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Opinión

¿Se puede amar a quien vota lo contrario?

¿Puede haber algo más positivo para una persona, para una comunidad, para el mundo? Cambiar de parecer no es traicionarse: es mejorar

Una pareja enfrentada Freepik

Hay gente que se irrita ante la discrepancia, la diferencia les asusta y desestructura; buscan refugio en la endogamia ideológica como quien teme a los condimentos extra en la ensalada. Mentes inseguras, prefieren rodearse de clones dogmáticos antes que asomarse al vértigo del cuestionamiento de los argumentos supuestamente propios. Quienes no toleran opiniones contrarias tienen miedo de dejar de saber quiénes son cuando se alejan de la tribu.

En efecto, una persona segura de sí misma es tolerante y puede escuchar una valoración de la realidad contraria sin que le suba la tensión ni se le caigan los pilares de su identidad. Enfadarse porque alguien piensa distinto es primitivo, casi zoológico: como si el desacuerdo fuera un depredador y la única defensa, morder. Esa gente no busca la verdad: busca la comodidad narcótica de no tener que replantearse nada. Les aterra que el argumento ajeno haga tambalear su pequeña silla… Y se encogen en su madriguera conceptual de la que solo sacan una mano para votar y dar la lata.

¡Basta! ¡Pensar distinto es el gimnasio de la inteligencia!. Nada me produce tanto placer como cambiar de opinión, que alguien me ayude a salir de un error o una premisa falsa por la finura de su dialéctica, por la precisión de sus reflexiones, por ser más profundo que yo... Que sus palabras alumbren esquinas donde yo no podía ver. ¿Puede haber algo más positivo para una persona, para una comunidad, para el mundo? Cambiar de parecer no es traicionarse: es mejorar.

"La discrepancia es un banquete: uno lleva el vino, otro el pan y otro la dinamita filosófica"

Vengo de una familia de libres pensadores, tengo hermanos que votan a las antípodas, y todos nos queremos. La discrepancia es un banquete: uno lleva el vino, otro el pan y otro la dinamita filosófica. El repliegue doctrinario aburre y termina oliendo a cerrado; es empobrecimiento. Intelectual, porque te priva de los matices. Moral, porque te hace obtuso, grosero; estético, porque convierte la convivencia en un espejo donde solo te miras a ti mismo.

Hay parejas que piensan distinto en muchas cosas y, justamente, encuentran en el debate uno de sus mayores placeres, ¿la clave? manejan un superpoder en vías de extinción: la asertividad. Esa capacidad de defender la postura personal sin ira, con humor, gentileza…. No hay rabia, no hay trinchera: solo el arte de discutir sin romper nada. A veces, un buen argumento mueve certezas como quien cambia un mueble y descubre que la habitación respira mejor. Estar de acuerdo no legitima nada; lo que sí legitima es poder discrepar sin miedo y salir del debate con ganas de otro —y no me refiero solo al debate—. Una relación se prueba discrepando: es el crash test de la tolerancia y el atractivo, saber hablar, contrastar, escuchar, seducir. El pensamiento crítico, como la intimidad en pareja, necesita fricción, desafío y, lubricante cognitivo, donde lo más sexy es la libertad.