Intrigas vaticanas
La caída de Georg Gänswein, el “bello” secretario de Benedicto XVI
El «George Clooney» del Vaticano se destapa en una revista del corazón alemana después de que Francisco le diera vacaciones indefinidas como «castigo», preocupado por una enfermedad renal y en alerta por su futuro ante la salud del Papa emérito
El «it-boy» del Vaticano, en el purgatorio. O «Gentleman» alicaído, por aquello de que no es un veinteañero instagramer. Aunque tener 64 años en los pasillos curiales bien puede considerarse una segunda juventud, teniendo en cuenta que es la edad propicia para hacerse con una mitra y hasta precipitada para el birrete púrpura.
El secretario personal de Benedicto XVI ha admitido que está en horas bajas. El arzobispo Georg Gänswein, que otrora copara la portada de «Vanity Fair» bajo el titular «Ser guapo no es pecado», se ha confesado en «Bunte», la principal revista del corazón alemana. En una entrevista en exclusiva, desvela que deja atrás un año que para él ha sido un «annus horribilis», después de que Francisco le diera «vacaciones indefinidas» por pérdida de confianza, por tener que salir al paso de continuas «fake news» sobre la salud del Papa emérito y por haber pasado por el hospital en plena pandemia a causa de una enfermedad renal que temió fuera un cáncer. «Me alegro de que 2020 finalmente haya terminado», expresa como si de un salmo de acción de gracias se tratara.
Y todo, a alzacuellos quitado en lo más parecido a «¡HOLA!», pero en versión teutónica, con más consonantes por palabra y párrafo. Lejos de optar por expiar sus culpas en un diario de tirada nacional, el prelado se ha decantado por estrenar el año con una exclusiva en cuché donde comparte portada con el divorcio exprés del futbolista del Bayern Manuel Neuer y con la reina Silvia, muy preocupada por el Alzhéimer que sufre su hermano.
El «bello» Georg es una «celebrity». Y su «eccellenza» –tratamiento que ostenta– lo sabe cuando posa ante un fotógrafo. Trabaja a las órdenes de Joseph Ratzinger desde 1995, pero su salto a la fama tuvo lugar cuando el cardenal alemán se convirtió en Papa en 2005. Bastó un par de audiencias en la plaza de San Pedro para que los objetivos de las cámaras se clavaran en el porte y los ojos azules de este sacerdote nacido en un pueblo de la Selva Negra, hijo de un herrero y una maestra. Si a un celibato con percha se une el atractivo que genera el poder de aquel que guarda las llaves de la casa del Papa, el resto está hecho.
Su popularidad se coló de la columnata de Bernini a las pasarelas. Tanto es así que en 2007 Donatella Versace se inspiró en él para crear la colección «Geor», haciendo desfilar a efebos a lo «pájaro espino» enfundados en prendas negras con toques blancos en cuellos mao jugando a ser alzacuellos. «Es un hombre que cuida sus músculos físicos, pero también los del alma», elogiaba entonces la diseñadora. No le faltaba razón en ese equilibro del «mens sana in corpore sano». Doctor en Derecho Canónico, fue monitor de esquí en su juventud, ha jugado al tenis y disfruta con las caminatas en la montaña.
El que tuvo, retuvo. Georg puede seguir presumiendo de ser el «George Clooney» de la Santa Sede. Pero ahora, fuera de foco. Lejos de ser un tipo inaccesible, no se esconde. Pasea lo mismo por Porta Angelica que por Borgo Pío, con alguna que otra mirada de reojo de quienes saben quién se esconde tras sus gafas de sol Lennon y antaño escuchaba a los Beatles, Pink Floyd y Cat Stevens. Amable en el trato, con la sonrisa de serie, su actividad pastoral la he llevado a ser uno de los pocos que ha podido visitar al piloto Michael Schumacher, recluido desde hace siete años tras una caída mientras esquiaba.
Desde su nuevo confesionario público, Gänswein admite que ha vivido como «un castigo» que el Papa argentino le obligara el pasado mes de febrero a coger una excedencia sin fecha de retorno como prefecto de la Casa Pontificia, o, en otras palabras, el encargado de organizar todas sus audiencias. Francisco le retiró una confianza no repuesta. Aunque sigue oficialmente en su puesto, sus tareas las ha asumido el italiano Leonardo Sapienza. El propio Georg admite que no tiene visos de cambiar: «Todas mis tareas en la Prefectura se han redistribuido indefinidamente».
