Homenaje

30 años sin Antonio Flores: el hijo roto de Lola

Su hija Alba le rinde el homenaje definitivo en un documental cargado de amor, memoria y, sobre todo, mucho arte

Antonio Flores en un concierto
Antonio Flores en un conciertoEFELa Razón

El 30 de mayo de 1995 la tragedia se cebó con la familia Flores. Dos semanas después de la muerte de la icónica Lola, "La Faraona", perdía la vida su hijo Antonio. El cantante ya era un ídolo de masas y tenía por delante un futuro cargado de grandes expectativas y proyectos.

Pero el fallecimiento de su madre, progenitora, amiga, consejera y confidente, le partió la vida en dos, perdió las ganas de vivir y se encerró en sí mismo apartándose de todo y de casi todos.

Prematuro adiós

Fueron sus íntimas amigas, Irene y Chelo Chamorro las que estaban con él el día de su prematuro adiós. En una entrevista con Irene me confesó que “a Antonio le falló el corazón, amaba demasiado la vida como para pensar en suicidarse. Tenía en perspectiva una larga gira musical, pero no estaba en condiciones de subirse a un escenario, su debilidad, la depresión por haber perdido a su madre, le afectaban muchísimo. Pegaba puñetazos en las paredes, cantaba el “Pena, pepita, pena” de Lola, no paraba de decir que a su madre no le tocaba morirse tan pronto. Su mente era un caos, pero no hasta el punto de pensar en quitarse la vida. No tenía miedo a la muerte, pero estaba dispuesto a continuar su vida y su carrera”.

Antonio Flores
Antonio FloresInstagram

Aquella dramática noche, Antonio se fue a dormir a su habitación y las hermanas se acostaron en el dormitorio de al lado. Ya de madrugada, una de ellas se levantó y, al asomarse al cuarto de su amigo, notó algo raro. No se le oía respirar y cundió el pánico. Estaba muerto.

A pesar de la teoría del fallo cardiaco, los rumores apuntaron entonces a que el hijo de Lola mezcló alcohol con medicamentos, un cocktail explosivo que se lo llevó a la tumba.

En este treinta aniversario tan triste prevalece el gran homenaje que su hija Alba ofrece al padre que la dejó huérfana cuando aún era una niña. Hoy es una actriz admirada por su talento, y es la coprotagonista y productora del documental "Flores para Antonio", en el que se hace un recorrido por la vida personal y profesional del fallecido. Un ejemplo del inmenso amor de una hija hacia su padre.

Para Alba "este rodaje ha sido algo muy excepcional de principio a fin. Cada persona que se ha involucrado en esta peli llo ha hecho con una entrega y un cariño como nunca antes había visto en un proyecto audiovisual. Me siento muy agradecida con cada una de ellas y también muy agradecida con mi padre, no solo por su legado artístico y familiar, también porque su figura nos ha inspirado en la empatía, la amistad y la celebración de la vida".

Hoy, las hermanas de Antonio, Lolita y Rosario, le siguen echando de menos. La matriarca Lola les unía a todos en un lazo imposible de romper. Lolita recuerda al fallecido con un mensaje muy emotivo en sus redes sociales: "me falta el alma, te quiero hasta el infinito todos los días, te siento y te echo de menos. Artista, genio. Te quiero".

Rosario, por su parte, también utiliza la misma plataforma para manifestar que "te llevo conmigo siempre en mi corazón, te amo… mi vida, mi luz, mi inspiración".

Conocí al protagonista de este reportaje una tarde en un club madrileño de squash. Había superado su adicción a las drogas y se volcaba en el deporte. Solíamos jugar algunas tardes y recuerdo que le regalé una raqueta con una aleación de porcelana. Le gustaba tanto que no paro de pedírmela hasta que se la di. Nos acompañaba su íntimo amigo, Quique San Francisco, un hombre todo corazón.

Mientras Antonio y yo nos tomábamos un refresco, Quique, fiel a su sempiterna costumbre, pedía una cerveza. Era incorregible. Su perro y su “birra” eran intocables. Le decíamos que el deporte y el alcohol de dos elementos incompatibles. Y ni caso. Nunca le vi borracho, y mira que se bebía las latas como si estuvieran llenas de agua. Nosotros nos asombrábamos de su aguante. Parecía una esponja que no se secaba nunca.

En el caso de Antonio era un ídolo, si, pero también un tipo sencillo y generoso. Se entregaba a los demás con facilidad y nunca presumía de sus éxitos. Todos le querían, y él disfrutaba de la compañía de sus íntimos en la cabaña en la que vivía, ubicada en el jardín de "El Lerele", la casa familiar. Allí tenía su "templo" y su refugio, componía sus canciones y ensayaba. Un pequeño oasis que le alejaba del mundanal ruido.