Entrevista

Íñigo Ramírez de Haro: «Para la derecha soy un traidor y para la izquierda un marqués»

La publicación de su última novela, "Los hipócritas", coincide con el juicio contra su hermano a cuenta de la venta de un cuadro de Goya. Llega cargado de motivos para azuzar

Entrevista Íñigo Ramírez de Haro
Entrevista Íñigo Ramírez de HaroAlberto R RoldánLa Razón

Íñigo Ramírez de Haro nació para la sátira. Cambió –dice que por necesidad– la finura de su linaje aristocrático por la punta acerada de su lengua. Pudiendo escoger la palabra comedida, el veneno en cucharilla de plata, renuncia al privilegio de la cuna y deja al desnudo flaquezas ajenas. Han pasado tres años desde su último encuentro con LA RAZÓN. Si entonces vertió ironía en «La mala sangre, ahora lo hace en «Las hipócritas», su nueva novela. Acaba de llegar del juicio contra su hermano, Fernando Ramírez de Haro, esposo de Esperanza Aguirre, y su voz resuena como un golpe seco en el suelo.

Ve al matrimonio convertido en cambista de su apellido y trata de contener el dolor usando una fórmula del matemático iraquí Al-Juarismi: «Un hombre con ética tiene un valor igual a 1. Si además es inteligente, agréguele un cero y su valor será 10. Si también es rico, súmele otro cero y será 100. Si encima es una bella persona, agréguele otro cero y su valor será 1.000. Pero si pierde el 1, perderá todo su valor, pues solo le quedarán los ceros». Como en su boca los nombres se pronuncian sin afeites, aplica la teoría a su hermano. «Grande de España y conde de Bornos. ¡Los honorables condes de Bornos!», expresa con un retintín reservado a quienes conocen lo más íntimo de la nobleza.

-¿No sale contento del juicio?

Ha sido el espectáculo de la infamia. Este cuadro de Goya, un retrato del marqués de Villanueva del Duero, mi hermano lo vendió por 5,1 millones de euros para hacer frente a una deuda. Se comprometió a reponer ese dinero al resto de los hermanos, pero incumplió el acuerdo y defendió ante el juez que era suyo. Por no pagarme los 700.000 euros que me corresponden, prefiere años de pleitos. Además de arruinar el patrimonio familiar por mala gestión, miente, me calumnia y me engaña.

-¿Le duele el dinero o la sangre?

Sobre todo, la mentira y los argumentos rastreros que emplea. Esto es lo que me decepciona y me deja destrozado. Hemos convivido 50 años, pero han roto la baraja y ahora es difícil recomponerla. También mi hermana Beatriz, que negó todo en el juicio, se puso de su parte. Para mis padres habría sido desolador. Mi hermano dice que no tiene para pagar, pero no es así. Hay una finca en Guadalajara que le daría el doble de lo que me debe. A él y a mi cuñada, Esperanza Aguirre, les ciega codicia.

-¿Compensa la lucha fratricida?

No dejo de preguntarme si a él le compensa. En el juicio le vi decaído, miserable. Hasta 2019, la relación era fantástica. Me apena ver cómo la familia queda reducida al núcleo de los hijos de cada uno y abro muchas reflexiones. Con ellos, los valores de la excelencia que deberían definir a un aristócrata se caen por los suelos. Son capaces de rebajarse a los niveles más abyectos. ¿Dicen que son devotos cristianos? Entonces sabrán que irán de patitas al infierno.

-Las herencias actúan como cuchillas en muchas familias.

Este tipo de codicia se ha vuelto universal. Está destruyendo muchos linajes como el nuestro. Ahí están nuestros parientes, los Medina Sidonia, o la Casa de Alba… todos repletos de juicios, odios y falta de honorabilidad.

Entrevista Iñigo Ramirez de Haro
Entrevista Iñigo Ramirez de HaroAlberto R. RoldánLa Razón

-¿Cuál diría que es hoy la mayor fragilidad de la aristocracia?

La aristocracia se jacta de ser caballerosa y cristiana, pero algunos aristócratas, como mi hermano y mi cuñada, eso lo pisotean con calumnias y mentiras. Me pregunto por qué las iglesias les abren las puertas si no son coherentes con los Evangelios. Antaño los aristócratas simbolizaban la excelencia. Era la virtud máxima y mi familia la cumplía. Al ser hereditaria, se convierte en nobleza, una clase social en extinción. O desaparece o pasa a subvencionarse para su protección, como el lince ibérico.

-La hipocresía está también latente en su libro.

Cuando terminé de escribir «La mala sangre» seguía trabajando en la Unesco, uno de los grandes centros de la hipocresía. Viven en esa farsa, en ese fingimiento de sentimientos para engañarse unos a otros. Todo lo que me rodea es hipocresía. En España sirve de vacuna en los casos de corrupción. Tenemos a Pedro Sánchez, que se escandaliza al descubrir que está rodeado de corruptos.

-Destila mucha decepción.

El libro es absoluto dolor. Se teje en torno a la relación trágica entre un viejo diplomático y una becaria, dos seres que se habían detestado. Ese vaivén de sentimientos complejos atraviesa la novela: celos, miedo a la muerte, fracaso… Es la eterna lucha entra la razón y la emoción, sin buenos ni malos. Detesto el púlpito, no escribo para dar una lección moral.

-Y como telón de fondo, la diplomacia internacional.

Estoy en contra de esa sensación de decadencia que se ofrece de Occidente. Vivimos el mejor de los tiempos, con más posibilidad de riqueza, creatividad, valores, libertades y derechos humanos. Lo que ocurre es que el pensamiento «woke» se empeña en hablar de imperialismo y colonización. Es mentira. Occidente despierta admiración. ¿Por qué los inmigrantes vienen aquí y no a los países con regímenes totalitarios?

-¿Ser desafiante no es costoso?

Solo me queda confiar en la justicia, a pesar de que me enfrento con una política con mano muy larga. Achicarme no está en mi carácter. Para la derecha soy un traidor y para la izquierda un marqués. Es decir, en una guerra me fusilarían desde ambos bandos.

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