Pero, ¿de dónde viene este desencuentro con el Papa actual? Por un lado, Georg siempre ha sido el puente de conexión entre los dos Papas. Por otro, en estos casi ocho años de Pontificado, Francisco ha querido respetar al máximo todo aquello que pudiera suponer el más mínimo roce con su predecesor. Incluido él. Por eso le confirmó al frente de la Casa Pontificia cuando fue elegido. Pero algo cambió hace once meses, ante la publicación de un libro a cuatro manos entre Benedicto XVI y el cardenal nigeriano Robert Sarah, «ministro» vaticano de Liturgia y uno de los principales acicates de Francisco. En la obra, ambos reflexionaban sobre el celibato y vio la luz cuando el Papa argentino ultimaba su exhortación sobre la Amazonía en la que algunos preveían que podría abrir una rendija a la ordenación de hombres casados. Aquello nunca sucedió, pero la maniobra de Sarah provocó un tsunami mediático de dimes y diretes que hizo sospechar en Georg como cómplice de la jugada y paladín de un nonagenario papa emérito. Ahora que echa la vista atrás, el secretario no duda en lanzar un dardo a Francisco y constatar que le «dolió» su cese encubierto, aunque aceptó «en obediencia». Eso sí, admite que hace un tiempo tuvo la oportunidad de verse cara a cara con el Papa actual en un encuentro que ha calificado de «clarificador, muy fortalecedor y alentador». Nada menos.
Más allá de este sonrojo institucional que supone un freno, al menos con Francisco, en un posible ascenso cardenalicio como ocurriera con los secretarios de otros papas, en su salud también está tocado. En septiembre estuvo ingresado en una clínica por una enfermedad renal que le dejó fuera de juego durante dos semanas. Su pronóstico fue grave, pero hoy da gracias a Dios porque lo superó. Y, sobre todo, porque el peor presagio, el de un posible tumor, quedó descartado. Eso sí, adiós al alcohol y sal con cuentagotas. Además, arrastra una pérdida auditiva desde 2017 con mareos y pitidos provocados por el estrés. «La fe me ayudó y me ayuda a aceptar lo que no puedo entender y ver en este momento. Que incluso las fases de la vida que parecen sin sentido tienen un significado profundo, que uno no reconoce a primera vista», reflexiona sobre la crisis vital que atraviesa y que podría verse agravada en un futuro desdibujado sin su «jefe» directo.
Siempre fiel
Pero lo que más le preocupa ahora a monseñor Gänswein es su valedor y confidente. Más que nunca se ha convertido en su sombra en el monasterio «Mater Ecclesiae», donde residen junto a otras cuatro consagradas, filtrando llamadas, cartas y encuentros. Máxime en tiempos de pandemia. «Rezo a diario la liturgia y el rosario con él», explica en «Bunte» sobre un Benedicto XVI al que ha asistido como prefecto de Doctrina de la Fe, en sus casi ocho años como Papa y en su retiro. En este último año ha tenido que salir en varias ocasiones a la palestra después de que se le situara al borde de la muerte por su avanzada edad. En verano padeció un doloroso herpes zoster, diagnosticado en pleno duelo por la muerte de su hermano. «Físicamente se ha debilitado bastante», cuenta, si bien desmiente que haya perdido la voz como se ha llegado a afirmar. De la misma manera, defiende que la privilegiada cabeza del teólogo germano sigue intacta.
En cuanto a la vinculación entre los sucesores de San Pedro, lejos de reforzar la tesis oficial de que hay una relación impecable, el ex secretario aporta su granito de arena para alimentar las intrigas de sacristía y el incienso del chismorreo: «A pesar de todas las diferencias personales, él y su sucesor tienen una relación amistosa, incluso cordial». Incluso, con Georg.
El recuerdo de su novia
Se llama Gaby Schätzle. Hoy está casada con otro. Pero pudo ser la señora de Gänswein. En Riedern am Wald, la localidad de 400 habitantes donde nació el secretario de Benedicto XVI, dicen que fueron novios durante tres años. El ahora arzobispo evita ese término y se refiere a ella siempre como su amiga de la infancia. «Cuando le dije que quería entrar en el seminario, fue una experiencia amarga», explica Georg, que recuerda que tanto a él como a ella se les saltaron las lágrimas. Hasta entonces, sus amigos del pueblo veían en él un futuro futbolista con los dejes de Beckenbauer. Él se llegó a imaginar como un «broker» financiero. Pero Dios se cruzó en sus planes y no se arrepiente. «Por supuesto que hay momentos en los que el celibato no es fácil. No nos engañemos: tener un buen matrimonio no es más fácil que ser un buen sacerdote, y viceversa», exponía en una entrevista anterior a «Bunte», en la que no evadía un tema tabú para otros clérigos: «El amor sin sexo es muy posible. Pero debes ser consciente de que renuncias a ello por el amor a Cristo».
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