es buena para el pueblo de Dios». De hecho, hay quien dice que el propio pontífice pudo dejar un recado a Gänswein durante el ángelus del pasado domingo. «Reflexionemos: ¿soy un discípulo del amor de Jesús o un discípulo del chismorreo que divide? El chismorreo es un arma letal: mata, mata el amor, mata la sociedad, mata la fraternidad», soltó el Papa ante los fieles que le escuchaban en San Pedro.
Un día después, Francisco citaba a Gänswein en una audiencia no prevista que enmudeció al secretario después de un periplo de promoción por radios, teles y periódicos. «Ahora me tengo que callar», espetó luego ante la llamada de algún vaticanista, a la par que dejó caer un supuesto intento de presionar a la hija de Silvio Berlusconi, como máxima responsable de la editorial de su libro para frenar la publicación por sentir que le habían hecho una jugarreta, presentándose como un inocente prelado víctima de los intereses de un emporio mediático. Ya era tarde (entónese a lo Jurado).
Gänswein se retuerce ante unos y otros cuando ha cumplido 66 años, edad de jubilación patria, pero con otra vida por delante para los portadores de mitra que pueden ser relevados por el Papa hasta con 80 años. Es decir, tras su pataleta poco católica y apostólica parace quedarse en dique seco cuando otros eclesiásticos reciben de Roma el destino clímax de su carrera. Y él podría haberlo tenido. Cuando falleció Juan Pablo II, Benedicto XVI no dudó en otorgarle una doble recompensa a su secretario personal, Stanisław Dziwisz. No solo le nombró arzobispo de Cracovia, la diócesis que capitaneó Karol Wojtyla antes de su fumata blanca, sino que le premió con el cardenalato. A Georg se le imaginaba ya como arzobispo destinado en Baviera, Ratisbona o Múnich, lugares de referencia en la vida de Ratzinger. Y, por supuesto, hay quien le veía también revestido de púrpura. Sin embargo, hoy por hoy, y con el requerimiento papal para que desaloje antes del 1 de febrero el convento que compartió con Benedicto XVI en esta última década, parece tan proscrito como el esposo de Meghan Markle.
El «dossier fantasma» de Orlandi no existe
En estos días el Vaticano ha reabierto la investigación sobre la desaparición en 1983 de Emanuela Orlandi, la hija de 15 años de un empleado del Vaticano, meses después de que un nuevo documental de Netflix pretendiera arrojar nueva luz sobre el caso. Se busca aclarar las misteriosas circunstancias de su pérdida después de salir del apartamento de su familia en la Ciudad del Vaticano para ir a una clase de música. En estos años se ha especulado hasta la extenuación sobre el caso. Gänswein también se refiere al caso en sus memorias, para echarse a un lado: «Sencillamente, nunca he recopilado nada en relación con el caso Orlandi, por lo que este expediente fantasma no se ha hecho público simplemente porque no existe». «Se me aseguró que a lo largo de los años se había hecho todo lo posible para ayudar a la familia Orlandi e informé debidamente al Papa Benedicto», añade.
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