Entrevista
Hablamos con Fabiola Martínez: "Nunca he pedido a nadie que me haga promoción"
La venezolana se lanza a la industria de la moda donde pretende encontrar hueco sin tirar de amigos famosos
Durante años, el nombre de Fabiola Martínez aparecía inevitablemente ligado a la figura de su exmarido. Era como si la opinión pública necesitara un apéndice masculino para enmarcarla, para entenderla, para justificar su presencia. Pero ese tiempo terminó. Hoy, Fabiola es un universo propio: mujer, madre, empresaria, superviviente, creadora de discursos y de prendas que llevan puntadas de resiliencia. Y su nuevo proyecto, Bon Bini, no es una aventura empresarial; es, en sus palabras, «un gesto de necesidad que acabó encontrando un camino», detalla a LA RAZÓN
La historia empezó sin alfombras rojas ni estrategias de marketing. Empezó en su casa, literalmente. Una tarde cualquiera, rodeada de percheros improvisados y mujeres que se probaban ropa frente a un espejo doméstico, Fabiola entendió que aquello podía transformarse en algo real. «Ese espacio fue mi laboratorio creativo y emocional», confiesa ahora. No había escaparates luminosos, ni influencers, ni celebridades empujando la marca. Había intuición, observación y un deseo: crear piezas que hablaran el mismo idioma que las mujeres que las vestían.
Aquellas primeras prendas, presentadas casi con timidez, marcaron el punto de partida. En cuestión de meses, los showroom caseros se convirtieron en pop-ups. En esos eventos itinerantes recuperó la inversión inicial, reajustó precios, escuchó a las clientas y, sobre todo, refinó la esencia del proyecto. «Bon Bini ha crecido con mucha verdad: paso a paso, sin prisa, pero con propósito», resume. Nada de castillos en el aire. Nada de atajos. Solo el avance constante de alguien que ya sabe que la prisa es un lujo que desgasta.
Lo sorprendente es que la moda no estaba en su guion vital. «Nunca me imaginé emprendiendo en moda… La oportunidad, sinceramente, surgió de la necesidad», reconoce sin dramatismos, como quien recuerda una verdad simple. Fabiola buscaba sostener su vida, la de sus hijos, y al mismo tiempo reencontrar un espacio propio, uno que no dependiera de nada ni de nadie. La moda fue la herramienta, pero pronto se convirtió en un lenguaje. «Me di cuenta de que la moda podía comunicar valores, unir a mujeres, recuperar lo especial y lo hecho con cariño», explica. Y así, casi sin querer, Bon Bini se transformó en un refugio creativo donde la vulnerabilidad y la fuerza se dieron la mano.
En un entorno en el que está rodeada de rostros conocidos, quizá demasiado conocidos, cualquiera habría esperado que su marca explotara a golpe de publicaciones, guiños en redes o préstamos estratégicos. Pero ella lo tuvo claro desde el principio: «Honestamente, nunca le he pedido a nadie que haga promoción». Y no lo dice como un acto de falsa modestia: lo dice con la firmeza de quien quiere construir algo que pueda sostenerse sin apoyos prestados. Eso no quita que muchas celebridades, amigas o simplemente mujeres que la aprecian, hayan apoyado la marca de forma natural. «Creo que cuando algo se hace con autenticidad, esa energía atrae apoyo sin necesidad de pedirlo», admite.
El círculo afectivo de Fabiola es amplio y sólido. Entre quienes la rodean con cariño están también las hijas mayores de su exmarido, Bertín Osborne, mujeres que, a pesar de los títulos, las rupturas y los titulares, mantienen con ella un vínculo de respeto y cariño. Y aunque todas se han visto arrastradas, casi involuntariamente, por las mareas mediáticas derivadas de la reciente paternidad de Bertín, Fabiola se mantiene a un océano de distancia del ruido. Ninguna de las hijas, ni ella misma, conoce aún al pequeño que pronto cumplirá dos años. Quizá llegue el momento. Quizá no. Pero Fabiola no fuerza nada: ni reconciliaciones, ni encuentros, ni polémicas que no le pertenecen. Porque si hay algo que ella tiene claro es que su vida ya está bastante llena: la maternidad, su labor en la Fundación, su marca… y ese intento constante de que el día tenga más horas. «A veces siento que le faltan horas al día», confiesa con una sonrisa agotada pero luminosa. La conciliación, cuando se mira sin filtros, no es idílica; es una batalla. Pero no una batalla solitaria. «He aprendido que no se llega a todo sola. Tener un equipo comprometido y una familia que me apoya es clave para poder sostener todo lo que hago», concluye.