Estilo
Yolanda Díaz, la Pasionaria blanca del siglo XXI
No es la típica líder de izquierda. Su aspecto inmaculado (e incluso pijo) de chica de provincias, guarda un mensaje a veces radical
Yolanda Díazes, con permiso de Miguel de Unamuno, toda una «tiorra». Así es como se dirigía él a las mujeres de izquierda peleonas. Hoy las «tiorras» han ocupado el poder y su planta nada tiene que ver con aquellas republicanas que salían a la calle «desgreñadas, desdentadas, desaseadas, brujas jubiladas». Pero bien sabía él que la sotana no hace al cura y por bien vestida no dejaría de echarse a temblar «esperando alguna estupidez inmensa» cada vez que oyese «que hay que republicanizar algo».
Comunista convencida, predicadora hipnótica y coquetona, la ministra de Trabajo está viviendo sus días más apasionados y parece gozarlos como si llevase toda la vida preparándose para este momento. Ha hecho de la derogación de la reforma laboral el «No pasarán» de la icónica Dolores Ibárruri, Pasionaria, reabriendo con ello la herencia política de la histórica líder comunista vasca. Antes que ella, Pablo Iglesias quiso también ser Pasionaria y en un último intento acabó enrollándose el pelo sobre sí mismo en espiral. Demasiado folclórico para tan solemne legado. Con algunos de sus mechones sueltos, recordaba a las pinturas de Romero de Torres y él mismo retuiteó un meme en el que aparecía con peineta y pendientes. Le siguió Irene Montero con sus clásicos recogidos bajos, pero le faltaron las horquillas de las mujeres obreras de Ibárruri y le sobró aburguesamiento.
Ni siquiera Ione Belarra, con su imagen circunspecta, lograría tomar el testigo sin que sonase a sacrilegio. Todos van tras el mito, pero la única que está ganando el título de «tiorra» unamuniana, como lo fue Pasionaria, es Yolanda Díaz, una mujer abiertamente adscrita a la religión de la hoz y el martillo. Nadie como ella para seguir los pasos de la comunista legendaria que, antes de morir, vio necesario confesar sus pecados y después comulgar.
Igual que Ibárruri, donde ella aparece, desaparecen los demás. En un ensayo que tituló «Pasionaria y los siete enanitos», Vázquez Montalbán expone su relación con hombres de la política y la cultura minimizados hasta el enanismo por su ímpetu aplastante. Daba igual que fuesen franquistas, aduladores comunistas o díscolos como Semprún, a quien calificó como «intelectual con cabeza de chorlito». Aunque hay distancia entre Pasionaria, sin más bagaje intelectual que la militancia obrera, y la ministra de Trabajo, ambas despiertan el mismo fervor con una verborrea innata y sencilla y siembran idéntico desconcierto desde el Parlamento. Las masas que hoy ovacionan a Díaz son irrisorias, como se vio en el último Congreso de Comisiones Obreras, celebrado hace unos días, si se comparan con las multitudes que enardecía Pasionaria.
La tensión política de estas últimas semanas le está pasando factura y en su expresión, bastante más cuarteada, se le está borrando la dulzura. Sin embargo, sigue empleándose a fondo en esa imagen con la que ha logrado su fuerza carismática. Aunque a veces parezca que viste de Prada, es difícil encontrar en ella incongruencia con su ideario comunista. Se mantiene firme en el blanco, el rojo y el negro, colores cargados de simbolismo, y también en sus recogidos.
El negro es elegancia y autoridad. Ibárruri vistió siempre de negro en señal de luto por tantos hijos, propios y ajenos, fallecidos, pero también por una razón pragmática que ella confesó: una mujer de clase trabajadora de negro va decente a todas partes. Nunca enseñó los brazos en público. Díaz reserva este tono para eventos distinguidos y usa el blanco para ese «ir decente a todas partes», aunque en su caso sería más acertado decir airosa.
En cuanto al rojo, el que más ha lucido estos días de batalla, es el color del movimiento obrero, del comunismo chino y el de Lenin. El que acompaña a la hoz y el martillo. El historiador alemán Gerd Koenen considera que el color de la sangre representa sentimientos irreconciliables y el sueño de una unión universal de los proletarios. No es casual que a la ministra le guste teñir de rojo buena parte de su espacio político.
Innegable magnetismo
Con el rostro algo desmejorado y la sobriedad del moño recogido en la nuca, recicla todos esos rasgos que le dieron a Pasionaria su innegable magnetismo: la fuerza de sus palabras, cierto patetismo al hablar y esa proyección de madre doliente de los camaradas. Para los suyos representa ese gran útero con el que describió la escritora Montserrat Roig a la Pasionaria, «donde refugiarse los milicianos cuando temblaban de frío y de miedo».
Díaz ha ido creciendo en el Gobierno y en este momento el interés sobre ella, sus orígenes, su vida cotidiana, su hija Carmela o su boda con Andrés (él de blanco roto, ella de rojo sangre) es máximo. El comunismo, que ha buscado siempre la adhesión sacrosanta a un líder carismático, ha encontrado en Díaz la Pasionaria blanca del siglo XXI, la «tiorra» aseada de Unamuno.
✕
Accede a tu cuenta para comentar